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Michaela Gallagher decidió entregar su tiempo a acompañar a enfermos moribundos en el momento de su muerte / CNS |
Pero tanto
antes del coronavirus, que ya ha dejado más de un millón de muertos, como
durante la pandemia y también cuando ésta pase muchos católicos seguirán acompañando a personas moribundas para
que el miedo a la muerte en este momento trascendental pueda ser reemplazado
por la alegría de caminar hacia la vida eterna.
Una
experiencia que ha marcado su vida
Gallagher
estaba en esta residencia en ese momento y se aventuró a entrar en una
habitación donde las religiosas acompañaban a una residente de 101 años que se esperaba que
muriera en algún momento de ese día.
“Una de las
hermanas me vio parada en la parte de atrás de la habitación y dijo: 'Acércate' y me indicó que me
sentara al lado de esta residente”, relata esta joven a Catholic
News Service.
De aquella
experiencia, “recuerdo –explica ella- haberme preguntado por qué querrían que
me sentara a su lado; nunca antes había visto morir a nadie". Pero
entonces lo entendió: “Si tenía algún miedo o vacilación, quedó aplastado justo
en el momento en el que me
arrodillé al lado de esta viejecita y tomé su mano mientras se deslizaba hacia
la eternidad”.
“Ella murió
en paz. Una de las hermanas notó que me caían lágrimas por las mejillas. Ni
siquiera me di cuenta hasta que me dio un par de pañuelos. No estaba triste, no
estaba asustada. Las
lágrimas fluían porque en ese momento estaba muy en paz”, explica
Gallagher.
Por ello,
nunca olvidará aquel día y siempre “estaré agradecida con esa pequeña anciana de 101 años por lo que,
sin saberlo, hizo por mí en el momento de su muerte”. Aquella
situación eliminó el miedo a la muerte para Gallagher y decidió responder al
llamamiento cristiano de acompañar a los moribundos.
La
habitación de un moribundo es un santuario
De este
modo, durante los últimos
tres años ha acompañado a más personas ancianas en el momento final de su vida, una
ayuda para que puedan llegar al cielo.
La práctica
de acompañar a los moribundos se
puede ver en el ejemplo de María, que no se movió del pie de la cruz,
afirma la hermana Maureen Weiss, quien fue administradora y madre superiora en
las Hermanitas de los Pobres de esta residencia para ancianos pobres cuando
Gallagher comenzó su voluntariado allí.
“Michaela
entendió por qué la iglesia nos enseña que la habitación de una persona moribunda debe ser un
santuario con alguien que ofrece consuelo y esperanza al dejar este
mundo y entrar en la vida eterna”, señala esta religiosa.
Una de las
cosas que más maravilló a esta joven voluntaria fue el ver a las Hermanitas de los Pobres turnarse para quedarse
con un residente moribundo durante las 24 horas, a menudo riéndose con
ellos, cantando, rezando con ellos, a veces llorando, lo que le enseñó que el
final de la vida de alguien puede ser una celebración anticipada del viaje
futuro.
El
privilegio de acompañar hasta las puertas del cielo
“La muerte
es una parte muy natural e inevitable de la vida”, añade esta joven católica,
que considera que “si se te brinda la oportunidad de acompañar a otra persona
durante su viaje al final de su vida, te darás cuenta del privilegio y la gracia que supone.
Aprovecha este regalo que te han dado”
Por otro
lado, Michaela Gallagher también señala que también es normal estar triste: “no
es fácil ver a alguien sufrir y morir, especialmente cuando se trata de alguien
a quien amas profundamente”.
Sin
embargo, añade que “puedes consolarte y sacar fuerzas del hecho de que estás haciendo todo lo posible
para aliviar su sufrimiento, y brindarles consuelo y paz durante este momento
tan sagrado”.
J. Lozano
Fuente: ReL