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Dominio público |
Como ingeniero en sistemas, con una
maestría en Alemania, había echado a andar una empresa que les daba para vivir
bastante bien. Y como políglota -dominaba el italiano, el inglés, el alemán y el
francés- se le facilitaba tratar con los clientes. “¿En cuanto a Dios? -dice-.
Sí creía en él, pero a veces con cierto escepticismo”.
La abominable desgracia
“Algún
día me preguntaron -señala el ‘Colillas’- cuál había sido el momento más feliz
de mi vida. De inmediato respondí que cuando nació mi hija. Enseguida me
preguntaron cuál había sido el más triste. Contesté que el día en que fui a
reconocer su cuerpo, que un investigador privado había hallado tirado en el
Bordo de Xochiaca. Dos
policías judiciales habían tratado a mi niña con una brutalidad inconcebible”.
Dominado
por el odio -confiesa-, ya no le importó más nada. Vendió negocios, también una
de sus casas y cosas más con tal de pagar investigadores privados, “soplones” y
costear todo lo que fuera necesario para descubrir quién lo había hecho. Cuando
se comprobó quienes habían sido, fue en busca de ellos, los encontró juntos e
hizo lo que llevaba en mente, dispararles; salvo lo del suicidio, porque el
arma inexplicablemente falló al final.
“Fui
remitido al Reclusorio Norte. Cuatro años después fui sentenciado a 48 años de
prisión y me trasladaron al Penal de Santa Martha Acatitla. Al llegar ahí, perdí lo último que
me quedaba: el nombre y el apellido, y comencé a ser el ‘Colillas’”.
El penal, un infierno para el ‘Colillas’
Cuenta
que en los 26 años que estuvo en reclusión, recibió sólo tres visitas. “La
primera fue de mi esposa, quien llegó con su abogado para que le firmara el
divorcio; le cedí también la casa de la Del Valle. La segunda visita fue la de mi hermano mayor, que acudió a
informarme que mi madre había muerto por la pena de tener un hijo asesino; me
escupió y se fue. La tercera, la de mi tío Antonio, quien me prometió que la
siguiente vez me llevaría un pollo rostizado, el cual me quedé esperando”.
Como
no volvió a tener visitas, y se había vuelto adicto al tabaco, los días en que
los otros internos recibían a sus familiares y les llevaban cigarros, él se
ponía a recoger las colillas que quedaban tras las pláticas, y por esa razón
pronto fue apodado así: el ‘Colillas’.
Pero
además de recibir el abandono de los suyos, en Santa Martha vivió años de una
pesadilla que parecía no tener final. Si hoy tiene dañada la dentadura, fue por
tantas peleas, con
internos y hasta con el personal, asegura; tuvo que acostumbrarse a ellas,
después de que jamás se había peleado.
Pero
así de difícil es la vida en reclusorios -señala-: levantarse a las cinco de la mañana, hacer la fajina, agua fría,
aprender a caminar de espaldas a la pared y a dormir con los ojos abiertos,
y muy frecuentemente aguantar el hambre, asegura.
“Así
que invariablemente yo asistía a los cultos cuando llegaban los hermanos de
algunas religiones. Yo estaba enojado con Dios, y si me acordaba de Él era sólo
para blasfemar; pero acudía porque cuando los hermanos iban llevaban comida,
que uno se podía comer o guardar”.
El día en que el ‘Colillas’ encontró a Jesús
Llevaba
ya 18 años de reclusión, cuando se halló en el patio a un compañero apodado el
‘Mazapán’, que había sido sicario y jamás había aprendió a leer, pero traía un
libro en la mano. “Colillitas -le dijo el ‘Mazapán’-, tú que sabes leer, léeme
un poquito de este libro”. Cuando él tomó el libro, vio que era la Biblia.
“Lo
abrí en una página cualquiera -refiere- y me encontré con Ezequiel 36, 26: ‘Yo te quitaré tu corazón de
piedra y te daré uno de carne’. Me dolió mucho leer eso y cerré la Biblia.
La abrí de nuevo, pero más adelante para no hallarme con lo mismo. Y me
encontré con el pasaje más hermoso de todos los pasajes: Juan 3,16: ‘Por eso amó Dios tanto al mundo
que mandó a su Hijo Unigénito para que todo aquel que en Él cree sea salvo y no
se pierda’. ¡Fue un golpe de gancho al corazón!”.
“Me
di cuenta de que Jesús había muerto por mí, por ti, por el ‘Mazapán’, por
todos. Supe que Él había impedido mi suicidio; que yo había llegado hasta ahí
para conocerlo. Me hinqué y le dije a mi Señor Jesús: ‘¡Perdóname!’. Sentí su
abrazo, y realmente también sentí que me decía: ‘No te preocupes, flaquito,
todo va a estar bien’”.
El
‘Colillas’ comenzó a participar de la Santa Misa, y asegura que comulgar es el mejor banquete que
hasta hoy tiene, más que aquella comida, más que el pollo rostizado
que tanto deseó saborear, más que el mejor platillo que hoy pudiera encontrar.
El ‘Colillas’ rumbo a la libertad
Al
año siguiente, el ‘Colillas’ fue trasladado al Módulo Diamante -una zona dentro
de la prisión para internos con condenas prolongadas-, donde pudo leer la
Biblia desde la primera
palabra del Génesis hasta el último “amén” del Apocalipsis, dice.
Durante
su periodo en la cárcel también pudo dar clases de inglés a otros internos y
entrar al centro de cómputo donde aprendió sobre software y computadoras. Con
su trabajo logró una reducción de condena.
“Así
-explica-, después 26 años, 9 meses, 14 días y 17 horas preso, finalmente un
día quedé en libertad. Casi todo lo que gané con las clases de inglés fue para
pagar la multa que exige la ley. Salí el 14 de marzo de este año, a las 3:24 de
la madrugada, con 914 pesos en el bolsillo para hacerle frente a un mundo
totalmente distinto al que había dejado, pero que no me daba ningún miedo”.
La
ganancia se le fue pronto en cafés, tamales, alguna ropa, una ducha de agua
caliente en un baño público, un corte en la peluquería, un juego de
herramientas usados, guantes, unos discos para grabar algo de software y un
antivirus. Comenzó a ofrecer sus servicios de reparación de computadoras, pero
con poco éxito.
“Algunos
días me la pasaba sin comer, otros comía en los comedores comunitarios que
dispusieron en iglesias por la pandemia. Uno de esos días conocí a Juan Manuel,
quien me invitó a asistir a otro comedor comunitario los sábados y domingos.
Platicamos, nos caímos bien, me pidió que le arreglara una computadora, y luego
de un tiempo también me pidió participar en el reparto de alimentos”.
El
‘Colillas’ se volvió un visitante asiduo de ese comedor operado por un equipo de
voluntarios de la Fundación Lázaro, un hogar en ciernes para personas en
condiciones de exclusión social. “Se hicieron mis amigos y les conté parte
de mi historia. “¡Tú te quedas!”, me dijeron un día. “¿Cómo?”, respondí. “Que
tú ya te quedas a vivir aquí”. Y me convertí en el primer residente de
“Lázaro”.
“Actualmente
tengo una cama con cobijas -refiere el ‘Colillas’, finalmente- un cuarto y una
nueva familia que me tiene toda la confianza. ¡Soy el hombre más rico del
mundo! Hoy sé que el amor de Dios no es sólo de palabra, sino de hechos. Sé que Jesús no es sólo mi salvador,
sino también mi patrón, mi jefe; pero sobre todo mi gran amigo”.
Fuente: ReL