La invasión rusa sobre Ucrania ha provocado que millones de ucranianos, especialmente mujeres y niños, hayan abandonado sus casas y buscado refugio en otros países.
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La familia polaca, junto a las dos ucranianas compartiendo mesa / Opus Dei |
La web del Opus Dei recoge el testimonio
en primera persona de una familia numerosa polaca de la Obra que ha acogido en
su casa a otras dos familias ucranianas. En unos días duplicaron el número de
personas que vivían en casa. Esta es su experiencia:
El reto de duplicar la familia
Junto con Agnieszka, mi
mujer, y mis ocho hijos, vivimos en Milanówek, un suburbio de Varsovia. El menor se llama
Kajetan, tiene un año; otro de nuestros hijos está ya en el cielo; Wojtek es el
mayor y está preparando los exámenes finales del bachillerato: la Matura. Este
examen abre las puertas a la universidad y, con frecuencia, es la edad en que
los chicos dejan la casa paterna. Wojtek ha dado unos cuantos pasos en este
sentido, pues se ha trasladado a vivir a Filtrowa, una pequeña residencia del
Opus Dei en Varsovia.
Por
tanto, en la casa vivimos ocho personas con cierta comodidad, por lo que con mi
esposa nos planteamos recibir a algunas familias emigrantes de Ucrania.
Antes
de tomar la decisión quisimos preguntarle su opinión a nuestros hijos. Les
explicamos, según la edad de cada uno, que la situación podría durar meses y
que exigiría sacrificios por parte de todos. Quedamos muy satisfechos con sus
respuestas y con las sugerencias que se les iban ocurriendo sobre cómo organizar la vida diaria de
la familia que estaba a punto de duplicarse.
El
primer paso fue acudir a los bomberos de nuestro pueblo, pues son ellos los que
se encargan de reubicar a las familias que quieren quedarse en nuestro país
durante más tiempo. Una
vez apuntados en la lista, era solo cuestión de tiempo.
Todo
fue muy rápido. En los
primeros días de marzo nuestra familia pasó de diez a diecisiete. Una
familia provenía de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania. Sonia vino con
Kristina y su hijo de un año. Járkov tiene una población similar a Varsovia.
La
otra familia que vino a vivir a nuestro hogar provenía de Krivói Rog. Eran cuatro mujeres: Irena, la
madre, y sus tres hijas: Diana, de catorce años, Karolina, de diez, y
Miroslava, de seis. Krivói Rog tiene 750.000 habitantes y está a 1.200 km de
nuestra casa. Como habréis notado, ambas familias estaban incompletas, ya que
los maridos de Kristina e Irena se habían quedado en sus ciudades para defender
su patria.
Una oportunidad de crecer como familias
Antes
de continuar con el relato, quisiera contar que, desde hace unos años, Agnieszka y yo organizamos cursos
de Orientación Familiar. En el último curso académico hemos tenido mucho
trabajo, pues se han multiplicado los cursos en las escuelas cercanas a
Milanówek, fruto de la iniciativa de personas de la Obra y cooperadores. Este
año, casi todas las familias nuevas se han inscrito a diversos cursos, llegando
a contar casi cien parejas.
Poco
a poco, algunas de estas
familias han empezado a recibir en sus hogares a familias desplazadas por la
guerra. En ocasiones, todo ha comenzado por los más pequeños, pues han sido
ellos los que piden a sus padres sumarse a la “lista de los bomberos”.
El día a día de la casa
Retomando
el hilo, en nuestro caso particular
hemos decidido que se mantengan las costumbres que tenemos incorporadas
en nuestro día a día: los niños tienen sus encargos, hay horarios de estudio y
de comidas, se cuida el orden, los medios electrónicos se usan con templanza,
etc. El reto consistía en saber adecuarnos a la nueva situación.
Kristina
e Irena, quedaron algo sorprendidas con los hábitos que nuestros hijos viven
con naturalidad y casi siempre con alegría. Un día, Irena quiso ayudar a
nuestro pequeño Horacio de cinco años a llevar a la cocina el plato de la
comida. Para su desconcierto, Horacio se aferró al plato y con determinación
repetía forcejeando con Irena: "Yo lo llevo a la cocina, yo lo llevo a la
cocina…". No paramos
de reír hasta después de un buen rato.
Casi
desde el primer día se creó un ambiente hogareño entre los niños. Mientras
algunos preparaban las comidas,
otros estudiaban o competían en algún juego de mesa, y luego nos sentábamos a
comer todos juntos.
Hasta
ahora no he mencionado que unos
hablamos polaco y otros ucraniano. Ambas lenguas tienen similitudes,
pero la gran diferencia es que el ucraniano utiliza el alfabeto cirílico y el
polaco el latino. Los pequeños casi no lo han notado. Los más grandes estamos
aprendiendo alguna frase en ucraniano o en polaco.
Entre hogares y escuelas
Junto
con otras familias del entorno de nuestros colegios nos propusimos conseguir trabajo para nuestros huéspedes.
Esto ayudaría a dar más paz y evitar posibles problemas en un futuro, ya que
nadie sabe cuánto durará esta situación.
Para Kristina e Irena
hemos conseguido que cuiden niños en otros hogares algunas mañanas. Esto les ha
permitido llevar una rutina más natural, sin la zozobra de sentirse desocupadas
y aprendiendo de las distintas familias de nuestro entorno.
La
hija menor de Irene, Miroslawa,
asiste a nuestra escuela infantil, en donde se ha creado un grupo
especial de guardería para niños ucranianos; la adolescente Diana se ha
incorporado a nuestro instituto; Karolina, en cambio, asiste a la escuela
pública del pueblo en el que vivimos.
Sonia,
la hermana de Kristina, cuida
a su sobrino de un año cuando su hermana está en el trabajo, por lo
que en las tardes asiste a una escuela de idiomas en donde está aprendiendo
polaco.
Como
es lógico, todos tienen muchas
cosas que contar y compartir en nuestras comidas familiares, que con
facilidad se prolongan en largas sobremesas.
Compartiendo la fe
Como
es costumbre en mi familia, hemos seguido viviendo algunas oraciones diarias a
las que se han unido muy contentos. Gracias a las amistades que se han ido
formando, una de las
chicas comenzó a ir a misa dominical con nuestra hija y le ha pedido que le
enseñe a hacer la señal de la cruz. Tanto tiempo juntas deja ver que
hablan de muchos temas, también sobre la fe católica.
Invitados en casa, Dios en casa
Hay
un viejo dicho polaco que dice Gość w domu, Bóg w domu!, “Invitados en casa, Dios en casa”. Nosotros
lo comprobamos cada día viendo que esta experiencia, aunque inesperada e
inusual, hace un enorme bien a nuestros hijos.
Ya
vamos a completar cuatro semanas desde que la familia se amplió notablemente.
Parece que todos hemos dado un salto triple en madurez y generosidad, gracias a
que Dios está en casa.
Fuente: ReL