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Fernando Giménez Barriocanal. Foto: CEE |
¿Cómo
está afectando la pandemia a la economía de la Iglesia?
Está repercutiendo, y mucho. Ha habido una bajada de
ingresos. Sin duda. Esto nos está obligando a acelerar procesos que tenían que
ocurrir. Las aportaciones voluntarias de los fieles que venían a través del
cepillo han sufrido un importante retroceso por la restricción de aforos. Esta
merma de ingresos se está intentando compensar con los nuevos sistemas de
captación de recursos, que han crecido mucho: Bizum, cepillos electrónicos,
suscripciones permanentes… Por ejemplo, las aportaciones a través del portal donoamiiglesia.es se han multiplicado por cinco
con respecto al año pasado. Es un incremento notable, pero todavía
insuficiente.
¿Hay
diferencias entre diócesis?
Cada diócesis es un mundo. Las que más han sufrido son
las que dependían en mayor medida de las colectas dominicales. Algunas
incluso han tenido que pedir créditos ICO. También lo han pasado mal las que
tienen parte de sus recursos en actividades económicas golpeadas por la
pandemia: turismo, visitas culturales, residencias de estudiantes… Otras no han
sufrido tanto porque su financiación es más estable. Desde la Conferencia
Episcopal se ha ayudado a las que lo han solicitado a través de una dotación
especial, adelantando fondos o facilitando el acceso a otras fuentes de
financiación.
Decía
antes que el incremento en las nuevas formas de colaborar era insuficiente…
¿Por qué?
Partíamos de un nivel muy bajo. En general, no hay una
cultura de compromiso permanente y, por tanto, hay mucho camino que recorrer.
¿Es
necesario un mayor compromiso, también en lo económico?
La Iglesia está intentando demostrar que el compromiso
económico no tiene que estar separado de la vivencia de la fe.
Este momento es bueno para fortalecer el vínculo con la comunidad
parroquial y adquirir un compromiso permanente a nivel económico. Si las
familias que acuden a las parroquias contribuyeran con entre diez y 20 euros de
forma estable, el problema de financiación estaría resuelto. Además, de los 150
primeros euros, se devuelve el 80 % en la declaración de la renta.
¿Qué
ofrece la Iglesia como institución al recibir estas aportaciones?
Compromiso y responsabilidad. Tenemos la obligación de
gestionar de forma eficiente los recursos y de aplicarlos de acuerdo con la
realidad misma de la Iglesia: el anuncio de la fe y el encuentro con el más
necesitado. Además, debe haber un enorme esfuerzo de transparencia, de
comunicar lo que hacemos. Esto significa decir en qué nos hemos gastado el
dinero. No hay que tener prejuicios, porque la Iglesia necesita recursos.
¿Hay
miedo a pedir dinero?
Sí, porque da la sensación de que la Iglesia siempre
está pidiendo. Pero desprenderse de los bienes y ponerlos en comunión con los
demás viene desde el principio de la Iglesia. Tiene mucho que ver con la
madurez de las comunidades eclesiales. En una comunidad viva, donde se vive la
fe, se participa en los sacramentos, la catequesis… suele haber mucha
generosidad. Otras veces hay que despertarla y, en este sentido, es importante
la formación.
¿Algún
ejemplo de buena práctica?
En diócesis como la de Madrid se han hecho, desde los
años 90, campañas de financiación que pivotaban sobre la comunidad parroquial.
Allí donde se ha hecho ese esfuerzo y la catequesis de pertenencia eclesial iba
unida al compromiso económico, se ha visto que la economía no es un problema,
sino una oportunidad para hacer más cosas.
¿Buscan
que el peso de la asignación tributaria sea cada vez menor?
No renunciamos al sistema actual. Sin embargo,
pensamos que el mecanismo fundamental debe ser la colaboración de los fieles de
modo directo.
La
Iglesia ha multiplicado iniciativas por la pandemia. ¿Conclusión?
La Iglesia ha seguido ahí en condiciones muy
difíciles.
¿Cuáles
serán los retos económicos de la Iglesia para este 2021?
Gestionar bien sus recursos y contar qué hace con
ellos. Y también llamar a la acción, a la fe, al anuncio del Evangelio… porque
en este momento tiene más sentido encontrarse con Dios. Del anuncio y de la
vivencia de la fe surge el compromiso cristiano y también el económico.
Fran
Otero
Fuente:
Alfa y Omega