Una joven vocación marcada por una enfermedad y por la llamada a una vida misionera
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Pablo fue ordenado este sábado nuevo sacerdote de la diócesis de Cartagena. Dominio público |
En
dicho seminario internacional y misionero instalado en la diócesis de Cartagena se forman para el
presbiterado 24 jóvenes, originarios de nueve países diferentes: Italia,
Polonia, Irak, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Brasil, Chile y
España.
Uno
de estos neosacerdotes, Pablo Martínez García ofrecía poco antes de su
ordenación su propio testimonio a la diócesis. Este joven de 25 años natural de Alicante relata que
fue en la Jornada Mundial de la Juventud de
Madrid cuando empezó a rondarle por primera vez la idea del sacerdocio.
Pablo
explica que acudió a aquella peregrinación con la parroquia sin grandes
expectativas, pero se sintió muy impresionado por la experiencia y el ambiente
de Cuatro Vientos, donde tenía lugar el encuentro con el Papa Benedicto XVI.
Después participó en un encuentro con el iniciador del Camino Neocatecumenal, Kiko Argüello, en Cibeles donde él
empezó a sentirse inquieto y nervioso, sin saber por qué: “En el momento de
pedir vocaciones al sacerdocio me turbé y pensé: ojo, que puede ser”, cuenta
Pablo.
Sin
embargo, no dijo nada y, en su día a día, en su vivencia de la fe en comunidad,
poco a poco sintió como aquella inquietud iba tomando forma. Después del
verano, fue a una convivencia vocacional. Tal y como relata a la web de la diócesis de Cartagena allí
pidió “una palabra”, en la oración, y abrió la Biblia al azar y se encontró con
esto: “antes de formarte
en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré:
te constituí profeta de las naciones. Yo repuse: ¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que
no sé hablar, que solo soy un niño. El Señor me contestó: No digas que eres un
niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas
miedo, que yo estoy contigo para librarte, oráculo del Señor”. (Jeremías 1,
5-8).
Al
leer aquella palabra se quedó boquiabierto. “Cerré la biblia, me puse a llorar, decidí rotundamente
que yo no me movía de donde estaba, pero luego cuando pidieron vocaciones para
el seminario, me levanté y di mi disponibilidad”, relata.
Aunque
con incertidumbre, Pablo puso su vida a disposición de la Iglesia y de la
llamada que había sentido. Una decisión aceptada tanto en su casa como en la
parroquia, pero en el instituto y entre sus amigos, no era tan favorable; por
lo que empezó un tiempo de rechazo a su vocación: “Oía lo que se dice: para ser feliz hace falta dinero, una
novia, triunfar, un buen trabajo… entonces yo durante todo ese año me
construí una vida en la que se supone que tenía que ser feliz: me eché una
novia, trabajaba en la cantina del instituto, estaba en el equipo de futbol…
tenía todo lo que un zagal de 16 años podía tener”.
Pero una grave enfermedad le obligó a
parar. Pablo afirma que “todo lo que me había construido durante ese año
desapareció, y el Señor me regaló ver que lo que permanecía era lo que él me
había dado: mi familia y mis hermanos de comunidad”.
Y
pese a todo, a través de su enfermedad vio importantes gracias. Durante este
tiempo que estuvo convaleciente su
padre se convirtió y su hermano también se acercó a la Iglesia.
“Una
noche estaba en la cama con fiebre, no podía dormir, y fui a la biblioteca de
mi casa y cogí un libro, el libro más finito que había -no había leído un libro
en mi vida-. Era el Kerigma de
Kiko Argüello. Me lo leí, no sé ni por qué, y cuando terminé de leérmelo dije:
‘Señor, hazlo conmigo’”.
Al
recuperarse de aquel tiempo de enfermedad, participó en un encuentro paralelo a
la JMJ de Brasil para todos aquellos que no pudieron viajar a América, en el
que se retransmitió la Eucaristía presidida por el Papa Francisco. Él acudió
dispuesto a abrir su corazón a Dios, y este le dio un vuelco cuando se
encontró, providencialmente, que la primera lectura era la llamada de Jeremías. “Ahí me rompí”, recuerda el
ahora sacerdote, pues afirma que vio “que el Señor me quería, aun cuando yo le había rechazado. Y
decidí volver a poner mi vida a disponibilidad de la Iglesia, pensando que mi
vocación era el sacerdocio”.
Tras
esta experiencia ingresó en el Seminario Redemptoris Mater, en primer lugar, en
Castellón, pero tuvo que volver a la casa de sus padres tras un año. Otro año
más tarde ingresó en el de Murcia, y allí se ha formado durante siete años.
“En
este tiempo en el seminario he estado muy contengo, sobre todo porque he visto
que yo no he hecho la obra, que la ha hecho el Señor. Y he visto que él ha
estirado el tiempo. Los
tiempos más felices que recuerdo del seminario han sido cuando no he tenido
tiempo para mí”, cuenta.
Desde
que se ordenó diácono en el mes de julio está sirviendo en la parroquia de San
Francisco Javier de Murcia, donde todo vuelve a retomar su sentido: “Esto me
llena de alegría, me invita a la conversión, a vivir esta fe y a vivir la alegría de
que Cristo ha resucitado, que sigue vivo, y puedo verlo patente en
esos hermanos a los que intento servir”
Fuente:
ReL