Un hilo rojo une los discursos programáticos celebrados en Bakú, El Cairo y Ur indicando la necesidad de una auténtica religiosidad para adorar a Dios y amar a los hermanos, y el compromiso concreto con la justicia y la paz
Hay
un hilo rojo que une tres importantes intervenciones del Papa Francisco en
relación con el diálogo interreligioso y en particular con el Islam. Es un
magisterio que indica un itinerario con tres puntos de referencia
fundamentales: el papel de la religión en nuestras sociedades, el criterio de
la auténtica religiosidad y el camino concreto para caminar como hermanos y
construir la paz. Los encontramos en los discursos que el Obispo de Roma
pronunció en Azerbaiyán en 2016, en Egipto en 2017 y ahora durante su histórico
viaje a Iraq, en la inolvidable cita en Ur de los Caldeos, la ciudad de Abraham.
El primer discurso tuvo como interlocutores a los chiítas
azerbaiyanos pero también a las demás comunidades religiosas del país, el
segundo se dirigió principalmente a los musulmanes sunitas egipcios y,
finalmente, el tercero se dirigió a un público interreligioso más amplio aunque
de mayoría musulmana, incluyendo además de los cristianos a los representantes
de las antiguas religiones mesopotámicas. Lo que Francisco propone y pone en
práctica no es un enfoque que olvide las diferencias y las identidades para
aplanar todo. Por el contrario, es una llamada a ser fiel a la propia identidad
religiosa para rechazar cualquier instrumentalización de la religión para
fomentar el odio, la división, el terrorismo, la discriminación, y al mismo
tiempo para dar testimonio en las sociedades cada vez más secularizadas de que
necesitamos a Dios.
En Bakú, ante el jeque de los musulmanes del Cáucaso y
representantes de otras comunidades religiosas del país, Francisco recordó la
"gran tarea" de las religiones, la de "acompañar a los hombres
en la búsqueda del sentido de la vida, ayudándoles a comprender que las
capacidades limitadas del ser humano y los bienes de este mundo no deben
convertirse nunca en absolutos". En El Cairo, al intervenir en la
Conferencia Internacional por la Paz promovida por el Gran Imán de Al Azhar Al
Tayyeb, Francisco había dicho que el monte Sinaí "nos recuerda ante todo
que una auténtica alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo, que la
humanidad no puede proponerse encontrarse en paz excluyendo a Dios del
horizonte, ni puede subir a la montaña para tomar posesión de Dios". Un
mensaje muy oportuno ante lo que el Papa calificó de "peligrosa paradoja",
es decir, por un lado la tendencia a relegar la religión sólo a la esfera
privada, "sin reconocerla como dimensión constitutiva del ser humano y de
la sociedad"; y por otro la inadecuada confusión entre las esferas
religiosa y política.
En Ur, el sábado 6 de marzo, Francisco recordó que si el hombre
"excluye a Dios, acaba adorando las cosas terrenales", invitando a
levantar "la mirada al Cielo" y definiendo como "verdadera
religiosidad" la que adora a Dios y ama al prójimo. En El Cairo, el Papa
explicó que los líderes religiosos están llamados "a desenmascarar la
violencia que se disfraza de presunta sacralidad, apelando a la absolutización
del egoísmo en lugar de la auténtica apertura al Absoluto" y a
"denunciar las violaciones de la dignidad humana y de los derechos humanos,
a sacar a la luz los intentos de justificar toda forma de odio en nombre de la
religión y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios".
En Bakú, el Papa había destacado como tarea de las religiones la
de ayudar "a discernir el bien y a ponerlo en práctica con las obras, con
la oración y con el esfuerzo del trabajo interior, están llamadas a construir
la cultura del encuentro y de la paz, hecha de paciencia, de comprensión, de
pasos humildes y concretos". En un tiempo de conflicto, las religiones
-dijo el Sucesor de Pedro en Azerbaiyán- "deben ser auroras de paz,
semillas de renacimiento en medio de la devastación de la muerte, ecos de
diálogo que resuenan incansablemente, caminos de encuentro y reconciliación
para llegar incluso allí donde los intentos de mediación oficial parecen no
tener efecto". En Egipto había explicado que "ninguna incitación
violenta garantizará la paz" y que "para prevenir los conflictos y
construir la paz es fundamental trabajar para eliminar las situaciones de pobreza
y explotación, donde el extremismo arraiga más fácilmente". Estas palabras
también tuvieron eco en el discurso de Ur: "No habrá paz sin compartir y
aceptar, sin una justicia que garantice la equidad y la promoción de todos,
empezando por los más débiles. No habrá paz si los pueblos no tienden la mano a
otros pueblos".
Los tres discursos papales indican así el papel de la religiosidad
hoy en día en un mundo en el que prevalece el consumismo y el rechazo de lo
sagrado, y en el que se tiende a relegar la fe a la esfera privada. Pero es
necesaria, explica Francisco, una religiosidad auténtica, que nunca separe la
adoración a Dios del amor a los hermanos. Por último, el Papa indica un camino
para que las religiones contribuyan al bien de nuestras sociedades, recordando
la necesidad de un compromiso con la causa de la paz y de responder a los
problemas y necesidades concretas de los últimos, los pobres, los indefensos.
Es la propuesta de caminar codo con codo, "todos hermanos", para ser
artesanos concretos de la paz y la justicia, más allá de las diferencias y con
respeto a las respectivas identidades. Un ejemplo de este camino fue citado por
Francisco al recordar la ayuda de los jóvenes musulmanes a sus hermanos
cristianos en la defensa de las iglesias de Bagdad. Otro ejemplo lo ofreció el
testimonio en Ur de Rafah Hussein Baher, una mujer iraquí de religión
sabeo-mandeana, que en su testimonio quiso recordar el sacrificio de Najay, un
hombre de religión sabeo-mandeana de Basora, que perdió su vida para salvar la
de su vecino musulmán.
Andrea Tornielli
Vatican News