El obispo más joven de la Iglesia llegó a África con 28 años, siendo misionero comboniano.
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Obispo Christian Carlassare. Dominio público |
Ahora tiene
43 y desde hace poco más de un mes es obispo titular de la diócesis de Rumbek,
en Sudán del Sur: «Aquí los civiles tienen armas, lo que crea mucha inseguridad
y genera violencia entre los jóvenes»
¿Se esperaba este nombramiento?
No, para nada. Es más, estaba muy contento en la diócesis de Malakal. Fue difícil despedirme. Esta es
una llamada muy exigente. Tengo que cambiar a una nueva diócesis y, además, muy
compleja. Es un lugar de primera evangelización y he de aprender el dinka, la
lengua de la tribu dominante. Es un territorio que no ha sufrido las
repercusiones políticas del conflicto sursudanés,
pero donde los civiles tienen armas, lo que crea mucha inseguridad y violencia
entre los jóvenes. La población necesita mejorar sus condiciones de vida para
poder acoger plenamente el Evangelio.
¿Cuáles son las dificultades de ser
misionero allí?
Hay que estar muy abierto a ver lo bueno de cada cultura y nunca juzgar según
las ideas prefijadas que traemos de Europa. Es un país con mucha violencia,
todas las comunidades tienen un arsenal de armas. La mayoría son campesinos o
pastores de vacas, pero llevan fusiles al hombro porque hay muchos robos. No
confían en la Policía y prefieren tomarse justicia por su mano. Además, son
poblaciones seminómadas, por lo que es muy difícil que vengan a la escuela o a
la parroquia. En la Iglesia tenemos estructuras demasiado fijas, cuando lo
ideal sería que nos fuéramos moviendo con la gente.
¿Cómo es la vida de los sursudaneses?
Hay muchas diferencias entre quien vive en la ciudad y quien vive en las zonas
rurales. La solidaridad está muy presente en las comunidades. Se ayudan mucho
entre ellos y hay una economía de trueque. La gente ha vivido siempre en medio
del conflicto, han crecido pensando que la guerra era normal. Esto ha impedido
el desarrollo. No hay casi escuelas. Más del 70 % de la población es
analfabeta. Además, no hay hospitales públicos, porque la sanidad es privada,
así que viven bien hasta que llega alguna enfermedad. Tienen muy pocas
posibilidades de curarse. La esperanza de vida no llega a los 55 años. Hay
muchas mujeres que mueren por infecciones en el parto y la mortalidad infantil
es altísima. Aun así, dos tercios de la población tiene menos de 18 años.
¿De qué manera se hace presente la guerra?
Vivo con gente traumatizada. Uno de los grandes desafíos como Iglesia es la
sanación de estos traumas. Reunimos a las personas para que hablen de ello,
para que expresen sus sufrimientos. Necesitan liberarse y compartirlo. Casi todas
las familias han sufrido asesinatos; casi todas las mujeres han sido violadas
alguna vez en su vida. Muchos niños han visto cómo sus padres eran ejecutados.
Es necesario que la sociedad haga un ejercicio de memoria colectiva y de
perdón. Nosotros, como misioneros, tratamos de ayudarles en ese camino.
¿Cómo vivió la sociedad sursudanesa el
encuentro del Papa con los líderes políticos en el Vaticano?
Fue una gran señal de esperanza. Los políticos han entendido que tienen que
superar sus diferencias para no destruir el país. Pero no es fácil. Ahora hay
un Gobierno de unidad nacional y han sido nombrados gobernadores en diferentes
regiones. Pero el problema no es político, sino que está en los territorios
armados. Se ha tratado de desarmar a las tribus, pero las comunidades no
quieren dar sus armas al Gobierno; quieren conservarlas para defenderse del
clan vecino, están engañados por la propaganda. Pero no pierdo la esperanza de
un Sudán del Sur en paz.
Victoria Isabel Cardiel C.
Fuente: Alfa y Omega