San Pedro y san Pablo
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Dominio público |
Llegó Pedro ante el Maestro. Intuitus eum Iesus..., mirándolo
Jesús... El Maestro clavó su mirada en el recién llegado y penetró hasta lo más
hondo de su corazón. ¡Cuánto nos hubiera gustado contemplar esa mirada de
Cristo, que es capaz de cambiar la vida de una persona! Jesús miró a Pedro de
un modo imperioso y entrañable. Más allá de este pescador galileo, Jesús veía
toda su Iglesia hasta el fin de los tiempos. El Señor muestra conocerle desde
siempre: ¡Tú eres Simón, el hijo de Juan! Y también conoce su porvenir: Tú te
llamarás Cefas, que quiere decir Piedra. En estas pocas palabras estaban
definidos la vocación y el destino de Pedro, su quehacer en el mundo.
Desde los comienzos, «la situación de Pedro en la Iglesia es la
de roca sobre la que está construido un edificio». La Iglesia entera, y nuestra
propia fidelidad a la gracia, tiene como piedra angular, como fundamento firme,
el amor, la obediencia y la unión con el Romano Pontífice; «en Pedro se
robustece la fortaleza de todos», enseña San León Magno. Mirando a Pedro y a la
Iglesia en su peregrinar terreno, se le pueden aplicar las palabras del mismo
Jesús: cayeron las lluvias y los ríos salieron de madre, y soplaron los vientos
y dieron con ímpetu sobre aquella casa, pero no fue destruida porque estaba
edificada sobre roca, la roca que, con sus debilidades y defectos, eligió un
día el Señor: un pobre pescador de Galilea, y quienes después habían de
sucederle.
El encuentro de Pedro con Jesús debió de impresionar hondamente
a los testigos presentes, familiarizados con las escenas del Antiguo
Testamento. Dios mismo había cambiado el nombre del primer Patriarca: Te
llamarás Abrahán, es decir, Padre de una muchedumbre. También cambió el nombre
de Jacob por el de Israel, es decir, Fuerte ante Dios. Ahora, el cambio de
nombre de Simón no deja de estar revestido de cierta solemnidad, en medio de la
sencillez del encuentro. «Yo tengo otros designios sobre ti», viene a decirle
Jesús.
Cambiar el nombre equivalía a tomar posesión de una persona, a
la vez que le era señalada su misión divina en el mundo. Cefas no era nombre
propio, pero el Señor lo impone a Pedro para indicarla función de Vicario suyo,
que le será revelada más adelante con plenitud. Nosotros podemos examinar hoy
en la oración cómo es nuestro amor con obras al que hace las veces de Cristo en
la tierra: si pedimos cada día por él, si difundimos sus enseñanzas, si nos
hacemos eco de sus intenciones, si salimos con prontitud en su defensa cuando
es atacado o menospreciado. ¡Qué alegría damos a Dios cuando nos ve que amamos,
con obras, a su Vicario aquí en la tierra!
II. Este primer encuentro con el Maestro no fue la llamada
definitiva. Pero desde aquel instante, Pedro se sintió prendido por la mirada
de Jesús y por su Persona toda. No abandona su oficio de pescador, escucha las
enseñanzas de Jesús, le acompaña en ocasiones diversas y presencia muchos de
sus milagros. Es del todo probable que asistiera al primer milagro de Jesús en
Caná, donde conoció a María, la Madre de Jesús, y después bajó con Él a
Cafarnaún. Un día, a orillas del lago, después de una pesca excepcional y
milagrosa, Jesús le invitó a seguirle definitivamente. Pedro obedeció
inmediatamente -su corazón ha sido preparado poco a poco por la gracia- y,
dejándolo todo -relictis omnibus-, siguió a Cristo, como el discípulo que está
dispuesto a compartir en todo la suerte del Maestro.
Un día, en Cesarea de Filipo, mientras caminaban, Jesús preguntó a los suyos: Vosotros, ¿quién decís que soy Yo? Respondió Simón Pedro y dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. A continuación, Cristo le promete solemnemente el primado sobre toda la Iglesia. ¡Cómo recordaría entonces Pedro las palabras de Jesús unos años antes, el día en que le llevó hasta Él su hermano Andrés: Tú te llamarás Cefas ...! Pedro no cambió tan rápidamente como había cambiado de nombre. No manifestó de la noche a la mañana la firmeza que indicaba su nuevo apelativo. Junto a una fe firme como la piedra, vemos en Pedro un carácter a veces vacilante. Incluso en una ocasión Jesús reprocha al que va a ser el cimiento de su Iglesia que es para él motivo de escándalo. Dios cuenta con el tiempo en la formación de cada uno de sus instrumentos y con la buena voluntad de éstos.
Nosotros, si tenemos la buena voluntad de Pedro, si
somos dóciles a la gracia, nos iremos convirtiendo en los instrumentos idóneos
para servir al Maestro y llevar a cabo la misión que nos ha encomendado. Hasta
los acontecimientos que parecen más adversos, nuestros mismos errores y
vacilaciones, si recomenzamos una y otra vez, si acudimos a Jesús, si abrimos
el corazón en la dirección espiritual, todo nos ayudará a estar más cerca de
Jesús, que no se cansa de suavizar nuestra tosquedad. Y quizá, en momentos
difíciles, oiremos como Pedro: hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?. Y
veremos junto a nosotros a Jesús, que nos tiende la mano.
III. El Maestro tuvo con Pedro particulares manifestaciones de
aprecio; no obstante, más tarde, cuando Jesús más le necesitaba en momentos
particularmente dramáticos, Pedro renegó de Él, que estaba solo y abandonado.
Después de la Resurrección, cuando Pedro y otros discípulos han vuelto a su
antiguo oficio de pescadores, Jesús va especialmente en busca de él, y se
manifiesta a través de una segunda pesca milagrosa, que recordaría en el alma
de Simón aquella otra en la que el Maestro le invitó definitivamente a seguirle
y le prometió que sería pescador de hombres. Jesús les espera ahora en la
orilla y usa los medios materiales -las brasas, el pez...- que resaltan el
realismo de su presencia y continúan dando el tono familiar acostumbrado en la
convivencia con sus discípulos. Después de haber comido, Jesús dijo a Simón
Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?...
Después, el Señor anunció a Simón: En verdad, en verdad te digo:
cuando eras joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando
envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieras.
Cuando escribe San Juan su Evangelio esta profecía ya se había cumplido; por
eso añade el Evangelista: Esto lo dijo indicando con qué muerte había de
glorificar a Dios. Después, Jesús recordó a Pedro aquellas palabras memorables
que un día, años atrás, en la ribera de aquel mismo lago, cambiaron para
siempre la vida de Simón: Sígueme.
Una piadosa tradición cuenta que, durante la cruenta persecución
de Nerón, Pedro salía, a instancias de la misma comunidad cristiana, para
buscar un lugar más seguro. Junto a las puertas de la ciudad se encontró a
Jesús cargado con la Cruz, y habiéndole preguntado Pedro: «¿A dónde vas,
Señor?» (Quo vadis, Domine?), le contestó el Maestro: «A Roma, a dejarme
crucificar de nuevo». Pedro entendió la lección y volvió a la ciudad, donde le
esperaba su cruz. Esta leyenda parece ser un eco último de aquella protesta de
Pedro contra la cruz la primera vez que Jesús le anunció su Pasión. Pedro murió
poco tiempo después. Un historiador antiguo refiere que pidió ser crucificado
con la cabeza abajo por creerse indigno de morir, como su Maestro, con la
cabeza en alto. Este martirio es recordado por San Clemente, sucesor de Pedro
en el gobierno de la Iglesia romana. Al menos desde el siglo III, la Iglesia
conmemora en este día, 29 de junio, el martirio de Pedro y de Pablo, el dies
natalis, el día en que de nuevo vieron la Faz de su Señor y Maestro.
Pedro, a pesar de sus debilidades, fue fiel a Cristo, hasta dar
la vida por Él. Esto es lo que le pedimos nosotros al terminar esta meditación:
fidelidad, a pesar de las contrariedades y de todo lo que nos sea adverso por
el hecho de ser cristianos. Le pedimos la fortaleza en la fe, fortes in fide,
como el mismo Pedro pedía a los primeros cristianos de su generación. «¿Qué
podríamos nosotros pedir a Pedro para provecho nuestro, qué podríamos ofrecer
en su honor sino esta fe, de donde toma sus orígenes nuestra salud espiritual y
nuestra promesa, por él exigida, de ser fuertes en la fe?».
Esta fortaleza es la que pedimos también a Nuestra Madre Santa
María para mantener nuestra fe sin ambigüedades, con serena firmeza, cualquiera
que sea el ambiente en que hayamos de vivir.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.