El Papa Francisco, durante la catequesis de la Audiencia General del miércoles dos de diciembre, ha detenido su mirada en una dimensión esencial de la oración: la bendición
La fuerza especial de la
bendición
El Papa muestra que también los seres humanos participamos del acto de
bendecir: “Dios bendice, pero también los hombres bendicen, y pronto se
descubre que la bendición posee una fuerza especial, que acompaña para toda la
vida a quien la recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por
Dios (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 61)”.
La gran bendición de Dios es
Jesucristo
Francisco subraya que la bendición para toda la humanidad es Jesucristo y
afirma: “La gran bendición de Dios es Jesucristo, es el gran regalo de Dios, su
Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, es una bendición que nos ha
salvado a todos. Es la Palabra eterna con la que el Padre nos bendijo
"cuando aún éramos pecadores" (Rom 5:8) dice San Pablo: Palabra hecha
carne y ofrecida por nosotros en la cruz”.
El Papa insiste en que “No hay pecado que pueda borrar completamente la
imagen de Cristo presente en cada uno de nosotros. Ningún pecado puede borrar
la imagen que Dios nos ha dado. La imagen de Cristo. Puede desfigurarlo, pero
no puede apartarlo de la misericordia de Dios. Un pecador puede permanecer en
sus errores por mucho tiempo, pero Dios pacientemente perdura hasta el final,
esperando que al final ese corazón se abra y cambie. Dios es como un buen padre
y como una buena madre, también es una buena madre: nunca dejan de amar a su
hijo, no importa cuán equivocado esté”.
En este contexto, el Papa recuerda la siguiente anécdota: “tantas veces que
vi gente haciendo cola para entrar en la cárcel, tantas madres haciendo cola
para ver a su hijo encarcelado. No dejan de amar a su hijo y saben que la gente
que pasa en el autobús (piensa): "Ah, esta es la madre del
prisionero...". No se avergüenzan de eso. Sí, se avergüenzan, pero siguen
adelante, el hijo de la vergüenza es más importante para Dios que todos los
pecados que podemos hacer. Porque Él es padre, es madre, es amor puro, nos ha
bendecido para siempre. Y nunca dejará de bendecirnos”.
La experiencia con la gente que está en prisión o en rehabilitación busca,
afirma Francisco, “Hacer sentir a las personas que permanecen bendecidas a
pesar de sus graves errores, que el Padre Celestial sigue amándolas y esperando
que finalmente se abran al bien”.
La gracia de Dios cambia la vida,
no nos deja como estamos
El Papa subraya el hecho de que una persona a los ojos de Dios, nunca puede
ser considerada como irrecuperable porque “Porque la gracia de Dios cambia la
vida: nos toma como somos, pero nunca nos deja como estamos”.
Ejemplo de esta afirmación, dice el Papa, es el pasaje de Zaqueo (Lc:
1-10). Este personaje “es un pecador público, hizo muchas cosas malas, pero
Jesús vio esa señal indeleble de la bendición del Padre y de ahí su compasión.
Esa frase que se repite tanto en el Evangelio, "tuvo compasión de él",
y esa compasión lo lleva a ayudarlo y a cambiar su corazón”.
Respuesta al Dios que bendice
Al Dios que bendice, afirma el Papa, también respondemos con la bendición -
Dios nos enseñó a bendecir y debemos bendecirnos a nosotros mismos -: es la
oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias. El Catecismo escribe:
"La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios:
ya que Dios bendice, el corazón del hombre puede responder bendiciendo a Aquel
que es la fuente de toda bendición" (n. 2626).
Si nos preocupáramos por bendecir a los demás, dice Francisco, “seguramente
no habría guerras”, y añade: “Este mundo necesita una bendición y podemos dar
la bendición y recibir la bendición. El Padre nos ama. Y todo lo que nos queda
es el gozo de bendecirlo y el gozo de agradecerle y aprender de él no a
maldecir sino a bendecir”.
El Papa finalizó la catequesis
invitando a aquellos que tienen facilidad para maldecir a no hacerlo: “porque
tenemos un corazón bendito y de un corazón bendito la maldición no puede salir.
Que el Señor nos enseñe a no maldecir nunca, sino a bendecir”.
Ciudad del Vaticano
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