La importancia de la eucaristía en la vida de la Iglesia ha sido sintetizada en esta doble afirmación: la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía.
La Pascua
establecida por Dios para liberar a Israel de la esclavitud y convertirse en el
pueblo de la alianza con Dios, es el telón de fondo para comprender los gestos
de Cristo con el pan y con el vino que prefiguran y realizan ya en la cena lo
que acontecerá en la cruz. Cristo parte su cuerpo y derrama su sangre para el
perdón de los pecados. Quien participa de esta alianza está salvado de toda
esclavitud y servidumbre.
Esta nueva alianza tiene diversos aspectos. Es banquete de comunión. Quienes participan en la Eucaristía comulgan con el cuerpo y la sangre de Cristo. Es decir, se hacen uno con Él. Este banquete, anunciado por los profetas, tendrá su consumación definitiva en la gloria eterna. Al celebrar cada domingo la Cena del Señor anunciamos que estamos orientados hacia ese banquete final en la casa del Padre.
Por eso, comulgar del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos exige vivir en comunión con él, en amistad verdadera, siendo fieles a su alianza. Exige pureza de corazón y de vida para transformarnos en él mediante la comida que nos ofrece y nos identifica con sus actitudes más profundas.
La Eucaristía es también sacrificio, ofrenda agradable a Dios, la más agradable porque se trata de su propio Hijo que se ofrece al Padre y a los hombres con un amor infinito, libre y gozoso. La mesa del banquete es también el altar de la cruz, el sacrificio perfecto. Cristo ha venido con este fin: ofrecerse total y radicalmente por amor a Dios y a sus hermanos los hombres.
No es un sacrificio equiparable a ninguno de los
realizados en el ámbito de las demás religiones: ofrendas de la naturaleza,
libaciones, incienso quemado en los altares. Todos estos sacrificios anunciaban
el definitivo de Cristo. Lo que sucedió en la cruz estableció la alianza nueva.
Por ello, no repetimos en la liturgia aquel acontecimiento único. Lo actualizamos,
lo re-presentamos mediante la fuerza del Espíritu y la oración de la Iglesia. Y
nosotros, si lo vivimos bien, nos ofrecemos con Cristo asociados a su propio
sacrificio.
La Eucaristía es, por estas razones, la fiesta que identifica la fe cristiana. La Eucaristía es siempre celebración festiva porque en ella Cristo resucitado nos introduce en la alegría de la vida eterna. Los cristianos celebramos incluso la muerte de nuestros seres queridos trascendiendo el dolor de la separación con la esperanza del reencuentro en la vida eterna.
Por eso es importante cuidar el aspecto festivo de la celebración, comprender el mensaje gozoso de los gestos litúrgicos, participar en el canto y expresar en la vida ordinaria que nos sentimos salvados.
Un filósofo ateo decía a este respecto que otros cantos deberían cantar los cristianos para creer que han sido redimidos. Se refería no a los cantos que tienen lugar en el templo, sino al canto de la vida ordinaria que debe expresar lo que realizamos en el culto.
Esta alegría es la que debemos transmitir a los demás y hacerla
extensiva especialmente a los pobres con el ejercicio de la caridad que nace de
la misma entrega de Cristo. Participar del Cuerpo y de la Sangre de Cristo
exige vivir la comunión de bienes con los necesitados. Por eso el día del
Corpus Christi es también el día de Cáritas.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia