El 27 de abril de 1641 el hecho fue reconocido como milagro por la Archidiócesis Aragonesa
| Dominio público |
Le llevaron al hospital de
Valencia y, al ver que cada vez empeoraba más, lo trasladaron a Zaragoza donde
llegó a primeros de octubre, con mucha fiebre y la pierna totalmente
gangrenada. Antes de ingresar en el hospital fue a la iglesia del Pilar, donde
se confesó y comulgó.
Ya en el hospital, viendo
los médicos que la pierna no tenía curación decidieron cortarla cuatro dedos
por debajo de la rodilla.
Se la serrucharon sin más
anestesia que una bebida bien cargada de alcohol mientras él se encomendaba a
la Virgen del Pilar. Después de la operación, dos médicos enterraron la pierna
en el cementerio del hospital.
Cuando se repuso de la operación, pasó dos años y medio pidiendo limosna en la puerta del Pilar y durmiendo en una posada o en los bancos del hospital. Regresó a Calanda.
Una noche soñó
que se untaba el muñón con el aceite de la lámpara de la iglesia del Pilar. Al
entrar sus padres en la habitación notaron una extraña fragancia; la madre se
aproximó con el candil a su hijo y vio que le salían de entre las sábanas no
una sino las dos piernas.
Era su misma pierna amputada: con antiguas cicatrices de
niño y la lesión cerca de tobillo que le hizo el carro cuando le pasó por
encima.
Además se
comprobó que
la pierna enterrada en el cementerio del hospital no estaba. El milagro fue plenamente documentado, testificado por
centenares de zaragozanos que conocían al cojo de Calanda cuando por espacio de
dos años pedía limosna en las puertas del Pilar.
La fama de este portento, resistente a toda crítica histórica, absolutamente riguroso, se extendió por todo el mundo y contribuyó no poco a difundir la existencia del Pilar de Zaragoza y la devoción pilarista, principalmente en los países hispanoamericanos.