El Precursor: Preparad el camino del Señor
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de
ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad
el camino del Señor, enderezad sus sendas, apareció Juan bautizando en el
desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados.
Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, y eran
bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Juan llevaba un
vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Y
proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de
desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con
agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.” (Marcos 1,1-8).Dominio público
Su
vocación será preparar a Jesús un pueblo capaz de recibir el reino de Dios, y
por otra parte, dar testimonio público de Él. No lo hará por gusto, sino porque
para eso fue concebido. Así es todo apostolado: olvido de uno mismo y
preocupación sincera por los demás. Juan lo hizo hasta dar la vida en el
cumplimiento de su misión. Cada hombre en su sitio y circunstancias, tiene una
vocación dada por Dios, y de su cumplimiento dependen muchas cosas queridas por
la voluntad divina.
II. Juan sabe que ante
Cristo no es ni siquiera digno de llevarle las sandalias (Mateo 3, 11). No se
define a sí mismo según su ascendencia sacerdotal. Juan solamente dice: Yo soy
la voz que clama en el desierto: Preparad los caminos del Señor, allanad sus
sendas. Él no es más que eso: la voz. La voz que anuncia al Señor.
A
medida que Cristo se va manifestando, Juan busca quedar en segundo plano, ir
desapareciendo. Con gran delicadeza se desprenderá de quienes le siguen para
que se vayan con Cristo. Juan “perseveró en la santidad, porque se mantuvo
humilde en su corazón” (SAN GREGORIO MAGNO, Tratado sobre el Evangelio de San
Lucas). Su actitud es una enérgica advertencia contra el desordenado amor propio,
que siempre nos empuja a ponernos en primer plano. Sin humildad no podríamos
acercar a nuestros amigos al Señor. Y entonces nuestra vida quedaría vacía.
III. Nosotros hemos recibido con la
gracia bautismal y la Confirmación el honroso deber de confesar, con las obras
y de palabra, la fe en Cristo. Nuestra familia y nuestros amigos deben ser los
primeros en beneficiarse del amor al Señor. Con el ejemplo y con la oración
debemos llegar incluso hasta aquellos con quienes no tenemos ocasión de hablar.
Sin
perder de vista, nunca, que es la gracia de Dios y no nuestras fuerzas humanas
la que consigue mover las almas hacia Jesús. La Reina de los Apóstoles
aumentará nuestra ilusión y esfuerzo por acercar almas a su Hijo.