La santidad no va separada de lo cotidiano
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Un ambiente de
gran celebración esta mañana en una abarrotada Plaza de San Pedro para la
proclamación de diez nuevos santos. Francisco: "sus vidas fueron un
reflejo de Dios en la historia, vocaciones abrazadas con entusiasmo y gastadas
dándose generosamente a todos"
En una mañana
soleada en la plaza San Pedro el Papa Francisco presidió la celebración
Eucarística y el rito de canonización de diez beatos. De cada uno, el cardenal
Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos,
presentó una breve hagiografía. Ellos son: Titus Brandsma, Lázaro conocido como
Devasahayam, César de Bus, Luigi Maria Palazzolo, Justin Maria Russolillo,
Carlos de Foucauld, Marie Rivier, María Francisca de Jesús Rubatto, Maria di
Gesù Santocanale y Maria Domenica Mantovani.
"Amar
significa servir y dar la vida, -dijo Francisco en su homilía-, servir es no
anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y
la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la
autorreferencialidad… Dar la vida, es salir del egoísmo para hacer de la
existencia un don. El Señor tiene un proyecto de amor para cada uno de
nosotros, cada uno tiene que seguir ese camino de santidad".
Servir, -indicó también el Papa-, significa no anteponer los propios intereses, desintoxicarse
de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la
indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y
los dones que Dios nos ha dado. Preguntémonos, concretamente, “¿qué hago por
los demás?” y vivamos las cosas ordinarias de cada día con espíritu de
servicio, con amor y silenciosamente, sin reivindicar nada. Dar la vida, es
también tocar y mirar, tocar la carne de Cristo en nuestros hermanos.
Además, el Papa
dijo que la santidad no está hecha de algunos actos heroicos, sino de
mucho amor cotidiano. Cada uno de nosotros, podemos amar al otro como Cristo
nos ha amado. Es tan simple el camino de la santidad.
Expresó el
Pontífice, somos nosotros que lo complicamos. El Señor, dijo, tiene un proyecto
de amor para cada uno, tiene un sueño para nuestras vidas.
«Así como
yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros»
En su homilía,
el Papa Francisco, recordando el Evangelio de hoy, manifestó que Jesús
entregó “a los suyos antes de pasar de este mundo al Padre, palabras que
expresan lo que significa ser cristianos: «Así como yo los he amado, ámense
también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34)”.
Este es el
testamento que Cristo nos dejó, dijo el Papa, el criterio fundamental para
discernir si somos verdaderamente sus discípulos o no: el mandamiento del amor:
“Consideremos dos elementos esenciales de este mandamiento: el amor de Jesús
por nosotros —así como yo los he amado— y el amor que Él nos pide que vivamos —ámense
los unos a los otros”.
Y repasando
esas palabras de Jesús que dice: “como yo los he amado”, el Papa nos
recordó que Jesús no ha amado “hasta el extremo, hasta la entrega total de sí.
Impacta ver que pronuncia estas palabras en una noche sombría, mientras el
clima que se respira en el cenáculo está cargado de emoción y preocupación”:
“Emoción porque
el Maestro está a punto de despedirse de sus discípulos. Preocupación porque
anuncia que precisamente uno de ellos lo traicionará. Podemos imaginar qué
dolor tendría Jesús en su alma, qué oscuridad se acumulaba en el corazón de los
apóstoles, y qué amargura ver a Judas que, después de haber recibido del
Maestro el bocado mojado en su plato, salía de la sala para adentrarse en la
noche de la traición. Y, justo en la hora de la traición, Jesús confirmó el
amor por los suyos. Porque en las tinieblas y en las tempestades de la vida lo
esencial es que Dios nos ama”.
Dios nos ama
Este es el
anuncio central en la profesión y en las expresiones de nuestra fe, afirmó el
Papa, y «no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó primero» (1 Jn 4,10). No lo olvidemos nunca, aseveró, es un amor “que
no hemos merecido”, sin embargo “somos amados”, éste es nuestro valor: somos
amados:
“No son
nuestros talentos y nuestros méritos los que están en el centro, sino el amor
incondicional y gratuito de Dios, que no hemos merecido. En el origen de
nuestro ser cristianos no están las doctrinas y las obras, sino el asombro de
descubrirnos amados, antes de cualquier respuesta que nosotros podamos dar”.
El mundo quiere
frecuentemente convencernos de que sólo valemos si producimos resultados,
siguió su homilía, el Evangelio nos recuerda la verdad de la vida: somos
amados. Tras mencionar a H. Nouwen, un maestro espiritual de nuestro
tiempo que escribió: «Antes de que cualquier ser humano nos viera, hemos sido
mirados por los amorosos ojos de Dios. Antes de que alguien nos escuchara
llorar o reír, hemos sido escuchados por nuestro Dios, que es todo oídos para
nosotros. Antes de que alguien en este mundo nos hablara, la voz del amor
eterno ya nos hablaba».
El Papa afirmó
que esta verdad nos pide una conversión en relación con la idea que a menudo
tenemos sobre la santidad. A veces, -dijo- insistiendo demasiado sobre nuestro
esfuerzo por realizar obras buenas, hemos erigido un ideal de santidad basado
excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal, en la capacidad de
renuncia, en sacrificarse para conquistar un premio. Es una visión a veces
demasiado pelagiana de la vida, de la santidad, afirmó.
"Dios nos
ha amado primero, nos ha esperado, Él nos ama. Continúa amándonos, esta es
nuestra identidad: amados por Dios. Esta es nuestra fuerza: amados por
Dios".
La santidad no
va separada de lo cotidiano
De este modo,
Francisco señaló que “hemos hecho de la santidad una meta inalcanzable, la
hemos separado de la vida de todos los días, en vez de buscarla y abrazarla en
la cotidianidad, en el polvo del camino, en los afanes de la vida concreta”, Y
afirmó que ser discípulos de Jesús es caminar por la vía de la santidad y, ante
todo, dejarse transfigurar por la fuerza del amor de Dios:
“El amor que
recibimos del Señor es la fuerza que transforma nuestra vida, nos ensancha el
corazón y nos predispone para amar. Por eso Jesús dice —y he aquí el segundo
aspecto— «así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a
los otros». Este así no es solamente una invitación a imitar el amor
de Jesús, significa que sólo podemos amar porque Él nos ha amado, porque da a
nuestros corazones su mismo Espíritu, Espíritu de santidad, amor que nos sana y
nos transforma”. Por eso, podemos amar, en cada situación y con cada hermano y
hermana que encontramos, porque somos amados y tenemos la fuerza de amar. Así
como soy amado, puedo amar. Siempre, el amor que doy unido al de Jesus por mi:
así como Él me ama, puedo amar. es simple la vida cristiana, ¡Es simple!
nosotros la complicamos, con tantas cosas, pero es simple. No olvidemos la
primacía de Dios sobre el yo, del Espíritu sobre la carne, de la gracia sobre
las obras. Y a veces damos más peso, más importancia al yo, a la carne que a
las obras. No: la primacía de Dios sobre el yo, del Espíritu sobre la carne, de
la gracia sobre las obras".
Cómo vivir este
amor: sirviendo y dando la vida
El Papa nos
cuestiona, y nos preguntó cómo vivimos este amor, qué significa vivir este
amor, y recordó que antes de este mandamiento, Jesús les lavó los pies a sus
discípulos; y después de haberlo pronunciado, se entregó en el madero de la
cruz, por tanto:
“Amar significa
esto: servir y dar la vida”
Servir, dijo
Francisco, significa no anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los
venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y
la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y los dones que
Dios nos ha dado. Preguntémonos, concretamente, “¿qué hago por los demás?” y
vivamos las cosas ordinarias de cada día con espíritu de servicio, con amor y
silenciosamente, sin reivindicar nada.
Dar la vida,
que no es sólo ofrecer algo, como por ejemplo dar algunos bienes propios a los
demás, sino darse uno mismo, afirmó, es salir del egoísmo para hacer de la
existencia un don, estar atentos a las necesidades de quienes caminan a nuestro
lado, gastarnos por quienes tienen necesitad, tal vez también de ser
escuchados, de nuestro tiempo, de una llamada.
"Me gusta
preguntar a las personas que me piden un consejo: Dime ¿das la
limosna? -si Padre, doy la limosna a los pobres
Y cuando das la
limosna ¿tocas la mano de la persona? o le botas la limosna y haces así para
limpiarte?... ¿Cuándo das la limosna miras a los ojos a la persona que ayudas o
miras para otra otro lado? y sonrojando dicen: No, no lo toco. No,
no lo miro.
Tocar y mirar,
tocar y observar la carne de Cristo que sufre en nuestros hermanos y hermanas.
esto es muy importante. esto es dar la vida".
La santidad
está hecha de amor cotidiano
“La santidad no
está hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano. «¿Eres
consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás
casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo
lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y
competencia tu trabajo al servicio de los hermanos, luchando por la justicia de
tus compañeros, para que no se queden sin trabajo, para que tengan siempre el
salario justo.... ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con
paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando
por el bien común y renunciando a tus intereses personales» (Exhort. ap. Gaudete
et exsultate, 14)”.
Este es el
camino de la santidad, ¡es tan sencilla! dijo, pero siempre mirar a Jesus en
los demás. Es así como todos estamos llamados a servir al Evangelio y a
los hermanos y a ofrecer nuestra propia vida desinteresadamente, sin buscar
ninguna gloria mundana, por último, recordando a los nuevos santos, el
Pontífice señaló que vivieron la santidad de este modo: se desgastaron por el
Evangelio abrazando con entusiasmo su vocación —de sacerdote, de consagrada, de
laico—, descubrieron una alegría sin igual y se convirtieron en reflejos
luminosos del Señor en la historia. Intentémoslo también nosotros, afirmó,
porque todos estamos llamados a la santidad, a una santidad única e
irrepetible. Sí, el Señor tiene un proyecto de amor para cada uno, tiene un
sueño para nuestras vidas.
Patricia Ynestroza, Ciudad del Vaticano
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