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Dominio público |
“Hablarán
en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no
les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”:
son manifestaciones extraordinarias del reino de Dios. Quizá a veces nos
quedamos mudos, hemos de hablar. "De este diálogo se obtendrá un
conocimiento más claro aún de cuál es el verdadero carácter de la Iglesia
católica" (Unitatis redintegratio, 9). La Virgen María es la gran promotora
de la realización del ardiente anhelo de unidad de su Hijo divino: "Que todos sean uno..., para que el mundo crea"
(Jn 17, 21).
2. Pablo cuenta su historia, cómo fue
formado entre los fariseos por su maestro Gamaliel, y –añade- “yo perseguí a muerte este nuevo camino, metiendo
en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres”. El evangelista san Lucas
describe a Saulo entre aquellos que aprobaron la muerte de Esteban (cf Hch
8,1). Había pactado acabar con los cristianos, y pidió cartas para detener a
los sectarios de Damasco, y mientras allí iba, se encuentra con Cristo que
siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace con Pablo: “de
repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y
oí una voz que me decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté:
¿quién eres, Señor? Me respondió: soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues… yo
pregunté: ¿Qué debo hacer, Señor? El Señor me respondió: ‘levántate, sigue
hasta Damasco, y allí te dirán lo que tienes que hacer’” A nuestro lado
está siempre Jesús que nos acompaña en el crecimiento de las virtudes, pero
vemos que a veces da un empujón a algunas personas, y las transforma, algo así
como un salto y crecen “de golpe”…
Como quedó ciego, Pablo se dejó
llevar. Así, continúa el Apóstol, “un cierto
Ananías… vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: ‘Saulo, hermano, recobra la
vista… el Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad,
porque vas a ser testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y
oído… Levántate, recibe el bautismo que por la invocación del nombre de Jesús
lavará tus pecados”. Con agradecimiento, Pablo obedece, como escribe él
mismo en su Primera Carta a Timoteo: "Doy
gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me ha fortalecido, porque me tuvo por
fiel, poniéndome en el ministerio; aun habiendo sido yo antes blasfemo,
perseguidor y agresor. Sin embargo, se me mostró misericordia porque lo hice
por ignorancia en mi incredulidad" (1 Tim 1,12-13). Dice que "lo
hice por ignorancia". Muchos que hacen cosas malas, son ignorantes. El
mismo Jesús pide en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”…
la misma ignorancia se convierte en motivo de salvación…
Cuando tenemos turbia la vista,
cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12): “el que me sigue no camina a oscuras, sino que
tendrá la luz de la vida”. A veces, nos faltan respuestas como un chico que
pensando, no encontraba respuesta: “¿es posible que si Dios me quería rápido,
me haya creado lento?, ¿por qué no empezó por ahí?” En realidad, quizá no
quiere el Señor que perdamos la paz, pues si él quiere ya sabe transformarnos
de golpe, como a Pablo.
Otra veces estas luces son
precisamente cambiar la manera de mirar nuestra vida, no pretender una realidad
distinta sino ver que Jesús ilumina mi realidad, sólo se trata de mirarla de
otro modo. Señalaba uno que pasarse la vida luchando “contra” los propios
defectos, es tiempo perdido. “Cuando deje de ser egoísta, podré empezar a
amar”, así no empezaré a amar nunca. Si me digo: “voy a empezar a amar…”
entonces el amor irá pulverizando el egoísmo que me corroe. No es que tengamos
muchos defectos; en realidad practicamos pocas virtudes, y así el horno
interior está apagado. Y, claro, en un alma semivacía pronto empieza a
multiplicarse la hojarasca.
Pasó Pablo tres días sin ver, sin
comer y sin beber… para favorecer esa conversión de corazón. “La conversión es
mucho más que un arrepentimiento o un clara conciencia de un mal hecho. La
conversión es emprender un nuevo camino bajo la misericordia de Dios. Y sin
dejar de ser uno mismo. Convertirse no es haber sido impetuoso y ser ahora una
malva. Es ser ahora impetuoso bajo la misericordia de Dios. Por fortuna, San
Pablo se convirtió de verdad; es decir, siguió siendo él mismo. Cambió de
camino, pero no de alma” (Bernardino Herrando).
A San Pablo un día Dios le tiró “del
caballo” y le explicó que toda esa violencia era agua desbocada. Pero no le
convirtió en un muchachito bueno, dulce y pacífico. No le cambió el alma de
fuego por otra de mantequilla. Su amor a la ley judaica se transmutó por unas
ansias por la Ley de Cristo. Efectivamente, había cambiado de camino, pero no
de alma. Este es el cambio que Dios espera del hombre: que luchemos por el
espíritu, como hasta ahora hemos peleado por dominar; que nos empeñemos en
ayudar a los demás, como deseábamos que todos nos sirvieran. No que echemos
agua al moscatel de nuestro espíritu, sino que se convierta en vino que
conforte y no emborrache.
Si San Pablo, al caer del caballo, no
se hubiera enamorado de Cristo, a los pocos meses, habría acabado siendo un
buen burgués mediocre montado en un burro. La resurrección es, como dice
Bessiere, “un fuego que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que
nada ni nadie puede apagar”. Salvo nuestra propia mediocridad y aburrimiento.
Los resucitados son los que tienen un “plus” de vida que les sale por los ojos
y se convierte enseguida en algo contagioso. Algo que demuestra que el espíritu
es más fuerte que el cuerpo.
Mucha gente sin ir a médicos
especialistas viven resucitados: una ciega que reparte alegría en un hospital
de cancerosos; un pianista ciego que toca para asilos de ancianos; jóvenes que
gastan el tiempo que no tienen en despertar minusválidos… Dedícate a repartir
resurrección… basta con chapuzarse en el río de tus propias esperanzas para
salir de él chorreando amor a los demás.
Tomó Pablo alimento y recobró las
fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se
puso a predicar en las sinagogas que Jesús era el Hijo de Dios. Todos los que
le oían quedaban atónitos y decían: «¿No es
éste el que en Jerusalén perseguía encarnizadamente a los que invocaban ese
nombre, y no ha venido aquí con el objeto de llevárselos atados a los sumos
sacerdotes?»
¿Qué preparación tenía S. Pablo
cuando Cristo lo derriba del caballo, lo deja ciego y le llama al apostolado?
No lo sabemos. Jesucristo lo escoge
para Apóstol. Luego en su humildad, Pablo dirá que es como
un abortivo (1 Cor 15,8). «La vocación cristiana es, por su misma
naturaleza, vocación también al apostolado» (A.A. 2).
El día de su conversión Pablo
entendió que si perseguía a los seguidores de Cristo estaba persiguiendo a
Cristo, que está en los cristianos, pues le dice: "Yo
soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues". Pablo pasa de perseguidor a
convertido. Quizá también nosotros hacemos de “perseguidores”: como a san
Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de
Jesucristo.
La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos los pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Tu verdad, Jesús, es prenda de salvación, y si la misión de propagarla es grande, no nos falta tu ayuda, pues nos has dicho: “yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”.
Con labor de Pablo y otros,
el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Te pido, Señor,
dejarme tocar por tu amor, responder con la generosidad de Pablo, siendo
portador de tu evangelio en mi casa, empresa, escuela… «El verdadero cristiano busca ocasiones para
anunciar a Cristo con la palabra ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe;
ya a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a mayor fervor
de vida: “Porque la caridad de Cristo
nos urge» (2 Corintios 5,14). En el corazón de todos deben resonar
aquellas palabras del Apóstol “Ay de mí
si no evangelizara”(1 Corintios 9,16)» (A.A.-3).
3. Alabemos al Señor con el salmo por
todos sus beneficios: “alabad al Señor, todas
las naciones, aclamadlo, todos los pueblos”. Todos estamos llamados a
convertirnos en una continua alabanza de nuestro Dios y Padre, que “firme es su misericordia con nosotros, su
fidelidad dura por siempre”. Nadie puede decir que no ha sido amado por el
Señor, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la
Verdad. Nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza de su Santo
Nombre. Cristo es la clave, el centro y el fin de la historia humana, porque
sólo Él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, desvelando la
grandeza de su dignidad y vocación (cf.
GS 22.24).
Llucià Pou Sabaté