"Fui a pedirle cuentas a Dios, y él me contestó que me fuese yo a vivir con ellos"
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Antonio Tavares es el fundador de la Comunidad Jesús Menino, que
se ocupa de la adopción de niños discapacitados abandonados por sus padres. Muchos de
ellos tienen parálisis cerebrales, enfermedades y malformaciones producto de
intentos de aborto fallidos.
Tanto él como sus 46 hijos adoptados, han sido testimonios ya en
tres JMJ, las de Polonia, Panamá y Portugal. Fueron bendecidos por Juan Pablo
II, por Benedicto XVI, y ya han sido recibidos en 7 ocasiones por Francisco.
Próximamente abren una casa en Oporto, donde empezarán a adoptar a
chicos portugueses de las mismas características, y desde donde pretenden
llegar al resto de Europa más adelante.
Lo entrevistamos porque ha venido a Barcelona para que dos de sus
hijos reciban un tratamiento médico muy especializado. Han aprovechado para
contar su experiencia en la Universitat Abat Oliba CEU y en el Hospital de
Campaña de la Parroquia de Santa Anna.
– ¿En qué consiste la comunidad de
Jesús Menino?
Adoramos al niño Jesús en la forma de estos hijos míos que son una
gracia para mí. Somos un grupo formado por laicos célibes, sacerdotes jóvenes y
familias colaboradoras, que vivimos en casas pareadas y nos ayudamos a cuidar a
niños que han sido abandonados, muchos de ellos víctimas del aborto.
En Brasil, tenemos
una comunidad en Petrópolis, donde empezamos, en la que ya he adoptado a 46
niños, muchos de los cuáles ya son mayores, y tememos otra en Brasilia, donde
mis hijos son 36.
– ¿Qué es lo que
sucede en esas casas?
Todos nos ayudamos a
cuidar de estos niños que son muy dependientes y necesitan muchos cuidados, y
que nunca van a dejar de ser niños. Nuestro deseo y misión son los de
convertirnos en la copia de José y María en la tierra.
Cuidamos de mis hijos
como si fuesen el mismo niño Jesús. Para ello, nuestra vida está centrada
fundamentalmente en la oración y en el trabajo. Nuestras casas están llenas de
silencio.
– A veces la
paternidad se vive como un peso. ¿Cómo la vives tú con tantos hijos entre los
que repartirte?
Sí, oigo muchas veces
el lamento de los padres, que están a la espera de que sus hijos crezcan y se
vayan de casa. Para mí la cosa es distinta. Ellos nunca se van a ir y yo estoy
contento de ello, porque la vida de un hijo es una gracia.
Yo procuro que lo
tengan bien claro. Celebramos el cumpleaños de cada uno de ellos. Hay semanas
que tenemos tarta hasta tres días. Cada noche paso a darles un abrazo a cada
uno.
Incluso cuando estoy
de viaje, como ahora, algunos no quieren irse a la cama hasta que no hablan
conmigo por teleconferencia.
– En nuestra sociedad
se tienen cada vez menos hijos, y cada vez nacen menos niños con
discapacidades…
Sí, como ha dicho el
Papa Francisco vivimos en la cultura del descarte. Parece que en todo hay que
buscar el interés egoísta, el beneficio. Por eso, todo el que se muestra
vulnerable es excluido o eliminado.
Muchos de mis hijos
han sido agredidos en el vientre de su madre, incluso antes de nacer. En el lugar que debería ser el
más seguro del mundo, el vientre de su madre, es donde se los han intentado
eliminar.
– Esto lo pueden
decir muchos católicos, pero no todos se lo toman tan en serio como para
determinar su vida, como tú. Has consagrado tu vida a esos chicos olvidados por
nuestro mundo…
Yo era muy joven
cuando fui a trabajar a una casa en la que vivían muchos chicos discapacitados.
Yo era su profesor. El primer día que entré en esa casa uno de los niños
me cogió de la mano y me preguntó si quería ser su padre.
Esa pregunta se quedó
dentro de mí como una semilla y fue tomando cuerpo a medida que pasaba el
tiempo. Su vida en aquella institución era un infierno. Casi sin darme cuenta
los fui incorporando a mi vida. Me los llevaba al cine, me los llevaba a casa
de mis padres a cenar.
Ese día, mi padre me
llevó aparte y me prohibió volverlos a llevar. Me dejó claro que no eran
bienvenidos, aunque hoy ambos los adoran y los consideran tan nietos suyos como
a los hijos de mis hermanos.
– ¿Y cómo llegaste al
cambio de vida definitivo?
El desencadenante de
mi vocación sucedió el día que me quedé a dormir en la casa donde estos chicos
vivían y vi el infierno en el que vivían. Aquella injusticia clamaba al
cielo. Fui a pedirle cuentas a Dios, y él me contestó que me fuese yo a vivir
con ellos.
De ahí arrancó todo.
Lo fui a confrontar con el obispo y él me dio su visto bueno y me dijo que
caminaba conmigo.
– Dios te habló alto
y claro a través de su Iglesia y de sus preferidos, los niños…
Si, sólo por esa
certeza dejé la casa de mis padres, dejé el trabajo y alquilé una pequeña casa
en Petrópolis y me fui a vivir con Aleixandre, el que el primer día me preguntó
si quería ser su padre, y también con Marcelo y Miguel. Ellos fueron los tres
primeros.
Y desde el inicio
tuve amigos que me ayudaron, porque desde entonces vivimos en pobreza
voluntaria y de la providencia y nunca nos ha faltado de nada. Hasta
de vez en cuando viajamos a los mejores hospitales de Europa para que intenten
mejorar la vida de algunos de mis hijos.
– Cuéntanos algo de
alguno de tus hijos…
Jan es anencéfalo.
Tiene 9 años y no tiene cerebro. Lo adopté recién nacido y lo médicos me
dijeron que moriría en 2 meses. Solo tiene agua en el cerebro.
Sorprendentemente ha
ganado con el tiempo ha ganado sensibilidad en el oído y reacciona a la
presencia de las personas que aprecia.
Su madre tomó
píldoras anti-abortivas. Veinte veces más de las necesarias para abortar. Parió
en el hospital y no quiso ni cogerlo en brazos. Dijo que era un trozo de carne
y que lo sacaran de su vista.
Una doctora me vio
por televisión y me llamó. Fui. Me lo dio y lo abracé. Dijeron que no tardaría
en morir, pero sigue vivo, y la medicina no es capaz de explicarlo.
– Una historia muy dura…
Sí, algunos me dicen
si no me da pena la vida de Jan, tan llena de sufrimiento, y me preguntan si no
preferiría que muriese. Yo les contesto que no veo su sufrimiento por ninguna
parte.
Él es feliz y me
comunica alegría a mí, a sus cuidadores, y a muchos que lo conocen, aunque solo
sea porque aparece en una película o porque yo cuento cómo está.
No solo es feliz él,
sino que trasmite alegría a los que le rodean a través de su sencillo
testimonio en el mundo.
– La vida de tus
hijos muestra que Jesús vence a la enfermedad, a la maldad y a la muerte
Otro de mis hijos
nació porque su padre apuñaló a su madre. Ella, moribunda, le pidió a los
médicos que salvaran al niño. La madre murió.
El niño nació con
ciertas discapacidades producto de la falta de oxígeno durante el parto. Este
hijo mío no me puede llamar papá, porque para él ser padre es una cosa mala,
como lo que hizo su padre biológico.
Pero él ha encontrado
al Padre del cielo, y aunque es ciego, es un gran músico que ha cantado para el
Papa Francisco.
Jorge
Martínez Lucena
Fuente: Aleteia