Dominio público |
I. La mejor manera para prepararnos para la Navidad es vivir el Adviento junto a la Virgen. Nuestra vida también es un adviento y hemos de vivirla junto a Nuestra Señora si lo que queremos es encontrar a Cristo en esta vida y después en la eternidad. Ella fomenta en el alma la alegría, porque su trato nos lleva a su Hijo. Ella es maestra de esperanza, y su esperanza contrasta con nuestra impaciencia. No cae en desaliento quien padece dificultades y dolor, sino el que no aspira a la santidad y a la vida eterna, y el que desespera de alcanzarlas.
El desaliento
proviene del aburguesamiento, la tibieza y el apegamiento a los bienes de la
tierra; por miedo al esfuerzo que comporta la lucha ascética y el renunciar a
apegamientos y desórdenes de los sentidos. El desaliento también puede provenir
de los aparentes fracasos en nuestra lucha interior y en el apostolado. Basta
que recordemos que quien hace las cosas por amor a Dios y para su Gloria no
fracasa nunca.
II. La esperanza se manifiesta a lo largo del Antiguo Testamento como una de las características más esenciales del verdadero pueblo de Dios. Todos los ojos están puestos en la lejanía de los tiempos, por donde un día llegará el Mesías. Faltan pocos días para que veamos al Niño Jesús. Cristo proclama, desde su Nacimiento hasta la Ascensión a los cielos, un mensaje de esperanza. Nosotros esperamos confiadamente que un día nos conceda la eterna bienaventuranza y, ya ahora, el perdón de los pecados y su gracia, y los medios necesarios para alcanzar ese fin.
Vamos a luchar
durante estos días de Adviento y durante toda nuestra vida, contra el
desaliento y el estar preocupados excesivamente por los bienes materiales. La
esperanza lleva al abandono en Dios, a recomenzar muchas veces, a ser
constantes en el apostolado, pacientes de la adversidad y a tener una visión
más sobrenatural de la vida y de sus acontecimientos.
III. Nuestra esperanza en el Señor ha de ser más grande cuanto menores sean los medios o mayores las dificultades. Jesús no llega nunca tarde. Sólo se precisa una fe mayor. Junto al Sagrario escuchamos la voz de Jesús que nos dice: No temas, ten sólo fe.
La devoción a
la Virgen es la mayor garantía para alcanzar la fe y la felicidad eterna a la
que hemos sido destinados.