El Papa Francisco invita a las parroquias y comunidades a realizar una obra de misericordia visitando a los ancianos que están solos
Una abuela abraza a su pequeña nieta en la frontera entre Polonia y Ucrania |
En su mensaje
con motivo de la segunda Jornada Mundial de los Abuelos, que se celebra el 24
de julio, Francisco exhorta a ser "dueños de un modo de vida pacífico y
atento a los débiles", protegiendo el mundo, mirando la vejez como un
tiempo de oración para convertir los corazones. Además, invita a las parroquias
y comunidades a realizar una obra de misericordia visitando a los ancianos que
están solos
Es un tiempo de
prueba el que vive el mundo, marcado por la pandemia, una "tormenta
inesperada y furiosa", por una guerra "que hiere la paz y el
desarrollo a escala mundial", pero atención al riesgo concreto – dice el
Papa en su Mensaje para la Jornada Mundial de los Abuelos y los Ancianos –
de no mirar otras "epidemias" y "otras formas generalizadas de
violencia que amenazan a la familia humana y a nuestra casa común".
Una de estas
formas de violencia, subraya repetidamente el Santo Padre, es olvidar a los
ancianos, descartarlos, el pensar que ellos ya no tengan "frutos que
dar". Una referencia al tema que el Papa ha elegido para esta segunda
Jornada, prevista para el 24 de julio, y centrada en el versículo del Salmo 92:
"En la vejez todavía darán fruto". Estas palabras, explica, van
"a contracorriente de lo que el mundo piensa de esta edad de la vida; y
también con respecto a la actitud resignada de algunos de nosotros, los
ancianos, que van adelante con poca esperanza y sin esperar nada del
futuro".
Francisco
recuerda que muchos "la vejez les causa miedo" porque la ven como una
enfermedad y eso los induce a evitar "cualquier tipo de contacto" con
los ancianos. La solución suele ser relegarlos en estructuras que se encargan
de ellos, abrazando así "la cultura del descarte" que autoriza,
subraya el Papa, caminos separados entre "nosotros" y
"ellos".
Pero, en
realidad, una vida larga – así enseña la Escritura – es una bendición, y los
ancianos no son parias de los que hay que alejarse, sino signos vivos de la
benevolencia de Dios que otorga vida en abundancia. ¡Bendita la casa que
custodia a un anciano! ¡Bendita sea la familia que honra a sus abuelos!
Ninguna condena
Para el Papa,
esta edad es difícil de entender, porque no estamos preparados para aceptarla y
porque se ofrecen "planes de asistencia, pero no proyectos de
asistencia". Se miran las arrugas que hay que ocultar, pero no se entrevé
un horizonte; se interioriza de tal modo la misma cultura del descarte. El
Salmo, explica el Pontífice, viene en socorro porque es en el confiar en el
Señor donde "encontraremos la fuerza para multiplicar la alabanza".
Descubriremos
que envejecer no es sólo el deterioro natural del cuerpo o el inevitable paso
del tiempo, sino el don de una larga vida. ¡Envejecer no es una condena, sino
una bendición!
No limitarnos a
“balconear”
Francisco
indica así el modo para llevar una vejez espiritualmente activa mediante
"la lectura asidua de la Palabra de Dios, la oración diaria, la
familiaridad con los Sacramentos y la participación en la Liturgia".
Alimentar la relación con Dios y con los demás es el camino, sobre todo
ofreciendo afecto a nuestros vecinos, pero también a los pobres y a los que
sufren.
Todo esto nos
ayudará a no sentirnos meros espectadores en el teatro del mundo, a no
limitarnos a "balconear", a estar ante la ventana. En cambio, si
agudizamos nuestros sentidos para reconocer la presencia del Señor, seremos
como "olivos verdes en la casa de Dios", podremos ser una bendición
para quien vive junto a nosotros.
Una revolución
desarmada
En el mensaje
en el que el Papa utiliza a menudo la palabra "nosotros",
refiriéndose a los ancianos y a los abuelos, insiste en una misión a la que
están llamados: ofrecer una importante contribución a la revolución de la
ternura, "una revolución espiritual y desarmada" que hay que vivir
como protagonistas.
Convertirse en
"artífices" a través de la oración – es la indicación de Francisco –
para "acompañar el grito de dolor de quien sufre" y que puede
contribuir a cambiar los corazones, a desmilitarizarlos, "permitiendo que
cada uno reconozca en el otro a un hermano". Llegar a ser, por tanto,
"poetas de la oración", expresión de un gran "coro" que
sostenga con la alabanza y la súplica "a la comunidad que trabaja y lucha
en el campo de la vida".
Y nosotros, los
abuelos y los ancianos, tenemos una gran responsabilidad: enseñar a las mujeres
y a los hombres de nuestro tiempo a ver a los demás con la misma comprensión y
la misma mirada tierna que dirigimos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra
humanidad al ocuparnos del prójimo y hoy podemos ser maestros de un modo de
vivir pacífico y atento a los más débiles.
Custodios de
los niños que sufren
"Uno de
los frutos que estamos llamados a llevar – escribe el Papa – es el de custodiar
el mundo".
Custodiemos en
nuestro corazón – como hacía San José, padre tierno y bondadoso – a los
pequeños de Ucrania, de Afganistán, de Sudán del Sur...
Esta
conciencia, explica Francisco, proviene de saber que "no nos salvamos
solos, que la felicidad es un pan que se come juntos" y por eso los
abuelos y los ancianos están llamados a testimoniarlo a quien cree tener éxito
en la contraposición con los demás. "Todos – se lee en el mensaje –
incluso los más débiles, pueden hacerlo: nuestro dejarnos cuidar – a menudo por
personas que provienen de otros países – es un modo para decir que vivir juntos
no sólo es posible, sino necesario".
Visitar a los
ancianos
Para concluir,
el Papa Francisco invita a celebrar juntos la Jornada Mundial de los Abuelos y
de los Ancianos, invitando a las parroquias y a las comunidades a visitarlos
"en su casa o en las residencias donde son huéspedes", porque de un
encuentro puede nacer la amistad. "Hagamos que nadie viva este día
en la soledad. ¡La visita a los ancianos solos es una obra de misericordia en
nuestro tiempo!".
Pidamos a la
Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución de
la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y del
demonio de la guerra.
Benedetta
Capelli – Ciudad del Vaticano
Vatican News