Anna Laura estaba convencida que su vida pasaba por el matrimonio y los hijos cuando Dios la sorprendió
Hna. Anna Laura. Dominio público |
A
esta congregación llegan mujeres de todo tipo y condición, la mayoría jóvenes
con estudios universitarios procedentes de todo Estados Unidos y ahora incluso
desde Europa. Precisamente, uno de los fuertes de las dominicas de
Nashville es su exitosa pastoral
vocacional y los retiros que organizan a los
que consiguen a atraer a muchas chicas con inquietudes vocacionales. Pero
además saben de la importancia de ofrecer los testimonios de vida de las
hermanas, pues otras muchas que los leen o escuchan se sienten identificadas
con sus historias.
Esto
es precisamente lo que ha hecho la hermana Anna Laura, relatar su
testimonio de cómo Dios la fue llevando por caminos inesperados, en
los que como ella afirma no faltó el sentido del humor, hasta llegar a
convertirse en monja dominica.
“El
don de mi vocación religiosa se fue desarrollando gradualmente. No fue hasta mi
último año en la universidad que me di cuenta de un deseo dentro de mí
que ni siquiera entonces pude nombrar durante algún tiempo”, explica esta
religiosa.
Anna
Laura creció en una familia católica en Arkansas. Sin embargo, recuerda que “la
única hermana religiosa que recuerdo fue mi catequista de Primera
Comunión. Después de eso tuve muy poco contacto con monjas. Pero
tras la escuela secundaria fui a la Universidad de Dallas y allí me dieron
clase sacerdotes dominicos y cistercienses”.
En
la universidad, ya al final de sus estudios, decidió realizar un curso de
Teología que llevaba por título “Matrimonio cristiano”. Ella daba por
hecho que en algún momento se casaría y tendría una familia, por lo que
esta formación era interesante para su proyecto de vida,
El sentido del humor de la Providencia
Sin
embargo, la hermana Anna Paula señala que “la Divina Providencia no
carece de sentido del humor, porque fue en esta clase sobre el
matrimonio donde escuché por primera vez una explicación de la vida religiosa”.
El
profesor, un laico, explicó –según asegura esta monja- “maravillosamente el
matrimonio y cómo su fin último es que los cónyuges se acerquen mutuamente a
Dios. También mencionó que la vida religiosa anticipa aquí en esta vida
la unión con Dios a la que todos estamos llamados. Esta idea
impregnaba todo mi ser, y recuerdo haberme preguntado por qué no todos se
volvían religiosos”.
La
semilla estaba echada pero en ese momento no germinó y este deseo que ardía en
su interior por la vida religiosa lo apartó y siguió con su vida
universitaria.
“Después
de graduarme de la universidad, regresé a North Little Rock y no sabía qué
hacer con mi vida. Mirando hacia atrás, veo esto como un momento crítico,
porque fue uno de los raros momentos en mi vida en el que no tenía planes.
Mi falta de planes le dio a Dios espacio para sus planes. Ese verano
me invitaron a hacer un retiro en Rhode Island dirigido por un sacerdote
Legionario de Cristo. Y aquí la semilla de la vocación floreció en una
comprensión abrumadora del amor de Dios por mí. Todo lo que quería era vivir mi
vida en respuesta a su amor”, cuenta Anna Paul.
Tras
este retiro le ofrecieron un puesto de profesora en un internado para niñas.
Pero tras acabar el curso y mientras seguía formándose, a la vez iba
buscando sobre distintas órdenes religiosas.
“Un
compañero mío de la universidad había ingresado a los dominicos de Nashville,
así que vine de visita. Todo encajaba: mi deseo de enseñar, mi amor por
el estudio, mi atracción por la vida monástica. Sobre todo, me di
cuenta durante esta visita de que los votos religiosos se toman para que uno
sea libre de amar a Dios y en Él, a todas las personas”, confiesa Anna Paula.
Esta
joven había encontrado su sitio, el lugar y la vocación concreta a la que Dios
la llamaba.
“En
cuanto a los miedos iniciales, me perseguían dos tipos. El primer tipo era el
de ‘¿y si?’: ‘¿Qué pasa si voy y descubro que no es dónde está mi vida? ¿Qué
pasa si de alguna manera fallo? ¿Y si…?’. También tenía miedo de contárselo
a alguien, incluida mi familia. Cuando finalmente reuní el valor para decirles
a mis padres que estaba pensando en la vida religiosa, todo miedo se disipó. Mi
padre dijo con su voz fuerte y segura: ‘Si sientes alguna inclinación hacia esa
vida, compruébalo’. Recibí mucho apoyo de mi familia, especialmente de mi padre
y de mi madre”.
Por
ello, desde la experiencia de años en la vida monástica, la hermana Anna Paula
ofrece un consejo: “A cualquiera que esté discerniendo su vocación, le
ofrecería el consejo de mi padre: No tengas miedo. Si Dios te está
llamando a la vida religiosa, estás invitada a una vida de plenitud y alegría”.
J. Lozano
Fuente: ReL