Decía un sabio, que vivir es aprender a despedirse. La vida de la siguiente protagonista da buena cuenta de ello.
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Gloria Carús. Dominio público |
Aunque pasó una temporada muy mal, su fe ha
sido siempre el motor que le pone en marcha cada día. Hace unos días contó su
testimonio en el canal de Youtube El Rosario de las 11 pm.
"Me enamoré de un chico, once
años mayor, que vivía en Pamplona, y decidí venirme a España. Empecé a trabajar
en un colegio mayor, y al año nos casamos. Tuvimos tres hijos, uno
en 1998, otro en el año 2000 y otra en el 2002. En esa época no tenía mucho
tiempo libre, además, estaba sola, mi familia (fuimos once hermanos) vivían
todos en México", relata Bebuca, como la llaman de cariño, en su testimonio.
El guión empezó a ser otro
Sin embargo, un día todo se iba a
torcer. "Cuando mi hija pequeña tendría tres o cuatro años, a mi marido le
encontraron un cáncer de vejiga. Empezó con un tiempo de médicos,
en el que la enfermedad aparecía y desaparecía. En el 2008 le quitaron la
vejiga, y fue un momento muy duro para todos. Al año siguiente se complicó la
cosa y le tuvieron que dar quimioterapia. Pasó un tiempo y parecía que
mejoraba. Pero en el 2011, cuando tenía 50 años, le descubrieron un tumor
cerebral", relata Gloria.
El final de su marido se iba
acercando y Bebuca, que por aquel entonces tenía 39 años, recurrió a su fe para
soportar la situación. "Un día, después de la operación de la cabeza, se
empezó a encontrar mal. Le ingresaron y, cuando le llevaron a planta, me
dijeron que podía no volver a despertar. En ese momento me recorrió un calor de
terror por todo el cuerpo. Siempre fui una persona católica y hablaba
mucho con Dios. Le pregunté a Él que qué iba a pasar. Me veía sola, en otro
país y con tres hijos", comenta.
Los médicos desahuciaron a su marido
y Gloria entendió que el protagonista debía ser él. "Era el momento de
acompañarlo hasta morir. Yo dejaba que le visitaran todos sus amigos, le ponía
música clásica, y charlábamos como si estuviéramos en casa", recuerda. Y,
entonces, Luis Arturo, su marido, se despidió. "Un día se empezó a agitar,
pensé que iba a despertar, pero eran sus últimos momentos. Le pedía a Dios que
no quería verle morir, me daba mucho miedo. Al rato empezó a sudar, y me dijo:
'Bebuca me muero'. Me aterré, porque estaba sedado", confiesa.
La fe que había recibido Gloria
desde pequeña jugó un papel muy importante en aquellos momentos. "Pensé
que había que arrepentirse de los pecados, y recordé la promesa que
le había hecho a mi marido el día de mi boda, 'serle siempre fiel, en la salud
y en la enfermedad'. No somos muy conscientes cuando pronunciamos esas
palabras. Entonces, le dije que pidiera perdón a Dios por sus pecados y, a la
Virgen, que le llevara en su manto", explica.
Se le iban dos grandes apoyos
Pero este conmovedor diálogo no
terminaría ahí, y como aceptando su final, Luis Arturo diría unas últimas
palabras. "Él se tranquilizó, y yo tenía la duda de si me había escuchado.
Y, en ese momento, dijo: 'Amén, amén, amén'. A las tres de la madrugada, la
enfermera me dijo que estaba muerto. Le di las gracias a Dios de poder
haber hablado con él. Desde entonces creo que es muy importante ayudar a la
gente a morir bien", reconoce Gloria.
Como a veces ocurre en la vida, las
tragedias no vienen solas. Mientras su marido entraba y salía del hospital, a
la madre de Gloria, que vivía en Santander, le diagnosticaron un cáncer de
pulmón con metástasis. "Siempre que podía le acompañaba a las quimioterapias, yo ya
sabía lo que era aquello. Los dos se pusieron muy mal en poco tiempo,
echaba de menos a mi madre, para que me pudiera consolar. Enterramos a mi
marido y fui a verla al hospital, diez días después falleció ella",
relata.
Gloria había perdido dos de sus
grandes apoyos y necesitaba ayuda. "Mi hermana Carmen, que era soltera, me
dijo que se venía conmigo a vivir, que me ayudaría con los hijos. Fue una época
muy dulce, ella era muy alegre y me ayudaba mucho. Pero mi hija pequeña seguía
muy triste, por la pérdida de su padre. Un día, el sacerdote me dijo que los
hijos eran de Dios, que le preguntara a Él: '¿y, ahora, qué vamos hacer con
este hijo tuyo?'. Yo sabía que Dios no te abandona nunca. Que suple lo que tú
no tienes", asegura.
Pero a Gloria le iba a llegar un
segundo acontecimiento trágico en su vida. Había pasado un año de la muerte de
su marido y se cumplía el aniversario de boda de sus padres. Su hermana Carmen
había decidido viajar a Santander a visitar a su padre, pero antes llevaría a
los sobrinos al colegio. "Estaba yendo a trabajar y me encontré
con un accidente, reconocí que era mi coche. Parecía un golpe no muy
fuerte, y no me preocupé, me puse el chaleco reflectante. Y, entonces, vi a mi
hija tirada boca abajo. Fui corriendo y me di cuenta de que estaba
muerta", comenta.
Una herida en el alma
Gloria iba a sentir, por segunda vez
en su vida, aquel terrible y conocido escalofrío. "Mi hija solo tenía diez
años, y otra vez sentí ese calor, de terror y realidad, que recorría mi cuerpo.
Y, dije: 'Dios mío, está muerta, pero Tú me la diste y yo te la devuelvo'. Eso
no quiere decir que no sufra, tengo una herida en el alma, y las
heridas del alma no se curan como las del cuerpo. Perder a un hijo es
diferente, y yo lo sé", confiesa. Se quitó su abrigo y tapó a su hija.
Pero no estaban todos los que debían
estar, faltaba su hermana y otro hijo más. "Vi a mi hermana tirada en el
suelo, pero pensé que se había desmayado. Llegó la Policía y oí que había dos
muertos, supe que uno de ellos era mi hermana", explica.
Gloría añade que fue un accidente y que no cabía hacerse suposiciones. "El
día anterior mi hermana y mi hija se habían confesado", comenta Gloria con
consuelo.
"Mi hijo Ramón tampoco aparecía
y empecé a buscarlo, estaba debajo del otro coche. Me dijo que tenía una pierna
rota pero que fuera a ver a Pilar. Yo le decía que ella estaba bien, no le
quería decir que estaba muerta", reconoce. La recuperación de su hijo, más
todo el sufrimiento acumulado anteriormente, mantenían a Gloria en un cansancio
constante. "El cuerpo es un traidor que nos abandona, lo único que
te sostiene es el alma", afirma.
Alimentar el alma, para Gloria, era
lo más importante que podía hacer después de haber sufrido tantas pérdidas.
"Hay que tener el alma fuerte, no lo dejes para cuanto te vayas a morir,
nunca sabes cuando va a ser ese día. En mi familia se murió mi marido con
cincuenta años, mi madre con 70, mi hermana con 35 y mi hija de 10. Hay que
tener un relleno fuerte para que cuando vengan los golpes no nos
caigamos. Estar cerca de Dios es lo que me ha salvado",
confiesa Gloria.
"Sé que no ha sido en
vano"
La dramática situación vivida le
empezó a afectar física y psíquicamente. "Estuve tres años de baja, no
estaba bien. Cuando tocaba la revisión para incapacitarme de por vida pensé que
no iba a trabajar más. Mi vida era ir a la cafetería a leer el periódico, ver
escaparates… Han pasado varios años y, ahora, empiezo a ser más yo. No puede
ser que Dios nos mande a la tierra para ser unos desgraciados. Yo soy
feliz y tengo ilusión por ver a mis hijos crecer. Me reincorporé al
trabajo, quería ser un buen ejemplo para ellos", relata.
Gloria tiene sus trucos para cuando
tiene momentos de bajón. "Recuerdo a mi marido, cuando ya estaba enfermo,
que le decía a todo el mundo que tenía cáncer y que rezaran por él,
ya fuera en el restaurante o en la ferretería. Eso me parece muy bonito. Cada
día es una lucha: los recuerdos, estar sola… Por más que esté rodeada de gente
me falta mi marido", reconoce.
Lo que vivió con su marido, su hija,
su hermana y su madre, le ha ayudado a fortalecer su fe. "Hay que confiar
en Dios de verdad. No tener miedo. Confiar en Dios es no tener miedo, porque sé
que Tú me vas ayudar", explica. Gracias a lo que había pasado, Gloria
aprendió, también, a querer más a los demás. "Quiero querer a la gente,
porque el dolor de cada uno no se puede comparar. Tu sufrimiento es igual de
importante que el mío. El dolor es una cruz que hay que querer,
aunque cueste y duela", comenta.
Para Gloria, la vida que tiene es la
que necesitaba vivir, aunque muchas veces no lo entienda. "Algún día
entenderé a dónde ha llevado todo este sufrimiento. Sé que no ha sido
en vano. Puede que para sanar gente, sacar adelante a las almas… algún día
lo veré. No pido cuentas a Dios. Veo que cada persona es alguien que puede
sufrir dolor, y eso hace que los quiera escuchar. Mucha gente me busca, porque
se identifican conmigo en el dolor. Yo he sufrido acompañada por Dios y por mi
familia, pero hay mucha gente que sufre sola", concluye.
J. C.
Fuente: ReL