Conoció a su marido en un encuentro para enfermos de ELA, estuvo con él hasta el final
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| Solanyi vivió dos años y medio de matrimonio, hasta que la enfermedad se llevó a su marido en 2021 (Foto: Mater Mundi). |
Solanyi Castro es colombiana, tiene 44 años y hace diez meses que perdió a su
marido, que padecía una enfermedad degenerativa. La historia de cómo lo
conoció, sus dos años y medio de matrimonio, su testimonio de fe y su cercanía
con Dios, en medio del sufrimiento, se lo ha transmitido al canal de YouTube Mater Mundi.
"Nací en una familia muy católica, de pequeña tuvimos una
situación un poco dura en casa. Mi madre sufrió un accidente cruzando un río, se golpeó la
cabeza, y esto le propició una parálisis en la parte derecha de su cuerpo,
así vivió durante 25 años", comenta. A Solanyi esta experiencia le
marcaría para siempre y le serviría de entrenamiento para lo que estaba por
llegar. "Fueron años muy complicados, crecimos con la imagen de una madre que no se podía mover,
que dependía al cien por cien del cuidado de mi padre. Esto fue una
preparación de Dios", relata.
Anhelaba formar una familia
Con un modelo a seguir como el de su padre, Solanyi fue creciendo
con el deseo profundo de llegar algún día a formar una familia. "Crecí con
el anhelo de formar una familia, un hogar, de tener una pareja, de tener hijos. Siempre le pedía a Dios que quería
ese amor que veía en mi padre, cuando cuidaba a mi madre. Para mí era como
un superhéroe", explica en su testimonio. Pasaron los años y Solanyi se
hizo mayor, entró en el mundo laboral y llevaba la vida de una joven normal.
Hasta que a los 36 años le
llegó uno de los momentos más difíciles de su vida.
"Cuando me diagnosticaron ELA me asusté y pensé que me iba a
quedar en silla de ruedas, me entraron todos los miedos. Yo había conocido esta
enfermedad por un compañero de universidad, había sido muy agresiva con él, lo
conocí caminando y a los cinco años ya estaba postrado", confiesa a Mater
Mundi. Para Solanyi solo
quedaba una opción: seguir luchando por la vida, acompañada siempre de su fe.
"Empecé los tratamientos de la mano del Señor. Cuando hay situaciones difíciles
nos acordamos de que Dios existe. Me acerqué más a Él, pidiéndole que
quería vivir una vida normal, sabía que habíamos vivido la situación de mi
madre, y tenia mucho miedo. Yo
le preguntaba que qué iba a ser de mi vida cuando me quedara inválida",
relata. Solanyi empezó a acudir a un grupo para pacientes donde recibía
indicaciones y apoyo emocional. Aquella alerta que había recibido solo era un
aviso para que recondujera su vida, la enfermedad no estaba avanzando a gran
velocidad.
La petición que le hizo a
Dios
Sin embargo, el sueño de formar una familia se veía cada vez más
lejano y, parecía, que Solanyi tiraba la toalla. "Si no había tenido ya una familia, mucho menos la tendría ahora.
Me cerré totalmente a esa idea, y empecé a acercarme más al Señor, a ir a la
Iglesia. Le decía a Él que quería estar sana, pero ese vacío de no llegar a
encontrar pareja estaba en mi corazón", comenta. Hasta que un 31 de
diciembre le pidió algo muy especial a Dios. "Salí a la calle y miré al cielo, la luna estaba gigante, muy
hermosa, y le pedí al Señor que ese año, que comenzaba, me regalara un novio: alto,
inteligente, profesional… Se lo describí punto por punto, y, sobre todo, que
fuera un hombre de Dios", comenta.
Aquel año estaba a punto de terminar, pero, Solanyi, iba a recibir
una de las grandes sorpresas de su vida. "Un día nos invitaron a un encuentro de pacientes, tenía miedo a ir,
sabía que me iba a enfrentar a personas con la enfermedad muy avanzada,
pero me arriesgué y fui", confiesa. En esa reunión conocería a alguien muy
especial. "Estábamos hablando y de repente llegó un hombre alto, caminando con unas muletas. Me
sorprendió mucho, porque era muy grande. Muchos lo saludaban, porque
llevaba 15 años diagnosticado con esa enfermedad", señala.
En aquel primer encuentro no hablarían mucho. "Cuando nos
íbamos, vi que él se puso de pie y le dije que si necesitaba ayuda para coger
un taxi, me dijo que tenía el coche fuera. Pensé que cómo haría para conducir. Al salir de aquella reunión me di
cuenta de lo mucho que afectaba esa enfermedad a nivel cognitivo. Me entró
mucho miedo. Al cabo de una semana, recibí un mensaje, alguien me
saludaba y era él. Empezamos a hablar, nos volvimos muy amigos, encontramos
muchas cosas en común, que teníamos la misma edad, que ambos habíamos perdido
la esperanza de encontrar pareja...", comenta Solanyi.
Agarrados a la oración
Y, entonces, empezaron a ser novios. "Veía en esa mirada
mucha sinceridad y honestidad, me parecía muy guapo, pero, también me gustaba
su conexión con Dios. Siempre le daba gracias a Él. Me di cuenta de que se había reconciliado con su enfermedad, de
que no había perdido su independencia, de que siempre estaba acompañado de esa
vida espiritual. Él me contaba que de joven iba con sus padres a misa, que
le gustaba mucho la alabanza. Empezamos
a rezar juntos y a darle gracias a Dios por todo. Eso me empezó a llenar y
pensé que igual era este el hombre indicado", confiesa.
Fueron novios
durante dos años y medio, un tiempo que les sirvió para intensificar su vida
espiritual y para consagrarse a la Virgen María.
"Empezamos nuestro noviazgo de la mano del Señor. Nos unimos al grupo
parroquial de nuestra iglesia, al grupo de parejas. Era muy bonito ver cómo nos
veían como novios el resto de personas. Entonces decidimos casarnos, quisimos que fuera un momento para mostrar
al mundo que no hay limitaciones mas allá de las que tú te pones en tu mente.
Ese día le canté a él, y preparamos un baile. Nadie esperaba que lo hiciera, y
cuando empezó a bailar, fue algo muy especial", relata Solanyi.
Pero otro giro de guión estaba a punto de llegar, a la vida de
esta pareja de recién casados. La pandemia del covid 19 atacaba con fuerza
Colombia y el miedo volvió a llamar a su puerta. Debido a la enfermedad que
padecían ambos, debían tomar inmunodepresores que, ante cualquier virus, podían
quedar totalmente indefensos. Entonces, se contagiaron del virus y él empezó a tener fiebre
persistente. Su cuerpo no le respondía y sufrió una recaída muy fuerte en su
enfermedad. Fueron hospitalizados juntos, para que Solanyi pudiera
atenderlo.
Todo se iba complicando cada vez más. "La fiebre no bajaba y
lo trasladaronn a la UCI. Yo ya no podía acompañarlo, y lo dejé en manos de
Dios. Regresé a casa, y fui intensificando mi oración. Rezaba con mi familia,
todas las noches, el Santo Rosario. Fue mi duro verlo entubado. Dios me daba fuerzas para estar
animada cuando estaba con él, aunque al salir me derrumbara. Le decía que
rezáramos juntos, que yo sabía que me escuchaba. Le llevaba mensajes de su
familia, y, a veces, él movía los párpados", cuenta.
"Entendí que no era
mío"
La vida de su marido se apagaba poco a poco. "El médico me
dijo que la situación no era fácil, que si quería llevar a un sacerdote. El
padre lo visitó y me dijo que qué quería para él, le dije que le diera el sacramento de la Unción. Mientras el
sacerdote rezaba, yo estaba de rodillas, llorando. Con los ojos cerrados le
decía a Dios que no me lo quitara, pero, después, entendí que no era mío. Empecé a recitar el salmo 23, nos
identificábamos mucho con él los dos, y, de repente, bajó por su mejilla una
lágrima. Le dije a mi hermana, que me acompañaba en ese momento, que
llamáramos a todos los grupos de oración", comenta Solanyi.
La muerte se acercaba y Solanyi no se separaba de él. "Le
acariciaba la frente y le hablaba. Cerré mis ojos y le dije al Espíritu Santo
que me iluminara, que me llenara, porque sola no podía. Entonces, le dije a la
Virgen que se lo entregaba, y empecé
a ver a María tomarlo en sus brazos, que lo arropaba con su manto y lo cargaba. Yo
le decía a él que estuviera tranquilo, que María le llevaba, y que ya había
hecho todo lo que tenía que hacer. A medida que yo le hablaba, la Virgen caminaba por un camino
oscuro, que tenía una luz al fondo, que iluminaba todo", explica.
Y, entonces, se iba a producir la entrega definitiva, del que
había sido su marido y el hombre al que tanto había querido. "Veía a la
Virgen llevándolo en sus brazos, con su cabello largo y su manto hermoso. Abrí
los ojos y vi la pantalla de sus signos vitales, que empezaban a bajar. Volví a
cerrar los ojos y había
una puerta cerrada con destellos de luz a los lados. La puerta estaba cada vez
más cerca y le dije que la abriera, porque allí estaba Nuestro Señor para
recibirle, con una gran fiesta preparada para él. Abrí los ojos, y
contemplé cómo exhalaba por última vez. Sentí algo que salía de su cuerpo, como
si fuera su alma. En ese momento, le di gracias a Dios, por su vida",
relata.
Y, en ese momento, Solanyi tuvo mucha paz. "Entré en un estado
de tranquilidad absoluto, no lloraba. Después de un rato, le conté a mi hermana
lo que había vivido, y le
decía al Señor que quién era yo para que me permitiera haber visto eso tan
hermoso. Era como si caminara sobre una especie de espuma", explica.
Cuando pasaron las exequias tocaba enfrentarse a la realidad. "Volví a mi
vida normal y le agradecí al Señor poder conocer mejor el misterio de la
muerte. Antes veía la
muerte como el final, pero no hay un final, mi marido estará vivo para toda la
eternidad. Mi matrimonio no fue hasta que la muerte nos separe, al contrario,
estoy mucho más unida a él", concluye.
J. C.
Fuente: ReL
