Hay un pasaje
del Evangelio que muestra que para Jesús la barca inútil tiene una utilidad,
sirve para algo...
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Hay
escenas que tengo grabadas en el alma. Casi como si las hubiera visto yo mismo
en aquel lago de Genesaret, donde Jesús vivía y amaba:
«En aquel tiempo, la gente
se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie
junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los
pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una
de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra.
Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente».
Una barca quieta en el
puerto, atada a la orilla, parece inútil. ¿Para qué puede servir? Una barca
sirve para navegar, para pescar, para recorrer distancias y llegar a otras
orillas. Una barca anclada no sirve, no cumple su misión, no ayuda a nadie.
En ocasiones puedo
sentirme como una barca varada en el puerto. Una barca sobre la tierra, sin
agua que la impulse al mar.
¿Hay vidas inútiles?
Hay
momentos en los que me siento así. Momentos de enfermedad, de fracaso, de
soledad. Momentos
en los que puedo sentir que mi vida no sirve para nada.
Me siento mayor, viejo.
Veo que han pasado mis días, cuando era tan activo, cuando hacía tantas cosas.
¿Hasta cuándo merece la
pena vivir? ¿Hasta
cuándo es útil mi vida? ¿Cuándo puedo decidir que la vida
de una persona ya no merece la pena?
Hoy parece que sólo valen
las vidas de las personas que son útiles a los demás. Se mide la
utilidad de una vida por su servicio a los hombres.
Decía
el papa Francisco: «Partes de la humanidad
parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano
digno de vivir sin límites. En el fondo no se considera ya a las personas como
un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o
discapacitadas, si “todavía no son útiles”, como los no nacidos, o si “ya no
sirven”, como los ancianos». Papa
Francisco, Encíclica Todos
hermanos
Las barcas inútiles, las vidas que
parecen no aportar nada. ¿Merecen la pena?
Dios
se muestra en mi pobreza
Siempre
pienso que, en este gesto sencillo, Jesús me dice que desde mi barca varada Él
va a predicar. Desde mis límites y pobreza Él va a llevar su mensaje a los
hombres.
Jesús está rodeado de
gente. Mira a su alrededor, mira al mar y ve una barca quieta, varada.
La pide prestada para
predicar desde ella. La barca inútil tiene una utilidad,
sirve para algo.
Imagino
su voz fuerte gritando desde el mar, junto a la orilla. Para que le oigan. Y
las masas en la orilla escuchando sus palabras.
Repensar mi vida
Mi
vida no es más útil cuando aprovecho mi tiempo, cuando hago todo bien, cuando
consigo satisfacer las expectativas de los que me rodean.
Habrá momentos en los que
piense que soy un gran apóstol. Viviré feliz haciendo el bien, llevando
esperanza.
Mis obras brillarán, mis
palabras, mis gestos. Seré una semilla que da fruto en medio del desierto. En
esos momentos mi vida será joven y estará llena de fuerza.
¿Pero qué pasará si
no es así, si ya no doy fruto y ya nadie se fija en mí?
Llegarán momentos en los
que no me consulten, no me busquen, no me esperen y se alegren cuando otros
vengan a ocupar mi lugar.
Entonces tendré que
repensar mi vida y agradecerle a Dios por la oportunidad de seguir ahí, junto a
la orilla.
No importa el tiempo. Me
pide que tenga paciencia.
Que me reinvente. Que busque nuevas formas de hacer las cosas.
Si
ya no me resulta como antes, tendré que inventar un nuevo camino. Soñar nuevos sueños.
Escalar nuevas montañas. De nada sirve si no, la vida. No me quiero conformar.
Siempre seguir luchando
El otro día un tenista
ganaba un partido imposible. En el momento más crítico del mismo pensó:
«He seguido luchando.
Puedo perder, puede ganarme, pero no voy a rendirme. Aunque esté destrozado, no pienso
rendirme».
Esa
mentalidad es la que me gustaría tener en la vida. Ver el partido perdido y no
dejar de luchar.
No enfadarme conmigo
mismo, no tirar la toalla, no lanzar la raqueta. Seguir en la pista confiando
en que mientras haya vida hay esperanza.
Esa actitud no es tan
sencilla. Hace falta una madera especial. Creer aunque todos piensen que es
imposible. Creer aunque yo mismo haya dudado de mis posibilidades.
Esa forma de enfrentar la
vida es la que no es tan común. No reacciono yo así. Si las cosas comienzan a
ir mal me enojo con el mundo.
Busco culpables fuera de
mí. Justifico mi actitud alegando que no había nada que hacer, que nadie en mi
lugar lo hubiera logrado.
En esos momentos es cuando
me siento barca varada en la orilla, barca inútil. No quiero pensar así porque
se irá perdiendo la vida sin darme cuenta.
No me quedo anclado en ese
pensamiento negativo. Mi barca aún puede acoger a Dios. Puede aún
ser un instrumento en sus manos.
No quiero dudar de lo que
hay en mí, esa fuerza inagotable que me impulsa a levantarme con una sonrisa en
los labios cada mañana. Esa fuerza que me hace creer lo imposible.
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LO HUMANO Y DIVINO
Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra». Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. (Génesis, 1,26-27)