MEDITACIÓN DIARIA: JUEVES DE LA SEMANA 24 DEL TIEMPO ORDINARIO

RECIBIR BIEN A JESÚS

Dominio público
I.
Jesús es invitado a comer por un fariseo.

II. El Señor viene a nuestra alma.

III. Preparación de la Comunión.

“En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. 

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: -«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora. » Jesús tomó la palabra y le dijo: -«Simón, tengo algo que decirte.» Él respondió: -«Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: -«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debla quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: -«Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo: -«Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. 

Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: -«Tus pecados están perdonados.» Los demás convidados empezaron a decir entre sí: -«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: -«Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Juan 7,36-50).  

I. Un fariseo rico, Simón, invita a Jesús a comer, y olvida darle las atenciones tradicionales de hospitalidad (Lucas 7, 36-50). El Señor sí es consciente de esos olvidos de Simón, las echa de menos, como echó en falta el agradecimiento de aquellos leprosos que después de curados ya no volvieron más.

La tosquedad del anfitrión se pone particularmente de manifiesto en contraste con las delicadezas de una pecadora pública que irrumpe en el banquete para expresarle al Señor su arrepentimiento y amor: llevó un vaso de alabastro con perfume, se situó detrás, a los pies de Jesús, se puso a bañarlos con sus lágrimas y los ungía con perfume.

Ante los juicios negativos de los comensales para con la mujer, Jesús le da la recompensa más grande que puede recibir un alma: Por eso te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho.

II. Cuando se trata de padecer por la salvación de las almas, el Señor no pone límites a sus sufrimientos; sin embargo, extraña la cortesía en el trato y las manifestaciones de cariño de parte de Simón, y le dice: entré en tu casa y no me has dado agua con que lavar mis pies.

¿No tendrá que reprocharnos hoy algo por el modo como le recibimos? Te adoro con devoción, Dios escondido (Himno Adoro te devote), le diremos cuando viene a nuestro corazón y procuraremos hacerle un recibimiento lleno de delicadezas de manera que nunca tenga qué reprocharnos nuestra falta de amor.

“Hemos de recibir al Señor, en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¡mejor! : con adornos, luces, trajes nuevos... Limpieza en tus sentidos, uno por uno; adorno en tus potencias, una por una; luz en toda tu alma” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)

III. “El rey ha de venir mañana a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?” Exclama San Juan de Ávila en un sermón sobre la preparación para recibir al Señor en la Eucaristía. “Con amor viene, recíbelo con amor” (Ídem) El amor supone deseos de purificación –acudiendo a la Confesión sacramental-, y aspirando a estar el mayor tiempo con Él, sin precipitaciones.

Junto a las disposiciones del alma, las del cuerpo: el ayuno que la Iglesia ha dispuesto, las posturas, el vestir, que nos llevan a presentarnos como dignos hijos al banquete que el Padre ha preparado con tanto amor. ¡Es el acontecimiento más grande del día y de la vida misma!

Nuestra Señora nos enseñará a recibir a su Hijo. Ninguna criatura ha sabido tratarle mejor.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org