Buscaba a Dios y lo encontró en el testimonio de unas monjas en el hospital
![]() |
Beatificación de Hildegard Burjan en Viena |
Origen judío
Hildegard
nació en el seno de una familia judía no religiosa de Sajonia. De hecho en su
partida de nacimiento, en el lugar de la religión, los padres escribieron
“ninguna”. La situación acomodada de su familia le facilitó el acceso a una educación universitaria, centrada
en la literatura, la filosofía, la sociología y la economía alemanas.
Primero estudio en Berlín y después en Zúrich, y nuevamente en Berlín, donde se
doctoró en 1908, aunque un año antes ya se había casado con el empresario
húngaro Alexander Burjan.
Su acercamiento a la fe católica
llegó durante su estancia en la universidad. Allí Hildegard experimentó un
ardiente deseo de encontrar el verdadero significado de la vida y buscando la
respuesta no cesaba de implorar: “Dios, si existes, manifiéstate a mí”. Lo
cierto es que algunos profesores de Filosofía que estaban a punto de
convertirse al catolicismo influyeron mucho en esa búsqueda de la verdad, y de
ellos aprendió todo lo fundamental de la fe católica, así como la oportunidad
de leer a grandes filósofos y teólogos católicos.
El testimonio de las monjas
Pronto
llegó el dolor a su vida. En octubre de 1908, un cólico renal le obligó a
ingresar en el hospital St. Hedwig, en Berlín, pero todos los recursos médicos
de la época no sirvieron para curarla. Mientras los médicos la desahuciaron, la
atención personal y espiritual que le brindaron las Hermanas de san Carlos Borromeo que
trabajaban en el hospital cuestionaron su increencia religiosa: “Lo que hacen las Hermanas, un ser
humano, sostenido solo por sus propias fuerzas, es incapaz de llevarse a cabo
solas”.
El
domingo de Pascua de 1909, tras ser desahuciada, comenzó paradójicamente su
repentina e inexplicable curación. Hildegard siempre consideró su curación como
un milagro, como una llamada de Dios a ver lo que realmente importaba: “Esta segunda y nueva vida debe
pertenecer sólo a Dios”, dijo en aquel momento y pidió el Bautismo: “Quiero
entregarme, consumir mi vida en el amor a los hermanos”.
El
bautizo tuvo lugar en el mes de agosto, y su marido se convirtió un año
después, justo después de que Hildegard diera a luz a su única hija, Isabel. El
nacimiento también tuvo su prueba en la fe, pues dado su historial médico, los
doctores le recomendaron el aborto. La respuesta de la madre fue muy clara:
“Nada puede convencerme de permitir esto. Incluso si tengo que morir, entonces
se hará la voluntad de Dios”.
Una vida dedicada a los demás
Esa
segunda vida pronto empezó a tomar cuerpo. Con su formación académica, e
inspirada por las enseñanzas
sociales de León XIII, Hildegard se dedicó a mejorar la vida de las mujeres
pobres de Austria, y de los pobres en general. Se distinguió por su espíritu
solidario, por su sensibilidad hacia el sufrimiento de los más necesitados,
pero, sobre todo, por su capacidad para buscar las raíces de los problemas
sociales y atajarlos.
Ya
en 1912 estaba implicada en conseguir
un salario justo para las empleadas domésticas, incluidas las que acababan
de dar a luz, aunque fueran madres solteras. Además les ofreció protección
legal en caso de necesitarla, así como formación espiritual.
Y
durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) puso en marcha diferentes campañas para ayudar a
los huérfanos y las viudas, además muchas mujeres vivían explotadas en sus
casas trabajando o cosiendo para grandes empresas. Ella las organizó en asociaciones para que trabajaran
juntas, en espacios de trabajo adecuados y con calor durante el invierno,
además de conseguir que su trabajo tuviera una remuneración justa y
sus derechos fueran respetados.
Tampoco
faltaron los comedores sociales: fundó la “Mesa de Santa Isabel”, donde mucha gente podía
comer comida caliente y en un lugar caliente, y en donde cabía también la
posibilidad de comprar comida a un precio verdaderamente económico.
La primera mujer parlamentaria de
Austria
El
paso de la acción social a la política llegó poco después, pero no fue por
interés personal, sino por petición de las autoridades de Viena, especialmente
de la Iglesia, que veían
en ella un personaje clave en la regeneración del país. De esta forma, en
1918, entró en la partido Socialcristiano, primero como miembro de la
Corporación Municipal del Ayuntamiento de Viena, y más tarde como diputada
siendo la primera del país.
En
esta cámara trabajó con clara
identidad cristiana defendiendo la justicia social, logrando leyes a favor
de las mujeres trabajadoras, protegiendo el trabajo y los salarios de las
empleadas del hogar, y erradicando del trabajo infantil. Su objetivo era fortalecer la
familia y mejorar las condiciones de vida de las mujeres, primeras
responsables del cuidado y educación de los hijos. Recibió el apoyo y el
reconocimiento social, y el cardenal de Viena, Gustav Piffl, la calificó como
“la conciencia del parlamento”.
Fundadora de una sociedad de vida
apostólica
No
satisfecha con su propia labor, tuvo la inspiración de fundar en 1919 una
sociedad de vida apostólica femenina llamada Caritas Socialis,
cuyos miembros viven en pobreza,
obediencia y castidad para trabajar, como su propia fundadora, por los pobres y
los rechazados, especialmente mujeres y niños. El principio que inspiraba a
estas mujeres, en palabras de la propia Hildegard, era la de ser a la vez Marta
y María: “¿Es posible ser a la vez Marta y María? Seguro que sí, y éste es el
gran ideal que queremos lograr: vivir entregadas completamente a Dios y
completamente a la humanidad”.
La
sociedad de vida apostólica se fue nutriendo de muchas voluntarias de sus obras
de caridad que vieron, al igual que ella, la necesidad de la consagración a
Dios para ser misioneras de la caridad. En la actualidad están extendidas en Alemania y Brasil.
Cristo en su vida
Pero
si la imagen de “Marta” era clara y visible, no menos importante era la “María”
que vivía en su interior. En medio de tantas actividades sociales y políticas,
compromisos de esposa, madre, fundadora de asociaciones de mujeres
trabajadoras… Hildegarda llevaba una profunda vida de oración y de encuentro
con Dios: “Siempre llevo conmigo hojas sueltas del Breviario y rezo a menudo en
las cafeterías o mientras mi marido lee el periódico”. “Las horas más felices para mí son las noches, cuando rezo el
Breviario”, explicaba a sus hijas espirituales.
Siempre
iba a misa temprano, y antes
de las sesiones del parlamento acudía ante el Santísimo expuesto, pues en
la Eucaristía descubría la fuente que la fortalecía constantemente y donde
encontraba la solución a todos los problemas: “Así me da Dios las mayores
gracias, se aclaran tantas cosas, y se resuelven los problemas más
complicados”.
Hildegarda
murió el 11 de junio de 1933. Cuentan sus hijas espirituales que sus últimas
palabras fueron: “Jesús, mi
querido Jesús, haz buenos a todos los hombres, para que encuentres tu agrado en
ellos”. Y su beatificación tuvo lugar el 31 de enero de 2012 en la Catedral
de San Esteban en Viena.
Fernando de Navascués
Fuente: ReL