La Iglesia celebró el 10 de mayo la fiesta de san Juan de Ávila (1499-1569)., patrono del clero español.
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Foto: Diócesis de Segovia |
Su camino, sin embargo,
estaba en España y, más concretamente, en Andalucía, donde ejerció su
ministerio con tanta dedicación que se le ha llamado «apóstol de Andalucía».
La liturgia, en la oración colecta de la Eucaristía, le llama, sin embargo, «maestro ejemplar» para el pueblo cristiano. Todo lo que hizo —estudio, predicación, fundaciones, dirección de almas— tenía como horizonte el pueblo cristiano, convencido como estaba de que sólo la reforma del pueblo cristiano podía dar a la Iglesia su verdadero rostro, el de la santidad. Para alcanzar este fin, comprendió que, sin sacerdotes ejemplares, celosos y abnegados, la suerte del pueblo cristiano peligraba.
En este sentido, se
adelantó al concilio de Trento, como lo muestran sus Memoriales, en el afán de la
reforma del clero, y sintoniza perfectamente con el Concilio Vaticano II cuando
afirma que la santidad del clero es elemento necesario para la edificación del
pueblo cristiano: «Aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la
salvación, también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere,
por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes […] por su
íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol:
"Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal. 2, 20)» (PO 12).
Los escritos de san Juan de Ávila ponen de relieve la mayor
preocupación de quien ha sido llamado con toda razón por el historiador Hubert
Jedin «reformador de la Iglesia», en el sentido más literal de la expresión.
Para llevar adelante la reforma, de la iglesia y del clero, utilizó dos
instrumentos de raíz evangélica. El primero fue la palabra. El epitafio
lacónico de su tumba —messor eram (fue
sembrador)— apunta a la predicación como medio para instruir y consolar al
pueblo. La palabra predicada con sabiduría y fortaleza echa raíces en el
corazón de los fieles y produce la conversión, como ocurrió de forma inmediata
con san Juan de Dios en Granada cuando escuchaba su predicación. Preparar la
predicación, orarla antes de proclamarla, es una lección que nos ha dejado a
quienes somos sembradores de la palabra.
El segundo medio es la dirección de almas, hermosa expresión que san Juan de Ávila ha engrandecido con su magisterio sobre la paternidad espiritual, que tiene en san Pablo su fundamento: «Por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús» (1 Cor 4,15). No puede expresarse con más claridad la relación entre Palabra de Dios y paternidad espiritual, que no es una expresión meramente alegórica, sino que entraña un realismo que solo entienden quienes dedican su vida a engendrar y alumbrar la vida eterna en sus fieles.
Por ello, no debemos celebrar su fiesta solo los sacerdotes por ser
nuestro patrono particular, sino todo el pueblo de Dios. Solo así mostraremos
que nuestro sacerdocio ministerial y el sacerdocio bautismal de los fieles son
inseparables, viven de una positiva dialéctica que pone de relieve la súplica
que elevamos a Dios en la liturgia del santo maestro ejemplar: «Haz que también
en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus
ministros».
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia