“Hay gente que me dice que soy muy valiente, pero yo no lo creo, el valiente es Dios que me ha elegido”
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Fátima. con sus padres y su hermano, a pocos días de ingresar en el convento / Marta León |
Fátima
tiene diecisiete años y una sonrisa permanente. De
Pamplona de toda la vida, nos recibe en su modesta casa, en el popular
municipio de Barañáin, donde vive junto a su hermano, dos años más joven, y sus
padres Carlos e Inma.
Esta joven se expresa de forma espontánea, ágil y natural y posee
un brillo en los ojos, propio de quien tiene toda una vida por delante.
Estudiante aplicada y responsable, finalizó el curso pasado su etapa escolar en el Colegio
Miravalles de Pamplona con una media muy alta.
-Fátima, cuéntanos cómo
has llegado ha tener fe, si es algo que lo has vivido con naturalidad en tu
casa o cómo ha sido.
-En mi familia siempre me han transmitido la fe, desde hace años
hemos compartido vivencias con los Focolares, el Opus Dei, Equipos de Nuestra
Señora… y desde hace más de dos años participamos también semanalmente en las alabanzas que organiza
el Grupo de Renovación Carismática “Torre de David”.
Fe he tenido siempre, pero unos años más que otros, en el sentido
de que, de pequeña estuve muy cerca de Dios, pero después lo dejé un poco de
lado, no estaba muy pendiente de Jesús. Hace un par de años empezamos a
participar en las alabanzas y poco a poco redescubrí el amor de Dios y mi vida empezó a centrarse, de
nuevo, en Él.
-Estás a punto días de
ingresar en las Carmelitas Descalzas, una de las órdenes contemplativas con más
tradición y carisma de la Iglesia, cuéntanos cómo y cuándo empezó este anhelo
tuyo.
-Yo creo que lo primero que recuerdo en torno a la vocación se
remonta a cuando estaba en 2º de la Eso. Leí un libro de Santa Teresa de
Calcuta y aquello de irse a cuidar a los más pobres entre los pobres, por amor
a Dios me parecía que era lo máximo a lo que un cristiano puede llegar, lo más
radical y extremista, y entonces sí que me pregunté si tal vez el Señor querría
que yo fuera misionera de la caridad, porque yo también quería llevar a Dios a
todas las almas. Pero esa idea se quedó un poco olvidada porque otra idea se
hizo fuerte en mí: la de que podía
llegar a todas las personas del mundo desde un mismo lugar, a través de la
oración.
-Y esa idea, ¿de dónde
la sacaste, la leíste en algún sitio?
-No lo sé, creo
que Dios me la inspiró en aquel momento en el que pensaba que irse por
el mundo a evangelizar era lo más.
-¿Y cómo sigue la
historia?
-Bueno, eso se quedó ahí y lo olvidé. Ha sido hace muy poco cuando
lo recordé. El tiempo pasó
y yo empecé a llevar una vida de fe más frívola. Dios no estaba en mi vida
demasiado presente, rezaba pensando en los exámenes y poco más, aunque nunca
abandoné la misa del domingo y me confesaba de vez en cuando. Pero al comenzar
bachillerato, empecé a acudir con mi padre a las alabanzas carismáticas del grupo
“Torre de David” y casi al mismo tiempo, empecé a ir a catequesis con un grupo
de jóvenes, en la Parroquia de Ermitagaña. Fui retomando mi trato con Dios, en
la oración y si que fui sintiendo que quizá el Señor me llamaba a una entrega
total.
-Entrega total… ¿de qué
modo?
-No tenía ni idea que podía ser...así que un día busqué en Google “tipos de
monjas”. Di con una web donde aparecían muchísimos nombres de
congregaciones y fui leyendo: Agustinas, Franciscanas, no sé que… no, no, no,
Carmelitas Descalzas… Me llamó la atención y busqué a ver quiénes eran, porque
no sabía nada de ellas, nunca había tenido contacto con ninguna. No recuerdo lo
que leí, pero sí que me encantó y a partir de ahí fui pensando, en la oración,
en esa posibilidad.
-¿En serio? ¿Google?
-Bueno... es lo que hacemos todos cuando queremos saber algo ¿no?
Como te digo, lo fui pensando poco a poco y creo que me di cuenta de que
podía ser algo serio, porque pensé que sería bueno hablarlo con un sacerdote.
En Enero (2020) empecé a hablar con el sacerdote del colegio que nos había dado
una charla que me gustó. Le
dije lo que me estaba pasando y él me preguntó si se lo había dicho a mis
padres. Por entonces yo tenía pensado hacer un retiro con los
carismáticos y le dije que a la vuelta hablaría con ellos. Volví del retiro
súper contenta y tal como acordamos, se lo dije a mis padres en cuanto tuve
ocasión, en el coche de vuelta a casa.
-Carlos, el padre de
Fátima, interviene en la conversación recordando ese momento:
-Fue una bomba
nuclear con onda expansiva. Venía del retiro totalmente feliz y en una
auténtica nube, si me hubiera dicho que quería hacer algo relacionado con
la Renovación Carismática no me hubiera sorprendido, pero dijo Carmelita
Descalza y aquello fue algo totalmente inesperado, de hecho, nunca
habíamos tenido contacto con ninguna de ellas. Hemos participado en
muchos grupos y de muchos carismas de la Iglesia a lo largo de la vida,
pero nunca habíamos tenido relación alguna con monjas contemplativas.
Tengo que decir que nosotros creemos mucho en la Providencia y
cuando nos lo dijo pensé que por algo sería. No me lo tomé a broma, ni mucho
menos, pensé que ya iríamos viendo. Como católicos practicantes, el tema de la vocación fue algo a
lo que estábamos abiertos, es decir, siempre pensamos que podría ser una
posibilidad más, tanto con Fátima como con su hermano. Lo que nunca
hubiéramos esperado es que nos lo dijera en ese momento, tan joven… y a
Carmelita Descalza.
-Se lo dices a tus
padres, no reaccionan mal, y ¿qué pasa entonces?
-Cada semana hablaba con el sacerdote que me ayudaba con el tema
de la vocación pero también me ayudaba a rezar con más profundidad, haciendo
meditación y me enseño también a utilizar el breviario, etc. Durante el curso,
había que leer un libro para subir nota en religión y de la lista que me
ofrecían cogí uno sin ningún motivo en particular. Escogí Historia
de un alma', que resulta
que fue escrito por Santa Teresa de Lisieux, una santa Carmelita importante.
El libro me encantó y con muchas cosas que allí aparecen me sentí identificada.
-Espera… me parece una
casualidad increíble que escogieras precisamente ese libro, que resulta que es
un clásico de la espiritualidad carmelita.
-Pues es exactamente lo que pasó…¡ sí, es increíble!
-Continúa, ¿qué pasó
luego?
-Pues que yo
tenía esa inquietud dentro pero seguía con mi vida normal. En casa no
era una cosa de la que habláramos todo el tiempo ni mucho menos, al principio
nada, pero como yo seguía con eso dentro, de vez en cuando sí que hablábamos
algo. El sacerdote del cole, con el que yo hablaba, conocía a otro sacerdote
que tenía relación con las carmelitas de Zarautz y un día me pasó el teléfono
por si queríamos llamar y hablar con ellas. Cuando terminó el confinamiento y
el curso ya estaba terminando, un día les llamamos mis padres y yo y recuerdo
que fue una llamada muy bonita.
-Vale. ¿Qué les dices en
esa llamada: 'Buenos días, creo que quiero ser Carmelita'?
-Hablamos con la priora, la madre María Almudena, y mis padres le dijeron que yo tenía
alguna inquietud vocacional o algo así… yo tampoco sabía muy bien qué decir. Estuvimos
hablando un rato y nos dijo que podíamos visitarlas cuando quisiéramos.
Ese verano, cuando estuvimos en Valencia, donde viven mis tíos y
mis primos, fuimos un día a Godella, a visitar a las monjas de Iesu
Comunio. Son muchas y muy jóvenes y a mis padres les pareció que podía
ser interesante que las conociera, por aquello de conocer otras congregaciones.
Estuve allí y lo cierto es que me encontré con unas monjas muy felices. Obviamente que aquella felicidad
la quería también para mí, pero en ningún momento tuve la sensación de que
fuera mi sitio. De hecho, estuvimos mis padres y yo con ellas un rato
y me ofrecieron la posibilidad de quedarme a hablar un rato más yo sola con
ellas, pero les dije educadamente que no, que no tenía más interés.
A la vuelta de las vacaciones, justo antes de empezar 2º de
bachiller fuimos un día toda la familia a pasar el día a Zarautz y por la tarde nos acercamos
al monasterio a visitar a las monjas.
-Y, ¿cómo fue esa
primera visita, que impresión te causaron?
-Al principio no sentí nada especial, fui allí pensando que tal
vez fuera mi sitio o que tal vez no… no tenía muchas expectativas. En mi cabeza
pensaba en las carmelitas pero no tenía ni idea. Estuvimos allí con ellas y sí
que me fijé que en la pared, justo detrás de ellas, había una cruz. Esto me
cuesta un poco explicarlo, porque no es que oyera ninguna voz, ni nada de eso,
pero, mirando la cruz se me vino a la cabeza una frase: “Aquí estoy…, aquí te espero”. Las monjas
hablaban, mis padres hablaban y yo como ausente pensando en esa frase. Después
me ofrecieron quedarme un rato más, yo sola hablando con ellas y me pareció una
idea genial. No recuerdo de qué hablamos, supongo que les haría alguna
pregunta. Salí muy contenta de aquella primera visita.
La priora me dio su teléfono y a partir de ahí yo la llamaba cada
dos o tres semanas. Me gustaba hablar con ella y tenía ganas de volver pero con
más tiempo. Pero había empezado 2º de bachillerato y mis padres me decían que
tenía que estudiar… aunque yo quería volver a ir y un poco sí que insistí. Un día en oración hablaba con el
Señor y le decía: “Señor, si tú quieres que sea Carmelita Descalza, mueve los
hilos para que pueda ir a pasar el fin de semana de mi cumpleaños”. Pedía
eso sabiendo que era muy difícil porque tenía exámenes de subida de nota justo
la semana siguiente, mi cumpleaños tocaba en domingo y habría que celebrarlo en
familia, además de que por el tema del Covid, no podíamos salir de Navarra.
Vamos, que era prácticamente imposible. Esa semana no di mucho la lata en casa
pero sorprendentemente me dieron permiso para ir y además obtuve un permiso
para poder viajar.
-Y ¿qué tal fue?
-Aquel primer fin de semana conocí a toda la comunidad, nueve
monjas en total y fui un viernes por la tarde hasta el sábado por la noche. Como
no podía entrar en la clausura, compartía con ellas los ratos de oración en la
iglesia y mientras ellas trabajaban yo me quedaba en mi cuarto estudiando o
pasaba algún rato en el locutorio hablando con alguna de ellas. Volví a casa
súper contenta y convencida de que volvería de nuevo. De hecho, yo no paraba de preguntar a mis padres cuándo podría
volver otra vez…
Pasadas las Navidades yo seguía pidiendo permiso para volver
a Zarautz otro fin de semana pero había que estudiar un montón y mis
padres solo me decían que tal vez en Semana Santa. A mí la verdad es que se me hacía larguísimo… Llegó
enero/febrero y tenía que estudiar muchísimo, pero yo no hacía más que pensar
en las monjas y en mi vocación. No conseguía concentrarme bien en lo que hacía.
-¿Llegaste a pensar que
era una obsesión que se te estaba yendo de las manos?
-Un poco sí. Lo pase mal, me agobié bastante y además mi hermano
dio positivo por covid y nos confinaron a todos en casa. Me pilló justo en los
exámenes así que a la vuelta del confinamiento tendría que hacer los exámenes
atrasados además de ponerme al día con la nueva materia. Estaba agotada y cansada de la situación. Así que medio
pensé: “Señor, o me ayudas Tú o yo no sigo adelante...”. Durante ese tiempo
dejé de hablar con el sacerdote que me dirigía y también dejé de llamar a la
madre Maria Almudena. Es como que quería ignorar la llamada que sentía dentro,
porque me estaba frustrando. Lo cierto es que no fue muy buena idea porque pasé
una temporada muy triste y sin ganas de nada.
-¿Volviste a estar
alegre de nuevo?
-Sí, volvió la alegría y la paz. Deje de estar triste y
angustiada, yo solo esperaba que mis padres despejaran sus dudas. Terminé el
curso bien y en mayo pude volver a Zarautz a pasar un fin de semana. Fue precioso, porque entonces sí
que tuve una sensación de mucha paz, yo no sabía que se podía sentir
tanta paz, una paz brutal, ¡tanta que no podía respirar! Como aún quedaba un
mes para selectividad, pude pasar más rato con la madre María Almudena en el
locutorio y disfruté mucho de los recreos con las hermanas.
-Entonces pasas ese
segundo fin de semana con ellas, ¿qué pasa después?
-Pues que yo
vuelvo con una mezcla de paz, de alegría...no sé, y vuelvo a casa pensando en
que ya no voy a volver a pasar una noche allí, si no es, para quedarme. Lo
peor de ir allí era que luego tenía que volver a Pamplona, aunque suene
horrible. Me marchaba a casa, pero se me desgarraba el corazón y un trozo se
quedaba allí con las monjas. Volví muy centrada en hacer la selectividad y
luego, en el verano, que fuera lo que fuera... La selectividad me fue bien,
aunque yo no tenía ninguna intención de empezar la universidad.
-¿Para entonces tus
padres ya estaban decididos a dejarte ir a Zarautz o aún no?
-Ellos seguían pensando en la universidad. Durante todo este tiempo que te he ido contando, ellos fueron
hablando con sacerdotes y con personas que podían aportarles luz sobre este
tema. Yo creo que han tenido opiniones y consejos de todo tipo.
Hablaron con la universidad y expusieron mi situación. Como las carreras
escogidas por mi no tienen mucha demanda, les dijeron que no había problema en
matricularme más tarde, en agosto, si al final decidía estudiar. Así que aún no
había una decisión en firme, todas las puertas estaban abiertas.
-Entonces… ¿cómo se
deshace el nudo?
-Un día, mis padres y yo fuimos a hablar con el Arzobispo Don
Francisco (arzobispo de Pamplona), para ver qué opinaba él. Don Francisco nos
dijo que, según su experiencia, lo
que yo necesitaba era poder discernir desde dentro de la clausura. Que
si me ponía a estudiar una carrera no lo podría hacer. Que si después de un
tiempo veía que no era mi camino podría ponerme a estudiar, mucho más centrada.
Entonces cuando volvimos de vacaciones, a finales de julio, mis padres, ya por
fin, me dijeron que, si lo tenía tan claro y Dios me estaba llamando realmente,
ellos no querían pone trabas y que ¡adelante! Fue una alegría inmensa.
-¿Te da miedo,
incertidumbre, ilusión... la inminente entrada en Zarautz? ¿Cómo te sientes?
-Pues la verdad es que tengo muchas ganas de entrar, estoy
bastante ilusionada. También hay días que tengo un poquito de miedo, pero luego
me pongo a rezar y, como
en realidad me tiro a los brazos de Dios…, pues se me pasa el miedo, porque
sé que me quiere muchísimo. Hay gente que me dice que soy muy valiente, pero yo
no lo creo, el valiente es Dios que me ha elegido.
-Escuchándote, y viendo
el brillo en tus ojos, dan ganas de ir a la clausura a probar… sin embargo, hay
muy pocas vocaciones. ¿Por qué pasa esto? ¿Es que Dios no llama?
-No es eso, Dios
sí que llama, pero ante todo, está la libertad de cada uno. La gente de mi
edad, por ejemplo, está muy preparada, son muy buena gente, con ganas de
cambiar el mundo... pero igual les falta fe o no sé y piensan en otros caminos
para humanizar el mundo.
-¿Crees que, en la
clausura, puedes cambiar el mundo?
-¡Sí, lo creo! Rezando
mucho por todos, desde el corazón del mundo, a través de la oración.
Marta León
Fuente: ReL