A pesar de las profecías catastrofistas sobre la superpoblación desde los años setenta, los datos actuales muestran que se está produciendo exactamente lo contrario: un descenso cada vez más acelerado de la natalidad, que en la mayor parte del mundo está cayendo o ha caído por debajo de los niveles de reemplazo.
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© Canarias7 |
La desproporción es especialmente dramática en los países
más desarrollados, cuyas tasas de natalidad se han reducido al mínimo,
mientras los avances de la ciencia permiten que avance la esperanza de vida y,
por lo tanto, que haya una mayor proporción de ancianos. La mayoría de los
países europeos, por ejemplo, están por debajo del nivel de natalidad necesario
para que la población se mantenga estable. De forma casi unánime, este
desequilibrio se ha intentado compensar mediante la afluencia de inmigrantes,
con miras a evitar un envejecimiento aún más rápido de la población, que, de
otro modo, sería económicamente inviable.
Otras zonas del mundo que anteriormente registraban una
tendencia contraria han ido pasando poco a poco al campo de los países que
envejecen. Hace tres años, según datos de la CEPAL, la
natalidad en Hispanoamérica cayó bajo el nivel de 2,1 hijos por mujer,
que es el necesario para que la población no disminuya. Asia está más o menos
en ese nivel (entre 2,1 y 2,2 hijos por mujer) y Oceanía se acerca mucho (2,4
hijos por mujer). Solo África mantiene una natalidad pujante.
El director de Catholic Culture señala que «no es probable que
esta tendencia cambie en un futuro próximo», como consecuencia de diversos
factores. Uno de ellos es que las parejas cada vez se casan más tarde,
si es que lo hacen en algún momento, y tienden a posponer los embarazos, por
criterios profesionales o de calidad de vida. En Estados Unidos, que
tradicionalmente tenía una sociedad menos envejecida que Europa, la edad media
a la que las mujeres contraen matrimonio ha pasado de los 25 a los 28 años
desde el año 2000.
Si bien la población mundial ha disminuido algunas veces a lo
largo de la historia como consecuencia de guerras o plagas, la tendencia actual
es diferente, porque no se debe tanto a factores externos sino internos de la
sociedad y su mentalidad. Al hedonismo, el declive de la familia y del
matrimonio, la banalización de la sexualidad, la profesionalización de la mujer
y el costo de la vida, se han sumado en los últimos años tendencias ideológicas
que llevan a considerar al ser humano en sí mismo
como una amenaza para el planeta. Multitud de jóvenes,
convencidos por la propaganda de la superpoblación y otras obsesiones modernas,
creen firmemente que tener hijos, de alguna forma, es antiecológico. Todo esto,
en conjunto, hace que «no haya forma de evitar una contracción masiva» de la
población, según Lawler.
Cabe concluir, por lo tanto, que «los profetas de desdichas que nos
advirtieron contra las terribles consecuencias de la superpoblación se
equivocaron». En particular, ha quedado claro que estaba
equivocado Paul Ehrlich, el famoso autor de La bomba demográfica, que en
los años setenta predijo hambrunas generalizadas por todo el mundo causadas por
el aumento de la población. Sus opiniones y las de pensadores afines desataron
un pánico
muy similar al existente en la actualidad con respecto al cambio climático,
al afirmar que las catástrofes eran inevitables aunque se tomaran medidas
drásticas para reducir la población, pero, a la vez, exigiendo que se tomaran
esas medidas. Nos amenazaron con que se iba a producir una explosión
demográfica y lo que está teniendo lugar es justo lo contrario: una «implosión
demográfica», el descenso rápido y generalizado de los nacimientos,
que parece muy difícil de evitar.
Fuente: Catholic Culture/InfoCatólica