MEDITACIÓN DIARIA: DOMINGO DE LA SEGUNDA SEMANA DEL TIEMPO DE ADVIENTO

El Precursor: Preparad el camino del Señor

Dominio público
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas, apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.” (Marcos 1,1-8).

I. Mira al Señor que viene... Iba a llegar el Salvador y nadie advertía nada. Isaías, 30, 19-30) El mundo de entonces, como el de ahora, seguía como de costumbre en la indiferencia más completa. Estamos en Adviento, en la espera. En este tiempo litúrgico la Iglesia propone a nuestra meditación la figura de Juan el Bautista. Se muestra ya profeta en el seno de su madre. Aún no había nacido aún, cuando a la llegada de Santa María, salta de gozo dentro de su madre (Lucas 1, 76-77) Toda la esencia de la vida de Juan estuvo determinada por esta misión.


Su vocación será preparar a Jesús un pueblo capaz de recibir el reino de Dios, y por otra parte, dar testimonio público de Él. No lo hará por gusto, sino porque para eso fue concebido. Así es todo apostolado: olvido de uno mismo y preocupación sincera por los demás. Juan lo hizo hasta dar la vida en el cumplimiento de su misión. Cada hombre en su sitio y circunstancias, tiene una vocación dada por Dios, y de su cumplimiento dependen muchas cosas queridas por la voluntad divina.


II. Juan sabe que ante Cristo no es ni siquiera digno de llevarle las sandalias (Mateo 3, 11). No se define a sí mismo según su ascendencia sacerdotal. Juan solamente dice: Yo soy la voz que clama en el desierto: Preparad los caminos del Señor, allanad sus sendas. Él no es más que eso: la voz. La voz que anuncia al Señor.


A medida que Cristo se va manifestando, Juan busca quedar en segundo plano, ir desapareciendo. Con gran delicadeza se desprenderá de quienes le siguen para que se vayan con Cristo. Juan “perseveró en la santidad, porque se mantuvo humilde en su corazón” (SAN GREGORIO MAGNO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas). Su actitud es una enérgica advertencia contra el desordenado amor propio, que siempre nos empuja a ponernos en primer plano. Sin humildad no podríamos acercar a nuestros amigos al Señor. Y entonces nuestra vida quedaría vacía.


III. Nosotros hemos recibido con la gracia bautismal y la Confirmación el honroso deber de confesar, con las obras y de palabra, la fe en Cristo. Nuestra familia y nuestros amigos deben ser los primeros en beneficiarse del amor al Señor. Con el ejemplo y con la oración debemos llegar incluso hasta aquellos con quienes no tenemos ocasión de hablar.


Sin perder de vista, nunca, que es la gracia de Dios y no nuestras fuerzas humanas la que consigue mover las almas hacia Jesús. La Reina de los Apóstoles aumentará nuestra ilusión y esfuerzo por acercar almas a su Hijo.


 Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org