Era católico, pero se alejó de la fe tras la separación de sus padres
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Conor era adicto al alcohol, las drogas y el espiritismo, pero fue sanado por Dios. |
Conor
Mc Namee creció en una familia católica y tuvo una infancia feliz. Todo se derrumbó para él con la separación de sus padres cuando tenía 11 años. Se declaró ateo y entregó su vida
al alcohol, la música y las drogas. Entonces comenzó a adentrarse en
el espiritismo y la magia negra, pero tocó fondo y pidió a Dios una señal. Lo
ha contado en Cambio
de Agujas.
La separación de sus
padres le marcó
“Pasé una infancia
feliz, solo tengo recuerdos muy felices de aquellos años”, cuenta Conor:
“Crecí en una familia católica `más o menos´, íbamos a misa los domingos e hice
la comunión y la confirmación”.
“Cuando tenía 11 años, mis padres se separaron y un año después volvieron a
juntarse, pero hubo un cambio tras su separación. Dejaron de ir a misa, y
cuando tenía 14 años, hice lo mismo y declaré que no creía en Dios”.
Entregado al alcohol y las
drogas
“Entonces empecé a salir todas las semanas. Bebía en la calle con
mis amigos y tan solo
vivía para el fin de semana. Trasnochaba entre semana y estaba agotado en
clase, hasta que llegaba el fin de semana y salía a beber. Era mi ciclo de
vida”, explica.
“De vez en cuando
tomábamos hachís y cannabis, y tuve alguna mala experiencia, pero desde los
20 años, comencé a consumir con frecuencia”.
La música, la fama y el
placer eran su vida
“Tras terminar el instituto, estudié interpretación y producción
musical en la Universidad de Derry”, explica. “Me uní a una banda en la que ensayábamos 8 horas al día.
Incluso llegamos a tocar en Finlandia o Irlanda y grabamos nuestra música en
los estudios”.
“Mi vida empezó a girar en torno a la música, admiraba a las estrellas de rock y
quería ser como ellos”. Mientras, “tenía relaciones con mi novia y comencé
a explorar distintas opciones lejos de la fe”. Para Conor, “la vida consistía
en conseguir placer, ser famoso y tocar delante de mucha gente”.
Comenzó a practicar reiki
y probó la magia negra
Comenzó a producir música electrónica para discotecas. “Ya me drogaba todos los días, y
por el estilo de vida que llevaba, me diagnosticaron celiaquía crónica, para
siempre”, explica. “No sabía
cómo curarme, y comencé a investigar el reiki.
Después de cada sesión, me sentía drogado, fuera de mí, y acabé perdiendo el
interés”.
“Leí un libro sobre Led Zeppelin en el que Aleister Crowley hablaba
de magia negra y de cómo su éxito se debía a los hechizos y rituales que
hacían. Yo tenía un amigo que frecuentaba
retiros de magia negra, así que fui a su casa, tomamos drogas y terminamos
haciendo un símbolo de poder para que mi disco tuviese éxito”, recuerda.
Tenía todo lo que quería pero se
sentía vacío
“Durante años,
estuve entrando y saliendo de la magia negra, el reiki y otras
prácticas espiritistas”, explica. “Llegó un momento en que tenía dinero, piso,
trabajaba en una tienda de discos e incluso pude hacer una gira musical
internacional. Me iba bien, pero me sentía vacío”.
Algo similar ocurría en las relaciones. “Tener una novia, vivir
juntos, progresar en la relación y acabar rompiendo, eludiendo el matrimonio y
compromiso… Mi vida era
cada vez más caótica, sin control ni límites. Había tratado de
sobrepasarlos todos. Tenía todo lo que siempre había querido en vida, pero algo
en mi corazón me decía que había más”.
Suplicó la ayuda de Dios
“Estaba harto de lanzarme en búsqueda del éxito, conseguirlo y
descender de nuevo. Era un bucle continuo”, explica. “Una noche, estaba
acostado y casi llorando
dije: `Dios, si eres real, te necesito´”.
“Pasaron los meses y empecé a tratar a Dios más como una persona que como
algo abstracto”, cuenta. Por aquel tiempo, “un amigo solía hablarme de la fe.
Respondía a todas mis preguntas, y me gustaba lo que aprendía. Un día, me habló
de unas jornadas de estudio de la Biblia y oración, donde se rezaba por otras
personas y la gente se encontraba con Dios”.
“Sentí un calor inmenso y
que Dios quería curarme”
“Le pregunté a mi amigo si podía ir a una de esas jornadas”,
cuenta. “invitó a su casa a los Franciscanos de la Renovación de Derry, me impusieron las manos y rezaron
por mí”.
Entonces “sentí un
calor inmenso por todo mi cuerpo. Tenían muchas citas de las Escrituras
para mí, concretamente una sobre la comida que dice que `¿Qué padre entre
vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?´. Sentí que Dios quería curarme de
mi enfermedad”.
“Esa noche me dijeron que Dios es un padre que me invitaba a
volver, que me llamaba a ser su hijo otra vez. Me fui y me sentí distinto”,
recuerda. “Sabía que algo
había cambiado”.
Un paquete de galletas, la prueba
de su sanación
“Aprendí de nuevo el padrenuestro, el avemaría y empecé a rezar
cada noche…. Pasó una semana y pensé que si todo lo que habían dicho era
cierto, si Dios es tan bueno, yo era Su hijo me amaba tanto, quizá podía estar sanado”.
“Siempre me habían gustado mucho las galletas de chocolate. Esa
semana estaba haciendo las compras. No estaba ni si quiera cerca del pasillo de
galletas, pero mientras andaba, tuve una sensación extraña: tenía que comprar esas galletas que
siempre me habían gustado y que ahora no podía tomar por mi enfermedad.
“Anduve hasta el final del pasillo y ahí estaban, a mitad de
precio. Pensé: `si Dios nos habla y da señales, eso tenía que ser una´. Cogí un
paquete y me fui a casa. Solo iba a tomar un poco, ya que me ponía malísimo al
tomar gluten. Pero decidí tener fe, ir a por todas, y comí la mitad del
paquete. Pasaron las horas y estaba bien, ¡perfecto! Me fui corriendo a mi
compañera de piso, la abracé y le dije: Jesús me ha curado”.
Su primera confesión en
once años
Conor tuvo su primera jornada de estudio de la Biblia, y desde
entonces “comencé a ir cada semana, cantábamos alabanzas, y empecé a conocer a
Dios de verdad. Solo
quería correr detrás de Dios”, recuerda.
“Conseguí mi propia Biblia y le pedí a un sacerdote, el padre
Columba, que me ayudase a rezar de nuevo. Fui a mi primer retiro de Jóvenes
2000, y me confesé después
de 11 años. Confesé toda mi vida: sexo, drogas, magia negra, toda la ira y
la soberbia. Lo arrojé todo a los pies del Señor”, cuenta. “Cuando el sacerdote
me dio la absolución, sentí como todo el peso, la carga y la oscuridad desaparecían”.
“Sentí una suave llamada
en mi corazón”
Poco después, “tuvimos un rato de adoración. Estaba expuesto el
Santísimo y sentí una suave llamada en mi corazón para ir hacia delante.
Mientras estuve delante de rodillas, fue como si una ola de paz me inundase. Supe que era Jesús, y
que Él me amaba”.
“No tenía que
demostrar nada para ganarme su amor”, explica. “Ya no se trataba de lo buen
músico que fuese, no importaba nada de eso”. “Empecé a ir a la adoración todos
los días, y experimenté una paz increíble en mi nueva vida. Solo quería
difundir la fe para que los demás experimentasen la paz el amor y la alegría
que yo había experimentado”.
“Todo cambió”, cuenta Conor. “Me fue dado un fundamento en Dios.
Me consagré a la Virgen, rezo el rosario cada día, también voy a misa y a la
adoración eucarística. Corté con todo lo que no me acercaba a Dios, y desde ese
momento, le hice el centro
de mi vida”.
Fuente: ReL