La familia de Monseñor Zinkovskiy fue deportada en la URSS: hoy es obispo en Karaganda
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Mons. Yevgeniy Zinkovskiy, obispo auxiliar de Karaganda, Kazajistán |
Precisamente, este joven obispo proviene de una de estas familias.
Sus abuelos eran de origen polaco en una zona que pasó a formar parte de
Ucrania y por tanto de la Unión Soviética. Fueron deportados hasta esta zona de Kazajistán, a la postre
donde acabaría naciendo monseñor Zinkovskiy.
“Los que
crecimos en la antigua Unión Soviética sabemos lo que es el ateísmo y la
miseria de la falta de fe. Siempre pensamos que la gente en Occidente
creía en Dios. Pero, con el tiempo, todos han visto que esto no es del todo
cierto. Por eso toda persona, dondequiera que esté hoy, se enfrenta en su vida
al desafío de la fe y a la invitación del Señor a acoger su Amor”, afirma sobre
su juventud en la URSS y la secularización actual de Occidente.
Su historia es de lo más llamativa. Debido a la furibunda persecución que había contra la fe
nunca le hablaron de Dios hasta los 15 años, cuando casi por casualidad se
enteró de que su padre y su abuela eran fervientes católicos. Para proteger a
su familia nunca lo exteriorizaron. Aún así, luego supo que en su familia
habían acogido de manera clandestina a sacerdotes y monjas durante aquellos
duros años.
Sin embargo, acabó conociendo a Dios y cuando el telón de acero se
venía abajo, un sacerdote
polaco visitó su pueblo. Lo hizo enarbolando una fe sin complejos y
vistiendo ropa clerical. Este hecho le dejó completamente en shock, y fue el
punto de inflexión que cambiaría su vida para siempre.
CARF (Centro Académico Romano Fundación), organización
que ayuda en la formación de seminaristas y sacerdotes, ha entrevistado al
nuevo obispo auxiliar de Karaganda, que justamente siendo sacerdote recibió una
beca de esta fundación para estudiar en Roma y prepararse para formar a los futuros pastores en
el seminario de Karaganda, el único existente en toda Asia Central. Pese a
la fragilidad de estas Iglesias minoritarias Dios sigue llamando a jóvenes al
sacerdocio y a la vida religiosa.
Monseñor Zinkovskiy es consciente de las dificultades de la
Iglesia en Kazajistán, pero afirma que el Señor da alegría en su misión:
“además de servir en la curia, el seminario y la Conferencia Episcopal de Asia
Central tengo la oportunidad
de visitar nuestras comunidades parroquiales, a nuestros fieles, hermanas
monjas y sacerdotes, que están sirviendo celosamente a la Iglesia”.
Por otro lado, el joven obispo hace una breve radiografía del
catolicismo en este enorme país asiático explicando que “la Iglesia Católica en
Kazajistán es una iglesia minoritaria. Pero es a nosotros que el Señor dice:
‘No temáis, pequeño rebaño’. Los
fieles católicos de aquí son en su mayoría descendientes de los pueblos
deportados a nuestro país durante las represiones estalinistas. Por lo
tanto, todavía hay en nosotros un cierto temor, también por la fe. Pero ahora
hay libertad religiosa en nuestra nación. Podemos aprender en la práctica cómo
vivir con personas que no son creyentes o que creen de manera diferente”.
El obispo auxiliar de Karaganda explica que él mismo es
descendiente de estos deportados y confiesa a CARF que “siendo niño no sabía” esta historia familiar.
“Nadie nos habló de ello. De
pequeños vivimos y fuimos educados en el espíritu soviético, sin fe, sin Dios.
Fue sólo más tarde que ‘accidentalmente’ descubrí que mi abuela y mi padre eran
católicos devotos. Guardaron silencio por temor a que sufriéramos por nuestra
fe como ellos sufrieron. Pero rezaban sinceramente por nosotros. Recuerdo estar
sentado en el regazo de mi padre cuando era niño y sentir su mano pasar por un
extraño rosario. Ahora sé que a menudo rezaba el rosario”, relata monseñor
Zinkovskiy.
De hecho, desvela que su propio padre una vez quiso ser sacerdote,
pero en la Unión Soviética le fue imposible. Sin embargo, Dios le dio dos
regalos más adelante: una hija monja y un hijo sacerdote y ahora también obispo. “Ahora ya puede regocijarse
por esto desde el cielo”, asegura.
Tal y como dijo anteriormente no pudo ser educado en la fe debido
a la persecución que había en aquellos momentos. El ahora obispo afirma que la
URSS era un estado ateo por lo que “nunca escuchó "una palabra acerca de Dios" hasta los
15 años.
Sin embargo, en la clandestinidad sí se intentó mantener viva esta
llama de la fe. “Las personas religiosas sí se esforzaron mucho por celebrar
las festividades de la Iglesia. Muchas familias acabaron mezclándose en
distintas tradiciones religiosas. Nuestra familia era católica y ortodoxa, así
que celebramos dos navidades y dos pascuas cada año. Los católicos de nuestra
familia eran más religioso y la vivieron con valentía: hospedaron a sacerdotes y monjas
en secreto. Nuestra abuela incluso tenía una habitación especial.
Todavía recuerdo siendo niño sentir el asombro y la reverencia de mi padre
cuando entraba. Lo veía repasando en secreto iconos y cruces. Podía sentir su
devoción por algo hermoso, aunque no le escuchase decir nada acerca de Dios”,
explica.
Sin embargo, una vez que conoció a Dios a la vez que el telón de
acero caía se enamoró de la fe católica. Todavía recuerda el momento exacto que
transformó su existencia: “mi vida cambió cuando un sacerdote católico de
Polonia vino a nuestro pueblo. No tenía el miedo que retenía al pueblo de la Unión
Soviética. Caminaba
abiertamente con ropa sacerdotal e invitaba a la gente a ir a la capilla y
rezar públicamente a Dios. Esta invitación también se extendió a nosotros”.
Un tiempo después un jovencito Yevgeniy Zinkovskiy acompañó a este
sacerdote en los viajes a los distintos pueblos donde había católicos. De ahí
extrajo una lección fundamental pues vio que había muchas personas que creían en Dios pero que no tenían ni
una iglesia ni podían conocerlo a través de los sacramentos.
“Después de un tiempo, escuché
la voz de Dios llamándome a ser sacerdote. Pero, ¿cómo encontrar un lugar
para convertirse en sacerdote católico? No había seminario católico en
Kazajistán o en Rusia en ese momento. Pero tuve suerte. El abad me dijo que
podía ir a Polonia, convertirme en sacerdote allí y regresar a Kazajistán”,
añade.
A su vuelta de Polonia ya como sacerdote se define como un hombre
feliz que quería compartir la Buena Nueva. Estuvo en una parroquia, iba a otros pueblos donde no
había estructuras de la Iglesia y ayudaba al obispo. Y entonces en el país se
decidió abrir un seminario
en Karaganda, en principio para los jóvenes de todo Kazajistán pero que se
acabaría ampliando a toda Asia Central.
“Este
seminario necesitaba formadores locales. Así que el obispo me envió a
estudiar a la Universidad de la Santa Cruz en Roma para que cuando volviera
pudiera enseñar a nuestros jóvenes”, explica el ahora obispo, que da las
gracias a CARF por haberle concedido aquella beca y darle la oportunidad de
servir así a sus hermanos católicos.
“Después de terminar mis estudios pude regresar a Karaganda y
enseñar Filosofía en el seminario. Pero no solo eso: la filosofía ayuda a una persona en su búsqueda para comprender
a otra persona. Especialmente ahora cuando tantos sucesos, tragedias y dolores
aparentemente incomprensibles están sucediendo a nuestro alrededor. La
fe en Dios nos da respuestas, pero hay tantos que no creen a nuestro alrededor…
¿Cómo los entendemos? ¿Cómo podemos ayudarlos?”, señala sobre la importancia de
esta formación.
Fuente: ReL