EXTIENDE TU MANO
II. Luchar en lo pequeño, en aquello que está a nuestro alcance, en lo que
nos aconsejan en la dirección espiritual.
III. Docilidad a lo que
cada día nos pide el Señor.
“Un sábado, entró Jesús
en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenla parálisis en el brazo
derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en
sábado, y encontrar de qué acusarlo.
Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al
hombre del brazo paralítico: -«Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y
se quedó en pie. Jesús les dijo: -«Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está
permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?» Y,
echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: -«Extiende el brazo.»
Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y
discutían qué había que hacer con Jesús” (Lucas 6,6-11).
I. San Lucas (6, 6-11) nos
narra hoy que el Señor curó la mano derecha seca de un hombre que había venido
a la sinagoga con la esperanza puesta en Él, con la sola condición de hacer el
esfuerzo de extenderla.
Así
son los milagros de la gracia: ante defectos que nos parecen insuperables,
frente a metas apostólicas que se ven excesivamente altas o difíciles, el Señor
pide esta misma actitud: confianza en Él, manifestada en el uso de los recursos
sobrenaturales, y en poner por obra aquello que está a nuestro alcance y que el
Maestro nos insinúa en la intimidad de la oración o a través de la dirección
espiritual.
Si
nos empeñamos, la gracia realiza maravillas con nuestros esfuerzos que parecen
poca cosa. Las virtudes se forjan día a día, la santidad se labra siendo fieles
en lo menudo, en lo corriente, en acciones que podrían parecer irrelevantes, si
no estuvieran vivificadas por la gracia.
II. La tibieza paraliza el
ejercicio de las virtudes, mientras que éstas con el amor cobran alas. La
tibieza hace que parezcan irrealizables los más pequeños esfuerzos. La persona
tibia piensa que, aunque el Señor le pide que extienda su mano, ella no puede.
Y, como consecuencia, no la extiende... y no se cura.
La
caridad se afianza en actos que parecen de poco relieve: hacer buena cara,
sonreír, crear un clima amable alrededor aunque estemos cansados, evitar esa
palabra que puede molestar. Los defectos arraigados ( pereza, envidia), se
vencen, tratando de vivir la escena evangélica y recordando el mandato de
Cristo: Extiende tu mano.
Un
día le preguntaron a Santo Tomás, hombre de pocas palabras, qué es lo que se
necesitaba para ser santos; él contestó: QUERER. Hoy pedimos al Señor que de
verdad queramos ir cada día a Él con renovado amor.
III. La dirección espiritual
se engarza con la íntima acción del Espíritu Santo en el alma, que sugiere de
continuo esos pequeños vencimientos que nos ayudan eficazmente a disponernos
para nuevas gracias.
La
santidad no es para gente excepcional, el Señor nos llama a todos: a la
atareada ama de casa, al empresario, al estudiante, a la dependienta de unos
grandes almacenes o a la que está al frente de un puesto de verduras. El
Espíritu Santo nos dice a todos: ésta es la voluntad de Dios, vuestra
santificación.
A
nuestra Madre Santa María le pedimos que nos ayude a ser cada vez más dóciles
al Espíritu Santo, a crecer en las virtudes, luchando en las pequeñas metas de
cada día.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org