Es necesario abrirse a la novedad y dejarse sorprender
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Este
4 de julio, el Santo Padre dirigió la oración del Ángelus desde la ventana del
Palacio Apostólico y comentando el Evangelio del día recordó que, “sin apertura
a la novedad y a las sorpresas de Dios, sin asombro, la fe se convierte en una
letanía cansada que lentamente se apaga”.
“En la oración,
pidamos a la Virgen, que ha acogido el misterio de Dios en la cotidianidad de
Nazaret, tener ojos y corazón libres de los prejuicios y abiertos al asombro, a
las sorpresas de Dios, a Su presencia humilde y escondida en la vida de cada
día”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración
mariana del Ángelus, de este XIV Domingo del Tiempo Ordinario, desde la ventana
del Palacio Apostólico ante los fieles y peregrinos que se dieron cita en la
Plaza de San Pedro.
Un profeta sólo en su patria carece de
prestigio
El Santo Padre comentando el Evangelio de este domingo
(Mc 6,1-6) que nos habla de la incredulidad de los paisanos de Jesús, señaló
que Jesús después de haber predicado en otros pueblos de Galilea, vuelve a
Nazaret, donde había crecido con María y José; y, un sábado, se puso a enseñar
en la sinagoga. Muchos, escuchándolo, se preguntan: “¿De dónde le viene esta
sabiduría? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿No es este el
carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no
están sus hermanas aquí entre nosotros?” (cfr vv. 1-3).
“Delante de esta reacción, Jesús afirma una verdad que
ha entrado a formar parte también de la sabiduría popular: «Un profeta sólo en
su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio»”
Hay diferencia entre conocer y reconocer
En este sentido, el Papa Francisco invitó a detenernos
en la actitud de los paisanos de Jesús, que conocen a Jesús, pero no lo
reconocen. “En efecto – afirmó el Pontífice – hay diferencia entre conocer y
reconocer: podemos conocer varias cosas de una persona, hacernos una idea,
fiarnos de lo que dicen los demás, quizá de vez en cuando verla por el barrio,
pero todo esto no basta. Se trata de un conocer superficial, que no reconoce la
unicidad de una persona. Es un riesgo que todos corremos: pensamos que sabemos
mucho de una persona, la etiquetamos y la encerramos en nuestros prejuicios”.
“Los paisanos de Jesús lo conocen desde hace treinta
años y piensan que lo saben todo; en realidad, no se han dado nunca cuenta de
quién es realmente. Se detienen en la exterioridad y rechazan la novedad de
Jesús”
Es necesario abrirse a la novedad y
dejarse sorprender
Esto sucede, señaló el Santo Padre, cuando hacemos que
prevalezca la comodidad de la costumbre y la dictadura de los prejuicios, así
es difícil abrirse a la novedad y dejarse sorprender. “Al final sucede que
muchas veces, de la vida, de las experiencias e incluso de las personas –
subrayó el Pontífice – buscamos solo confirmación a nuestras ideas y a nuestros
esquemas, para nunca tener que hacer el esfuerzo de cambiar”. Puede suceder
también con Dios, precisamente a nosotros creyentes, a nosotros que pensamos
que conocemos a Jesús, que sabemos ya mucho sobre Él y que nos basta con
repetir las cosas de siempre.
“Sin apertura a la novedad y a las sorpresas de Dios,
sin asombro, la fe se convierte en una letanía cansada que lentamente se apaga”
¿Por qué los paisanos de Jesús no lo
reconocen y no creen en Él?
Finalmente, el Papa Francisco se pregunta: ¿Cuál es el
motivo por el que no reconocen y no creen en Jesús? Podemos decir, en pocas
palabras, afirmó el Papa, que no aceptan el escándalo de la Encarnación. “Es
escandaloso que la inmensidad de Dios se revele en la pequeñez de nuestra
carne, que el Hijo de Dios sea el hijo del carpintero, que la divinidad se
esconda en la humanidad, que Dios habite en el rostro, en las palabras, en los
gestos de un simple hombre”. He aquí el escándalo: la encarnación de Dios, su
concreción, su “cotidianidad”. En realidad, es más cómodo un dios abstracto y
distante, que no se entromete en las situaciones y que acepta una fe lejana de
la vida, de los problemas, de la sociedad. O nos gusta creer en un dios “de
efectos especiales”, que hace solo cosas excepcionales y da siempre grandes
emociones.
“Dios se ha encarnado: humilde, tierno, escondido, se
hace cercano a nosotros habitando la normalidad de nuestra vida cotidiana. Y
entonces, como los paisanos de Jesús, corremos el riesgo de que, cuando pase,
no lo reconozcamos, es más, nos escandalizamos de Él”
Vuelvo a aquella hermosa frase de San Agustín:
"Tengo miedo de Dios, del Señor, cuando pasa. Pero, Agustín, ¿por qué
tienes miedo? Tengo miedo de no reconocerlo. Tengo miedo del Señor cuando
pasa. Timeo Dominum transeuntem". No lo reconocemos de hecho,
nos escandalizamos de Él, pensamos como nuestro corazón con esta realidad.
Renato Martínez - Ciudad del Vaticano
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