En un videomensaje dirigido a los participantes en el cuarto encuentro mundial de movimientos populares, Francisco lanza un fuerte llamamiento a los poderosos del planeta para que trabajen por un mundo más justo, solidario y fraterno
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Pide la
cancelación de la deuda de los países pobres, la prohibición de las armas, el
fin de las agresiones y las sanciones, y la liberalización de las patentes para
que todo el mundo tenga acceso a las vacunas.
Soñar juntos con un mundo mejor después de la
pandemia, tratando de vencer las resistencias que impiden alcanzar "ese
buen vivir en armonía con toda la humanidad, con toda la creación" que
sólo se consigue con libertad, igualdad, justicia y dignidad. Cambiar "un
sistema de muerte" pidiendo, en nombre de Dios, a los que tienen el poder
político y económico, que cambien el statu quo y permitan que nuestros sueños
se infiltren en "el sueño de Dios para todos nosotros, que somos sus
hijos". Es lo que propone el Papa Francisco, en un largo videomensaje, a
los representantes de los movimientos populares, reunidos por videoconferencia
para su cuarto encuentro mundial organizado por el Dicasterio para el servicio
del desarrollo humano integral.
Poetas sociales que crean esperanza
Los movimientos populares y las personas a las que
representan y ayudan son los que más han sufrido la pandemia. El Papa los llama
"poetas sociales" por su "capacidad y coraje” para crear
esperanza y dignidad:
Verlos a ustedes me recuerda que no estamos condenados
a repetir ni a construir un futuro basado en la exclusión y la desigualdad, el
descarte o la indiferencia; donde la cultura del privilegio sea un poder
invisible e insuprimible y la explotación y el abuso sea como un método
habitual de sobrevivencia. ¡No! Eso ustedes lo saben anunciar muy bien.
Los más afectados por la pandemia
" La pandemia – reiteró Francisco – transparentó
las desigualdades sociales que azotan a nuestros pueblos y expuso —sin pedir
permiso ni perdón— la desgarradora situación de tantos hermanos y hermanas.
Todos hemos "sufrido el dolor del encierro" y " Experimentamos
cómo, de un día para otro, nuestro modo de vivir puede cambiar drásticamente
" pero, aunque "en muchos países los Estados reaccionaron", "escucharon
a la ciencia" y "lograron poner límites para garantizar el bien
común", "a ustedes, como siempre, les tocó la peor parte":
En los barrios que carecen de infraestructura básica
(en los que viven muchos de ustedes y cientos y cientos y millones de personas)
es difícil quedarse en casa, no sólo por no contar con todo lo necesario para
llevar adelante las mínimas medidas de cuidado y protección, sino simplemente
porque la casa es el barrio. Los migrantes, los indocumentados, los
trabajadores informales sin ingresos fijos se vieron privados, en muchos casos,
de cualquier ayuda estatal e impedidos de realizar sus tareas habituales
agravando su ya lacerante pobreza.
El estrés de los jóvenes y la crisis
alimentaria: los efectos ocultos del virus
Esta situación es tan evidente que no puede ser
ocultada por "tantos mecanismos de post-verdad" y es también una
expresión de la cultura de la indiferencia, como si " este tercio
sufriente de nuestro mundo no reviste interés suficiente para los grandes
medios y los formadores de opinión". Un mundo que permanece
"escondido, acurrucado", como otros aspectos poco conocidos de la
vida social que la pandemia ha empeorado. El estrés y la ansiedad crónicos de
los niños, adolescentes y jóvenes, por ejemplo, agravados por el aislamiento y
la falta de contacto real con los amigos. "La amistad es la forma en que
el amor resurge siempre", recuerda el Papa, de hecho, y aunque está claro
que la tecnología puede ser una herramienta para el bien, "nunca podrá
suplantar el contacto". "No es noticia, no genera empatía", ni
siquiera la crisis alimentaria, que podría generar más muertes anuales que
Covid-19 en el futuro inmediato.
Este año, 20 millones de personas más se han visto
arrastradas a niveles extremos de inseguridad alimentaria, ascendiendo a
[muchos] millones de personas; la indigencia grave se multiplicó, el precio de
los alimentos escaló un altísimo porcentaje. Los números del hambre son
horrorosos, y pienso, por ejemplo, en países como Siria, Haití, Congo, Senegal,
Yemen, Sudán del Sur pero el hambre también se hace sentir en muchos otros
países del mundo pobre y, no pocas veces, también en el mundo rico.
Sentir el dolor de los demás como propio
Sin embargo, en este contexto, los trabajadores del
movimiento popular han sentido el dolor de los demás como propio.
"Cristianos y no -dice el Papa- han respondido a Jesús, que dijo a sus
discípulos frente al pueblo hambriento: ‘Denles ustedes de comer’”
Al igual que los médicos, enfermeros y el personal de
salud en las trincheras sanitarias, ustedes pusieron su cuerpo en la trinchera
de los barrios marginados. Tengo presente muchos, entre comillas, “mártires” de
esa solidaridad sobre quienes supe por medio de muchos de ustedes. El Señor se
los tendrá en cuenta. Si todos los que por amor lucharon juntos contra la
pandemia pudieran también soñar juntos un mundo nuevo, ¡qué distinto sería
todo!
Cambiar el sistema económico
El Papa reitera que nunca se sale igual de una crisis.
De la pandemia " o se sale mejor o se sale peor, igual que antes,
no". Por ello, para aprovechar una oportunidad de mejora es necesario
"reflexionar, discernir y elegir", porque "retornar a los
esquemas anteriores sería verdaderamente suicida", "ecocida y
genocida". Para salir mejor parados, es " pero es imprescindible
también ajustar nuestros modelos socio-económicos para que tengan rostro
humano, porque tantos modelos lo han perdido". Modelos que se han
convertido en "estructuras de pecado" que persisten y que estamos
llamados a cambiar.
Este sistema con su lógica implacable de la ganancia está
escapando a todo dominio humano. Es hora de frenar la locomotora, una
locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo. Todavía hay tiempo
"En nombre de Dios", el
llamamiento del Papa a los poderosos de la tierra
De ahí el enérgico llamamiento al cambio dirigido
nueve veces "en nombre de Dios" a quienes cuentan y tienen poder de
decisión.
A los grandes laboratorios, que liberen las patentes.
Tengan un gesto de humanidad y permitan que cada país, cada pueblo, cada ser
humano tenga acceso a las vacunas. Hay países donde sólo tres, cuatro por
ciento de sus habitantes fueron vacunados.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los grupos
financieros y organismos internacionales de crédito que permitan a los países
pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas
tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos.
Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes
corporaciones extractivas —mineras, petroleras—, forestales, inmobiliarias,
agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen
de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los
alimentos.
Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes
corporaciones alimentarias que dejen de imponer estructuras monopólicas de
producción y distribución que inflan los precios y terminan quedándose con el
pan del hambriento.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los fabricantes y
traficantes de armas que cesen totalmente su actividad, una actividad que
fomenta la violencia y la guerra, y muchas veces en el marco de juegos
geopolíticos que cuestan millones de vidas y de desplazamientos.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de la
tecnología que dejen de explotar la fragilidad humana, las vulnerabilidades de
las personas, para obtener ganancias, sin considerar cómo aumentan los
discursos de odio, el grooming, las fake news, las teorías conspirativas, la manipulación
política.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de
las telecomunicaciones que liberen el acceso a los contenidos educativos y el
intercambio con los maestros por internet para que los niños pobres también
puedan educarse en contextos de cuarentena.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los medios de
comunicación que terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación,
la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo
sucio, que busquen contribuir a la fraternidad humana y a la empatía con los
más vulnerados.
Quiero pedirles en nombre de Dios a los países
poderosos que cesen las agresiones, bloqueos, sanciones unilaterales contra
cualquier país en cualquier lugar de la tierra. No al neocolonialismo. Los conflictos
deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas. Ya
hemos visto cómo terminan las intervenciones, invasiones y ocupaciones
unilaterales; aunque se hagan bajo los más nobles motivos o ropajes.
Apelación a los líderes políticos y
religiosos
A los gobiernos y políticos de todos los partidos,
Francisco les pide que eviten "escuchar solamente a las elites
económicas" y se conviertan en "servidores de los pueblos que claman
por tierra, techo, trabajo y una vida buena", mientras que a los líderes
religiosos les pide que nunca utilicen el nombre de Dios para fomentar guerras
o golpes de Estado. En cambio, hay que construir puentes de amor.
Los samaritanos y el poder transformador
de los pueblos
Los discursos populistas de intolerancia, xenofobia y
aporofobia, continúa el Papa, son narrativas que conducen a la indiferencia y
al individualismo, dividiendo a las personas para impedirles soñar juntas con
un mundo mejor. En este desafío los movimientos populares actúan como "samaritanos
colectivos". El buen samaritano, recuerda el Papa, lejos de ser ese
"personaje medio tonto" representado por "cierta industria
cultural" que quiere "neutralizar la fuerza transformadora de los
pueblos y en especial de la juventud", es en realidad la representación
más clara de una opción comprometida con el Evangelio.
¿Saben lo que me viene a la mente a mí ahora, junto a
los movimientos populares, cuando pienso en el Buen Samaritano? ¿Saben lo que
me viene a la mente? Las protestas por la muerte de George Floyd. Está claro
que este tipo de reacciones contra la injusticia social, racial o machista
pueden ser manipuladas o instrumentadas para maquinaciones políticas y cosas
por el estilo; pero lo esencial es que ahí, en esa manifestación contra esa
muerte, estaba el “samaritano colectivo” —¡que no era ningún bobeta! —. Ese
movimiento no pasó de largo cuando vio la herida de la dignidad humana golpeada
por semejante abuso de poder.
La Doctrina Social de la Iglesia molesta
a muchos
El Papa Francisco propone algunos principios
tradicionales de la Doctrina Social de la Iglesia, como la opción preferencial
por los pobres, el destino universal de los bienes, la solidaridad, la
subsidiariedad, la participación, el bien común.
A veces me sorprende que cada vez que hablo de estos
principios algunos se admiran y entonces el Papa viene catalogado con una serie
de epítetos que se utilizan para reducir cualquier reflexión a la mera
adjetivación degradatoria. No me enoja, me entristece. Es parte de la trama de
la post-verdad que busca anular cualquier búsqueda humanista alternativa a la
globalización capitalista, es parte de la cultura del descarte y es parte del
paradigma tecnocrático.
Francisco dice que se entristece cuando "algunos
hermanos de la Iglesia se incomodan si recordamos estas orientaciones que
pertenecen a toda la tradición de la Iglesia”, e invita a leer
el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia querido por San Juan
Pablo II:
El Papa no puede dejar de recordar esta doctrina,
aunque muchas veces le moleste a la gente, porque lo que está en juego no es el
Papa sino el Evangelio.
Compromiso con el bien común y la
libertad
Francisco señala en particular dos principios: la
solidaridad, entendida como "una determinación firme y perseverante de
empeñarse por el bien común", y la subsidiariedad, que se opone a "
cualquier esquema autoritario, cualquier colectivismo forzado o cualquier
esquema estado céntrico". De hecho, subraya, el bien común "para
aplastar la iniciativa privada, la identidad local o los proyectos
comunitarios".
Salario mínimo y reducción de la jornada
laboral
Es "tiempo de actuar" y el Papa propone
algunas medidas concretas: un ingreso básico (o salario universal) y la
reducción de la jornada de trabajo. De este modo, cada persona podría permitirse
el acceso "a los más elementales bienes de la vía".
Es justo luchar por una distribución humana de estos
recursos. Y es tarea de los Gobiernos establecer esquemas fiscales y
redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con la equidad
sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente para la clase media
—generalmente, cuando hay estos conflictos, es la que más sufre—.
Para el Papa, las ventajas de la reducción de la
jornada laboral se encuentran en la historia:
En el siglo XIX los obreros trabajaban doce, catorce,
dieciséis horas por día. Cuando conquistaron la jornada de ocho horas no
colapsó nada como algunos sectores preveían. Entonces, insisto, trabajar menos
para que más gente tenga acceso al mercado laboral es un aspecto que
necesitamos explorar con cierta urgencia. No puede haber tantas personas
agobiadas por el exceso de trabajo y tantas otras agobiadas por la falta de
trabajo.
Escuchar la voz de las periferias
Por último, Francisco recuerda la importancia de escuchar
a las periferias, el lugar desde donde "el mundo se ve más
claro".
Hay que escuchar a las periferias, abrirle las puertas
y permitirles participar. El sufrimiento del mundo se entiende mejor junto a
los que sufren. En mi experiencia, cuando las personas, hombres y mujeres que
han sufrido en carne propia la injusticia, la desigualdad, el abuso de poder,
las privaciones, la xenofobia, en mi experiencia veo que comprenden mucho mejor
lo que viven los demás y son capaces de ayudarlos a abrir, realísticamente,
caminos de esperanza.
Michele Raviart - Ciudad del Vaticano
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