Cuando Emilio Ferrando tenía 13 años, la muerte de su padre fue traumática para toda la familia. Se adentró precozmente «en un infierno» en el que la droga se apoderó de su vida durante décadas hasta. Un día, iba a saltar por la ventana cuando su perro lo impidió. Pronto supo que Dios y María querían devolverle a la vida.
Emilio Ferrando. Dominio público |
Tenía 13 años y su
padre, un prestigioso arquitecto, acababa de inaugurar la Obra
Social de la Caixa, en Madrid. Era Navidad, y volvía junto a su familia en
Valencia cuando tuvo un mortal accidente de tráfico.
«Mi vida cambió en cuestión de 1
segundo. Mi madre pasó de ser ama de casa con 42 años y 8 hijos a dirigir una
empresa de más de 70 trabajadores. Su muerte fue traumática, no entendía nada,
y lo que hice fue renegar de Dios y dejar de ir a misa»,
explica.
El hecho de que su colegio fuese
católico no era obstáculo para que un verdadero alijo de drogas fuese una de
las principales distracciones en la hora del descanso.
«Con 14 años empecé a tener mis primeros flirteos con la droga, tenía una
compañera de 15 que en vez de tomarse `el típico bocata´ se fumaba dos porros
en media hora».
Emilio no tardó en seguir a su
compañera. Empezó a fumar porros con ella, «iba a clase colocado» y todo empezó
a complicarse. Eran los años 80, tiempos de la «ruta del bakalao» y la movida,
y Emilio seguía en el colegio cuando empezó a experimentar
con drogas químicas, mescalina y ácidos «para poder estar hasta
72 horas sin parar».
Cuando viajó a Nueva York, su
«Sodoma y Gomorra particular», el joven se sumergió «en una vorágine de
promiscuidad sexual» y drogas en la que el LSD la heroína
y otras drogas psicodélicas eran parte de su día a día. «Al principio las
utilizaba para divertirme pero llegado un momento, se apoderaron de
mi vida«, afirma.
Pero Emilio siempre pudo
mantener «una doble vida» con su familia y un trabajo de éxito sin que se
viesen afectados. «Tenía un cargo de responsabilidad en una
multinacional americana, ganaba muchísimo dinero y compraba lo
más caro», explica.
Ese puesto le permitía tener una
vida «absolutamente superficial». Podía irse a Ibiza y gastar
6000 euros en un fin de semana, yendo a fiestas «con gente muy
importante de Madrid donde todo el mundo consumía, daba igual del partido
político que fuesen».
Pero la droga tuvo
consecuencias. «Empecé a tener problemas de comunicación, dejé
de salir y relacionarme, un camello me traía la droga a casa y
me ponía `hasta las cejas´», admite.
El dinero también comenzó a ser
un problema, ya que «si lo primero que haces al despertarte es
meterte una raya y consumes 2 o 3 gramos al día, las
consecuencias económicas son enormes».
Emilio aún podía compaginar su
adicción con un buen nivel de vida cuando empezó a tener graves problemas de
salud, contrajo hepatitis c y le tuvieron que ingresar sucesivamente en
multitud de hospitales.
En 2008, Emilio estaba cerca de
tocar fondo. «Era la crisis, había dejado la multinacional y me costaba
encontrar trabajo», explica.
Durante un tiempo pudo emprender
y comenzar sus propios proyectos, pero los costes de su adicción comenzaban a
ser insostenibles: «Empecé a tener problemas económicos, impagos de la
hipoteca, el banco se me echó encima y perdí la casa.
Estaba arruinado».
Emilio cuenta que en ese momento su
vida no tenía ningún sentido, tenía a «todo el mundo encima» y
la relación con su familia estaba prácticamente rota. Con el último dinero que
le quedaba compró 5 gramos de cocaína y empezó «a esnifar una raya detrás de otra».
Tenía que estar muy drogado para lo que iba a hacer.
Emilio abrió la ventana de su
balcón, se preparó para coger carrerilla y lo único en lo que podía pensar era
en el tiempo que iban a tardar en desatar a su mascota. «Cuando
iba lanzarme, mi perro empezó a ladrar, se puso delante de mí y
me empujó hacia atrás sobre sus dos patas. Le abracé y entendí que Dios
le había utilizado para que no lo hiciese«, explica.
El mismo día, cuenta Emilio años
después, su cuñado soñó que debía llevarle a Medjugorje
y para lograrlo le ofreció un puesto en su empresa con la condición de que le
acompañase.
«Siempre dije que fue un complot
familiar en el que todos sabían a dónde iba menos yo, y cómo última
esperanza de mi familia, decidieron enviarme a Medjugorje«,
comenta.
Nada más llegar, Emilio solo
quería dar marcha atrás, volver a su casa y abandonar «aquel pueblo frío y
oscuro, pero solo tenía 1 euro en el bolsillo y dependía completamente de mi
cuñado».
Tras 25 años metido en las
drogas, hostil a la fe desde grupos de extrema izquierda y abortistas y con
«una vida precoz en todo», Emilio comenzó su viaje pensando que «era el peor
caso para ir a Medjugorje».
Sin embargo, lo que ocurrió al
llegar le mostró lo equivocado que estaba. «El Señor lo encajó todo para que
entrase en la iglesia de Santiago Apóstol. Cuando lo hice, tras más de 20 años
adicto, mi problema con las drogas se acabó de golpe:
nunca tuve síndrome de abstinencia y el Señor me libró de la droga en ese mismo
momento», relata.
Pasado el tiempo, Emilio cuenta
que de no haberse confesado su vida no habría sido la misma. Pero entonces no
lo sabía, y en un principio se negó a ponerse de rodillas tras 35 años de
oscuridad y de pecado.
«Me encontré con un sacerdote croata que
hablaba español y me acabé confesando con él», explica. «Fue mi
resurrección: lo primero que hice al volver fue hacer las paces
con mi familia, contarles mi problema y confesé que lo único en lo que pensaba
era en volver: tenía que regresar solo», explica.
Pero esta vez volvería solo y
sin límite de tiempo, y lo primero que hizo al volver fue visitar la
estatua blanca de la virgen. «Me puse de rodillas y le dije: `Me han
dicho que eres madre. Si eres madre de todos, también eres mi
madre. No sé cómo encontrar sentido a mi vida ni cómo llegar a tu hijo, pero si
eres madre me tienes que ayudar a llegar a tu hijo y conocerle´».
Sus palabras fueron escuchadas.
Emilio comenzó a trabajar en la delegación de Radio María de Medjugorje y
la Virgen le ayudó «a conocer a su hijo. Yo se lo pedí, ella lo ha hecho y me ha
hecho un hombre nuevo«, afirma.
Pasado el tiempo Emilio comenzó
a organizar peregrinaciones para visitar el centro de apariciones, y una de sus
conocidas le confesó que siempre ponía su ejemplo cuando le preguntaban por
Medjugorje. «Cuando intento explicar qué es, enseño una foto tuya del primer
día que viniste y otra con tu cara sonriente y tus ojos diferentes de los
últimos días: eso es Medjugorje».
José María Carrera
Fuente: Cari Filii