No existen unas Misas más poderosas que otras, porque “toda Misa tiene un valor infinito ante Dios”.
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El Cardenal Onaiyekan durante su catequesis. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
El Cardenal advirtió que “en algunos lugares del mundo con
frecuencia escuchamos que algunos sacerdotes afirman que poseen poderes
especiales y que la Santa Misa que celebran son más poderosas que otras, con
sus implicaciones monetarias para fieles devotos pero crédulos. Nada de esto tiene
que ver con nuestra fe católica. Toda Misa tiene un valor infinito ante Dios”.
“Ese es el motivo por el que, con independencia de quién celebre
la Misa, debe observar un mismo ritual, especialmente en lo que afecta a los
elementos centrales de la Oración Eucarística”, explicó.
En es sentido, insistió en que “no importa quién sea el ministro.
Si es el Papa, un Obispo o un sacerdote recién ordenado. Es Jesús el que está
celebrando. Por lo tanto, debemos tener cuidado de no permitir ningún tipo de
discriminación entre los sacerdotes como ministros de la Eucaristía”.
Asimismo, llamó a celebrar con respeto porque “la celebración de
la Eucaristía es la recreación de lo que Jesús realizó en la Última Cena.
Cuando nos reunimos en torno a la mesa de la celebración Eucarística, es Jesús
el que está celebrando la Eucaristía”.
Destacó que “la liturgia católica no tiene espacio para
extravagancias teatralizadas y representaciones creativas que a menuda rozan el
entretenimiento vulgar que no es digno del culto cristiano”.
Recordó que “el sacerdote es un ministro humano que celebra en la
persona de Cristo, siempre que esté adecuadamente ordenado y comisionado para
hacerlo. Pero, junto con el sacerdote, toda la congregación se une también a la
celebración de la Eucaristía, ya que la Eucaristía la celebra todo el cuerpo de
Cristo, tanto su cabeza como sus miembros”.
“Es por ello por lo que el Concilio Vaticano II insiste en la
participación activa de todos los que están presentes en la Misa. No acudimos a
Misa para contemplar un espectáculo como espectadores. Vamos a Misa para
participar en la acción sagrada en la que se recrea plena y completamente la
comida eucarística de Jesús en la Última Cena”.
También enseñó que “es doctrina de la Iglesia que sólo un
sacerdote válidamente ordenado puede consagrar la Sagrada Eucaristía, por lo
que sólo un sacerdote válidamente ordenado puede actuar en la persona de
Cristo, in persona
Christi”.
“Esto significa que los ministros de las demás denominaciones
cristianas, cuya ordenación sacerdotal no está reconocida por nuestra Iglesia,
no pueden consagrar de forma válida la Sagrada Eucaristía, tampoco aunque
siguieran correctamente todos los movimientos y rituales”, resaltó.
Todo comenzó en la Última Cena
En su catequesis, titulada “La Eucaristía, cumbre de nuestra vida
cristiana y fuente de toda nuestra esperanza”, el Cardenal Onaiyekan señaló que
“la Eucaristía es objeto de nuestra fe”, y aseguró que “sólo podemos llegar a
saber algo sobre el Sacramento si estamos dispuestos a someter nuestra mente,
nuestro corazón y voluntad a lo que la revelación de Dios nos ha dado a conocer
sobre su acción de amor por nosotros en este sacramento”.
Recordó que “en la Eucaristía tenemos la presencia real de Dios
entre nosotros. Por supuesto, Dios siempre está presente con nosotros todo el
tiempo y en todo lugar. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la
presencia física histórica de Dios en nuestro mundo. Esta es la base de la
presencia real de Dios en Cristo en la Sagrada Eucaristía”.
Explicó que “todo comenzó en la Última Cena, cuando Jesús tomó el
pan, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: ‘Esto es mi cuerpo’. E hizo
lo mismo cuando tomó el cáliz lleno de vino y dijo: ‘Esta es mi sangre’”.
“Debido a que Jesús está verdaderamente presente en los elementos
eucarísticos, la Eucaristía no es sólo para ser comida, sino también para ser
adorada”, detalló.
“Jesús está verdaderamente presente durante la celebración de la
Santa Eucaristía. Pero la presencia real de Jesús no deja elementos
eucarísticos después de la Misa. Mientras los materiales de los elementos estén
ahí, también lo está todo el Cuerpo y la Sangre de Cristo”.
Además, hizo hincapié en que “la presencia real de Jesús en la
Eucaristía tiene implicaciones no sólo para nosotros que creemos en ella y la
celebramos. Lo que se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo son los
‘frutos de la tierra y del trabajo del hombre’. De alguna manera, toda la
creación se eleva por el hecho de que estos objetos creados, colocados sobre el
altar, por invocación del Espíritu Santo, se conviertan en el cuerpo y la
sangre de Cristo”.
“Aunque ahora tenemos la celebración de la Eucaristía según una
variedad de ritos, el corazón de la Eucaristía permanece igual. De la misma manera,
todavía hoy, aun manteniendo el corazón de la celebración eucarística, la
Iglesia fomenta la adaptación de la celebración según la diversidad de culturas
y épocas. Así, la celebración de la Eucaristía se ha convertido en un objeto
muy importante de la inculturación de la liturgia, de la que se ha hablado
tanto”.
Sin embargo, advirtió contra los peligros de poner el acento en la
inculturación: “No debemos olvidar que, con independencia de lo que hagamos con
la inculturación, no debe ser una simple o primaria promoción de nuestra
cultura, aunque eso también es importante. Más bien, el objetivo principal debe
ser asegurar que el corazón del mensaje y el significado de la Eucaristía
puedan transmitirse con mayor claridad a los pueblos de diferentes culturas y
épocas”.
Por otro lado, indició que “en la Sagrada Eucaristía tenemos una
unión íntima con Jesucristo, el hijo de Dios Padre, por medio de la acción del
Espíritu Santo. En otras palabras, tenemos una unión íntima con la Santísima
Trinidad. Por medio de la Sagrada Eucaristía, Dios no solo viene a nosotros,
sino que Dios vive en nosotros y nosotros en Él”.
Asimismo, insistió en la necesidad de acudir a la comunión en un
estado espiritual de gracia: “Forma parte de la doctrina católica que la
Sagrada Eucaristía también es medicinal. Ya que nos limpia de los pecados
veniales y nos protege contra los pecados mortales. Dicho esto, también forma
parte de la doctrina de la Iglesia que nadie que sepa que se encuentra en
estado de pecado grave que lo aleje del amor de Dios, debe acercarse a recibir
la Sagrada Comunión. Primero debe acercarse al sacramento de la reconciliación
con Dios por medio de la confesión. La doctrina de la Iglesia no ha cambiado en
esto”.
Sin embargo, “desafortunadamente, lo que vemos es una corriente
general de personas que acuden a comulgar en Misa sin preocuparse de si están
en un correcto estado espiritual para recibirla”.
Por ello, “es deber de los pastores recordar a los fieles esto, sin
introducir exageraciones innecesarias en el asunto. Es también deber de los
pastores facilitar el acceso a los fieles a la confesión”.
“El caso más común es respecto al estado matrimonial”, reconoció.
“Considerados por la ley de la Iglesia como irregulares y que, por lo tanto,
deben mantenerse alejados de la Sagrada Comunión, son, por ejemplo, aquellos
que viven juntos en concubinato abierto o secreto, sin el sacramento del
matrimonios, y aquellos que se han casado, divorciado y vuelto a casar sin pasar
por el proceso de nulidad canónica”.
“Pero debemos ser conscientes de que no sólo las cuestiones sobre
el matrimonio irregular pueden hacer que un católico no sea apto para recibir
la comunión. Cualquiera que se encuentre en una vida inmoral de forma estable
debería decidir mantenerse alejado hasta que pueda cambiar su situación”.
También, “una situación reciente que ha generado gran debate es la
de la responsabilidad de los políticos católicos de respetar las leyes de la
Iglesia en sus decisiones políticas, especialmente en lo que respecta al pecado
grave del aborto”.
Por desgracia, “por muy grave que sea el pecado de aborto, se ha
legalizado de forma general y ha pasado a considerarse como algo normal en
varios lugares, especialmente en las llamadas naciones ‘desarrolladas’”.
No obstante, “la posición de la Iglesia católica, que insiste de
forma clara en que el aborto es ‘la matanza de niños inocentes no nacidos’,
continúa manteniéndose. Cualquier católico que cometa un aborto o que coopere
en la práctica de un aborto, debe saber que ha cometido un asesinato y debe
mantenerse alejado de la Sagrada Comunión, a menos, y hasta, que haya acudido a
la confesión”.
En el caso concreto de los católicos con responsabilidad política,
“si votar una ley inmoral, incluso en un estado secular, equivale a convertirse
en cómplice de un crimen, entonces estaríamos ante una decisión moral
incompatible con recibir la sagrada comunión”.
“Pero, desde un punto de vista pastoral, no está tan claro que, si dicha persona se presenta a comulgar, debamos negarnos públicamente a darle la comunión, provocando así un gran alboroto y escándalo”, planteó.