![]() |
Galabova-CC-BY-SA-4.0 |
Las cuatro -madre e hijas- fueron mártires bajo el
dominio del emperador Adriano en el año 122.
Sofía era de origen griego, esposa de un rico
senador milanés llamado Filandro. Del matrimonio nacieron tres hijas, a la que
la madre decidió llamar como las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.
El martirio de las santas
Filandro murió cuando sus hijas eran muy pequeñas
y Sofía decidió trasladarse de Milán a Roma. Allí se dedicó junto a sus hijas a
las obras de caridad y la asistencia a
los prisioneros cristianos.
Esto en un momento molestó al emperador. La hizo
compadecer delante de un tribunal y la instigó
junto a sus hijas a renegar de su fe.
Sofía se negó rotundamente y fue azotada hasta
sangrar. Luego llevaron a sus hijas aparte para interrogarlas también, pero
primero su madre las consoló: “No tengan miedo, sean fuertes en Cristo”.
La primera en compadecer ante el tribunal fue Fe.
Tenía 12 años. Siguiendo los consejos de su madre, fue fuerte y no negó a
Cristo, a pesar de las torturas que sufrió. La azotaron y le cortaron los
senos, que en lugar sangre emanaron leche.
La misma suerte recibió Esperanza de 10 años y
Caridad de 9 años. Después de ser torturadas las tres, fueron decapitadas
delante de su madre.
Sofía, desgarrada por el dolor, tomó los cuerpos
de sus tres hijas y los enterró en la vía Aurelia, en las catacumbas de san
Pancracio, donde murió después de rezar y llorar durante tres días sobre la
tumbas de sus hijas.
Durante el papado de Pablo I (706), los cuerpos de
las cuatro fueron trasladados a la iglesia de San Silvestre en Campo Marzio.
Su culto
Su culto fue muy difundido por largo tiempo, tanto
en la Iglesia católica como en la ortodoxa.
Ahora sabemos que la “Esperanza” es niña, y una
niña valerosa, que ante todo no pierde la certeza de que todo bien nos será
provisto de la Providencia. Por eso cuando sientas que pierdes la esperanza,
rézale a esta pequeña para que te ayude a mantenerla.
Lo mismo con la fe y la caridad, Pidamos a estas
dos niñas que las nuestras no se enfríen y tampoco sean tibias.
María Paola Daud
Fuente: Aleteia