RECIBIR BIEN A JESÚS
II. El Señor viene a
nuestra alma.
III. Preparación de la
Comunión.
“En aquel tiempo, un
fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del
fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al
enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de
perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los
pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y
se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se
dijo: -«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y
lo que es: una pecadora. » Jesús tomó la palabra y le dijo: -«Simón, tengo algo
que decirte.» Él respondió: -«Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: -«Un prestamista
tenía dos deudores; uno le debla quinientos denarios y el otro cincuenta. Como
no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: -«Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo:
-«Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: -«¿Ves a
esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella,
en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su
pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de
besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me
ha ungido los pies con perfume.
Por eso te digo: sus muchos pecados están
perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: -«Tus pecados están perdonados.» Los demás convidados
empezaron a decir entre sí: -«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero
Jesús dijo a la mujer: -«Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Juan 7,36-50).
I. Un fariseo rico, Simón,
invita a Jesús a comer, y olvida darle las atenciones tradicionales de
hospitalidad (Lucas 7, 36-50). El Señor sí es consciente de esos olvidos de
Simón, las echa de menos, como echó en falta el agradecimiento de aquellos
leprosos que después de curados ya no volvieron más.
La
tosquedad del anfitrión se pone particularmente de manifiesto en contraste con
las delicadezas de una pecadora pública que irrumpe en el banquete para
expresarle al Señor su arrepentimiento y amor: llevó un vaso de alabastro con
perfume, se situó detrás, a los pies de Jesús, se puso a bañarlos con sus
lágrimas y los ungía con perfume.
Ante
los juicios negativos de los comensales para con la mujer, Jesús le da la
recompensa más grande que puede recibir un alma: Por eso te digo: le son
perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho.
II. Cuando se trata de
padecer por la salvación de las almas, el Señor no pone límites a sus
sufrimientos; sin embargo, extraña la cortesía en el trato y las
manifestaciones de cariño de parte de Simón, y le dice: entré en tu casa y no
me has dado agua con que lavar mis pies.
¿No
tendrá que reprocharnos hoy algo por el modo como le recibimos? Te adoro con
devoción, Dios escondido (Himno Adoro te devote), le diremos cuando viene a
nuestro corazón y procuraremos hacerle un recibimiento lleno de delicadezas de
manera que nunca tenga qué reprocharnos nuestra falta de amor.
“Hemos
de recibir al Señor, en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¡mejor!
: con adornos, luces, trajes nuevos... Limpieza en tus sentidos, uno por uno;
adorno en tus potencias, una por una; luz en toda tu alma” (J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Forja)
III. “El rey ha de venir
mañana a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?” Exclama San Juan de Ávila en un
sermón sobre la preparación para recibir al Señor en la Eucaristía. “Con amor
viene, recíbelo con amor” (Ídem) El amor supone deseos de purificación
–acudiendo a la Confesión sacramental-, y aspirando a estar el mayor tiempo con
Él, sin precipitaciones.
Junto
a las disposiciones del alma, las del cuerpo: el ayuno que la Iglesia ha
dispuesto, las posturas, el vestir, que nos llevan a presentarnos como dignos
hijos al banquete que el Padre ha preparado con tanto amor. ¡Es el
acontecimiento más grande del día y de la vida misma!
Nuestra
Señora nos enseñará a recibir a su Hijo. Ninguna criatura ha sabido tratarle
mejor.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org