En la catedral de
Santiago de Compostela en España, por ser año jacobeo, se abre la puerta del
perdón. Se derriba el muro que la cubre y queda abierta la
puerta para que los peregrinos puedan pasar bajo su umbral y experimentar la
misericordia de Dios en sus vidas.
Sé que antes es
necesario que un muro sea derribado. Una puerta oculta, la puerta del perdón.
Entrar por una puerta tiene un significado
muy hondo. En la Basílica del Nacimiento de Jesús en Belén hay
también una puerta pequeña por la que uno entra agachándose, humillándose. La
puerta se abre para que pueda pasar, para que mi vida pueda cambiar.
Me gusta esa imagen
de la puerta. En ocasiones no veo puertas que atravesar. Y me quedo quieto,
paralizado, sin saber el camino a seguir.
Me gustaría
entender que mi vida comienza cuando paso por una puerta. Cuando entro a través
de una puerta. O cuando salgo por esa puerta. Todo depende del momento de mi
vida.
He atravesado
muchas puertas en mi camino. Unas veces implicaron un comienzo. En otras
ocasiones era el final de algo, una puerta de salida.
Pero recuerdo con
cariño muchas de esas puertas que se dibujaron ante mis ojos.
Tal vez tuvo que caer un muro que las
cubría y entonces vi claro el camino. Puede que fueran muy pequeñas y no quería
abajarme tanto para pasar por ellas.
Especialmente
guardo cariño a las veces en las que pasé por una puerta del perdón. Me agaché, me humillé, pedí perdón
por mi pobreza, por mi pecado, y comencé un camino nuevo, un camino de
salvación.
Me gusta pensar en esa puerta del perdón
que me lleva al corazón de Dios. Sólo ahí puedo descansar, en Jesús.
En mi vida hay muchas puertas. Algunas dan al mundo, al exterior. Ahora muchas de mis pantallas son esas puertas que me vuelcan en el mundo que me rodea, con su dolor, con su violencia, con sus cosas bellas, con el amor que también veo.
Decía el padre José Kentenich:
Si abro mucho la puerta hacia fuera y
nunca la cierro, corro el peligro de dejar cerrada la puerta que me lleva a
encontrarme conmigo mismo.
Comienza este año
con una puerta y pienso que esa puerta interior es la que tengo que cruzar
muchas veces para saludarme a mí mismo, para quererme más, para comprenderme.
No me niego a que el mundo me toque por
dentro. No quiero detener el viento. Pero sí abro la puerta a Jesús. Dejo que entre y con Él quiero que entren también otras personas.
No
me cierro, no me
aíslo, no me niego a la vida ni al amor. No dejo a un lado la confianza que me
dan, los lazos que me tienden.
Quiero al mismo
tiempo guardar cerrada la puerta de mi alma. No me quiero derramar
sin cuidado en el mundo.
Dejando sin misterio lo que guardo escondido. Es mi verdad que guardo con
pudor, con sana distancia.
No
quiero vivir contando todo lo que siento, lo que me pasa, lo que me asusta, lo que me alegra, lo que
me inquieta, lo que me preocupa, lo que amo, lo que sueño, lo que espero. No
vivo desparramado en el mundo.
Me abrirán otras
puertas en este año. Puertas de corazones que se confiarán. Entraré de rodillas
con inmenso respeto. Sin violentar la entrada. Agachándome con humildad. Sin
más pretensiones.
Y habrá otras
puertas que Dios pondrá ante mis ojos. Pasos que habré de dar o retener.
Palabras que habré de decir o cubrir con un pudoroso silencio.
Puertas que se abren
y se cierran. Puertas que me abren a la vida, puertas que me enseñan la senda
de la entrega, de la generosidad.
No lo dudo, me pongo en camino. Sólo el que
busca encuentra puertas ante sus ojos. Si yo no busco nada nuevo, nada
encontraré en mi vida. Y me parecerá que todas las puertas siguen cerradas.
Me quedo mirando la
puerta del perdón. Quiero pasar por ella para volver a empezar. Para sonreír, para
soñar. No me detengo.