Una historia llegada al consultorio: El sufrimiento asumido produce frutos psicológicos y espirituales inesperados
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Una historia sobre ello.
Doña Matilde, mujer
inteligente y de fuerte carácter, se desempeñaba como exitosa chef y dueña de
su propio restaurante cuando sufrió un accidente que la tendría inhabilitada
por largo tiempo, con la certidumbre eso sí, de lograr una total recuperación
tras una ardua rehabilitación.
Sin embargo, se
encontraba postrada en profunda depresión.
– Verá usted, si me ve
así, es porque la pasión de mi vida ha sido ser creativa y dirigir mi propio
restaurante sin medir mis horas de trabajo, y ahora que no puedo hacerlo, me
siento vieja e inútil, sumado a que estoy dando lata a mi familia – dijo en
tono desesperado.
– No debería ser así,
cuando se encuentra ante una nueva oportunidad de su vida, mientras se recupera
– le conteste en tono optimista.
– ¡La única oportunidad
que veo, es ponerle todas las ganas a la fisioterapia, durante no sé cuánto
tiempo! – contesto con sarcasmo.
– Eso está muy bien,
solo que yo me refiero a superar su desesperación.
– ¿Por qué no me habría
de desesperar?… ya le dije mis motivos.
– Pasa que no se debe
vivir, sin considerar la diferencia entre las cosas que tienen solo una
importancia relativa, y aquellas que tienen un valor absoluto, como
lo es el
sufrimiento, que bien aprovechado cumple una función de purificación.
– Explique tal cosa por
favor, que me suena demasiado filosófico.
– Sucede que al
desesperarse tanto, es como si admitiese que el sentido de su vida dependía
solo de su trabajo, por lo que en su condición de enferma e incapacitada, su
vida ha perdido su razón de ser, más aún ha perdido su derecho a una vida
digna ¿lo considera así?
– ¡Por supuesto que no….
y que no escuche eso mi familia! y, a propósito… ¿cuál sería esa nueva
oportunidad de la que habla? – contestó con extrañeza.
– Me refiero a que trabajar
muchas horas gustosamente, es algo que muchas personas pueden hacer; más
desearlo muchísimo, y no poder hacerlo sin desesperarse, es algo que requiere
un esfuerzo, que no cualquiera puede hacer.
– ¡Vaya que es cierto, y
me consta!
– Ahora bien,
ciertamente el trabajo puede llenar de sentido la vida, al igual que vivencias
gozosas como el amor, los viajes, la literatura, y tantas otras cosas, que dan
color a la existencia y son, por lo tanto, legítimamente buenas.
Mas existe el más sublime
y verdadero sentido de la existencia, que solo se alcanza a través de la mayor
fuerza del espíritu.
– Ponga por favor un
ejemplo.
– No hace mucho, conocí
a alguien a quien se le habían diagnosticado un tumor canceroso inoperable, y
se encontraba en fase terminal. Alguien que amaba apasionadamente la vida, su
familia y su profesión de arquitecto.
Reconoció entonces, que
habría de renunciar al sentido de su vida que hasta entonces había encontrado
en el amor de su familia, en su trabajo, y en tantas otras cosas placenteras y
gratificantes de la vida; mas no renunciaría al sentido de su sufrimiento,
considerando que solo este le daba el máximo valor al último tramo de su
existencia.
Lo
haría eligiendo lo que lo que no hubiera querido elegir, y se abrazó a la cruz.
Sin embargo, en sus
últimos días, no renunció a las posibilidades que aún le ofrecía la vida, así
que en cama: leía, escuchaba música y abrazaba a su familia, mientras tuvo
fuerza en sus brazos.
Había
vivido una entrega de generosidad, y entendía que debía permitir a los demás
vivirla a su vez… al cuidarlo y atenderlo, como lo mejor de su enseñanza.
Y trasmitió su paz y
esperanza en Dios hasta el último momento.
Doña Matilde guardó un
profundo silencio, para luego despedirnos amablemente.
Tiempo después, Doña
Matilde había superado su depresión, y se aplicaba con optimismo a su
rehabilitación.
El
sufrimiento asumido correctamente, ofrece la posibilidad de realizar el más
supremo valor, de cumplir el más profundo sentido de la existencia humana. Por
lo contrario, quien desespera, demuestra que ha otorgado un valor absoluto a
algo, que solo tiene un valor relativo.
Orfa Astorga
Fuente: Aleteia