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Raphael Nguyen, sacerdote católico vietnamita |
Enseñaba catequesis a los niños
mientras las bombas de terroristas comunistas explotaban cerca de
sus clases.
Trabajos forzados en el pantano por dar catequesis a niños
Cuando
en 1975 los comunistas ganaron la guerra y pasaron a controlar todo el país,
los seminarios intentaron acelerar los estudios de sus jóvenes. Raphael cursó en un año la filosofía
y teología que normalmente se cursaba en tres años. La idea era
ordenarlo en 1978. Pero las autoridades comunistas simplemente lo bloquearon.
Después,
en 1981 las autoridades lo
detuvieron 13 meses por el "delito" de "enseñar religión a niños
ilegalmente". Le enviaron a un campo de trabajos forzados en junglas y pantanos:
muchas horas de trabajo físico, poca comida y golpes y palizas si no cumplía
con el cupo de trabajo asignado.
"A
veces trabajaba de pie en
el pantano con agua hasta el pecho y árboles densos que bloqueaban el sol",
recuerda. Había serpientes
venenosas, sanguijuelas y jabalíes salvajes que eran un peligro
continuo para los presos.
Los
forzados dormían en el
suelo en chozas destartaladas y abarrotadas de presos, que no
protegían de la abundante lluvia. Los
guardias "eran como animales" en su brutalidad y Raphael
recuerda con tristeza cómo mataron a un amigo suyo de una paliza.
Repartir la Comunión escondida en el paquete de cigarrillos
Raphael
no era sacerdote, pero ayudaba a dos sacerdotes cautivos a repartir la comunión, escondiendo
las Hostias en un paquete de cigarrillos. Estos sacerdotes conseguían
celebrar misas y
confesiones a escondidas.
Pasados
sus meses de trabajo forzado, se le dejó en libertad, pero él veía que todo el
país era como una gran prisión sin libertades. Con unos amigos, consiguieron un bote para huir por
mar a Tailandia, pero en el mar embravecido se estropeó el motor. Lograron
escapar de morir ahogados, pero tuvieron que volver a la costa vietnamita donde
les capturó la policía.
Esta
vez le castigaron con 14
meses de cárcel en una prisión de ciudad. Aquí practicaban otra tortura: descargas eléctricas que
recorrían su cuerpo, tan fuertes que le dejaban inconsciente. Cuando despertaba, pasaba
varios minutos sin saber quién era ni dónde estaba.
Pero
en esta prisión, explica Raphael, "yo rezaba todo el tiempo, y desarrollé una relación cercana con
Dios. Ese me ayudó a decidirme en mi vocación". Sentía compasión por
otros presos y deseaba poder ayudarlos como sacerdote.
Perseguidos por los piratas
En
1987, cuando lo soltaron de la prisión, de nuevo buscó escapar en barco: un bote de 9 por 3 metros con
34 personas a bordo, incluyendo niños.
En
dos ocasiones lograron esquivar por la noche a barcos de piratas que recorrían esas aguas
para robar y matar a los hombres y secuestrar o violar a las mujeres.
En
una tercera ocasión, los piratas les vieron y les persiguieron ya de día al
acercarse a la costa tailandesa. El Padre Raphael explica que él tomó el control del barco
para realizar una serie de maniobras arriesgadas y hábiles con las que
consiguió ganar terreno a los piratas y llegar a tierra.
Suicidios en los terribles campos de refugiados
En
Tailandia pasó dos años en un campo de refugiados mientras esperaba que algún
país aceptase su petición de asilo. La
comida y el espacio eran escasos y se les prohibía salir del campo. "Las
condiciones eran terribles, la gente desesperaba y hubo 10 suicidios mientras
estuve allí", recuerda.
Raphael intentó ayudar a la gente
organizando encuentros regulares de oracióny peticiones de comida para los
más necesitados.
En
1989 le trasladaron a un campo de refugiados de Filipinas donde las condiciones
eran mejores.
Y 6
meses después llegó como refugiado a Santa Ana, en Estados Unidos. Empezó a estudiar informática, al tiempo
que recibía dirección espiritual con un sacerdote vietnamita.
"Recé mucho para conocer qué camino seguir", explica.
Por
fin pudo entrar en el seminario en 1991. Ya sabía algo de latín, griego y
francés, pero el inglés le costó mucho. Finalmente pudo ser ordenado en 1996.
"Me sentí muy, muy feliz".
El choque con la cultura consumista y banal
De
Estados Unidos aprecia su libertad, pero como muchos otros inmigrantes
vietnamitas lamenta su cultura
consumista, la fuerte inmoralidad y la falta de respeto a ancianos, padres y
clérigos. Cree que la cultura tradicional vietnamita, con familias fuertes
y respeto a la autoridad, han aportado una cantidad desproporcionada de
sacerdotes vietnamitas en Estados Unidos, y una fe más fuerte, probada en la
persecución.
Mirando
hacia atrás, la historia de su vida, se maravilla: "Es asombroso que,
después de tanto, Dios me eligiera para servirle a Él y a otros como sacerdote,
especialmente a los que sufren".