Fray Jerôme: «Con la gracia de Dios y la ayuda de San
Francisco, los peregrinos retornarán»
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Mosaico de los cinco panes y dos peces de Tabga,
junto al mar de Tiberíades, en Tierra Santa
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El pasado julio fallecía Fray Jerôme Vour-Dery, un franciscano de la Custodia de Tierra Santa, originario
de Ghana. Tenía sólo 57 años. Quienes le conocían bien lo califican como
“alegre, sencillo, buen cristiano y buen franciscano”. Sirvió a la Custodia en
el Santo Sepulcro y en algunos conventos de Galilea: Tabgha, Cafarnaúm y Caná
de Galilea.
Fray Artemio Vítores, un fraile franciscano español que lleva en Tierra Santa más de 50 años y que fue su
Maestro y Profesor, escribió la siguiente historia llena de humanidad y
sabiduría que se titula “Guardián de Piedras Santas”, y que publicó en un libro hace ya algún tiempo.
Una historia que invita a
descubrir el trabajo silencioso y lleno de fe de quienes custodian desde hace
siglos la Tierra de Cristo, origen de la nuestra fe a pesar de los conflictos y
en ausencia de peregrinos.
Guardián de Piedras Santas
La “Intifada” -que significa “alzamiento” o
“revuelta”- fue la reacción de la población palestina en protesta por la
“visita” del Primer Ministro israelí Ariel Sharon y 3.000 policías a la
Explanada del Templo el 28 de septiembre del 2000, ya que consideró que esta acción
era ofensiva especialmente para el Islam.
La “Segunda Intifada” -pues la primera se inició en
1987- duró más de cinco años y creó problemas de toda índole. A todos:
Israelíes, palestinos, judíos, cristianos y musulmanes, y, ¿cómo no?, también a
los franciscanos. Fueron años muy duros, especialmente los tres
primeros, en los que la esperanza fue puesta a dura prueba, aún para los hijos
de San Francisco que solemos ser optimistas y positivos “a pesar de los
pesares”.
En febrero del 2003 visité los conventos
franciscanos del Lago de Tiberíades. En el Convento del Primado de San Pedro,
en Tabga, vivía en ese momento un sólo fraile, pues su compañero había ido de
vacaciones a su país. Fra Jerôme había sido estudiante mío en mi época de
Maestro del Seminario y también su Profesor.
Le pregunté, ante la soledad que se veía: “¿Cuántos
peregrinos han venido hoy?”. “Dos”, me respondió: “Y
¿Ayer?”, le pregunté de nuevo. “Uno”, me contestó,
casi sin voz y con las lágrimas a punto de saltársele.
Supongo que era algún peregrino errante que cayó por
allí. Ante la tristeza que se leía en su mirada, no tuve coraje de continuar mi
interrogatorio. Él, sin embargo, me dijo: “Maestro, ¿qué hago yo aquí?
¡Guardián de piedras, aunque sean piedras santas!”.
Tengo que reconocer que, al principio, no supe
qué responder. Después, con calma, le fui diciendo que no se preocupara, que
ésa ha sido la historia de los franciscanos en Tierra Santa, que si
hemos recuperado y conservado los Santos Lugares ha sido gracias a nuestra
tenacidad, que no es otra cosa que fe y amor a Jesucristo y a los Santuarios
que guardan sus memorias.
Además, le dije: “Te cuento un episodio que sucedió
cerca de aquí. Precisamente en Cafarnaúm. Era la guerra árabe-israelí del
1948 y el ejército de Israel ocupó el convento y toda nuestra
propiedad de la llamada ‘Ciudad de Jesús’. Allí quedó un único franciscano. Era
el P. Pietro Loy, un sardo, que yo conocí. El pobre fraile se quedó
completamente aislado y separado del mundo, sin contacto posible con los demás
hermanos de hábito”.
Mi hermano de Tabga me escuchaba muy atento. Le dije
que yo había conocido al Padre Pietro cuando estaba ya en la enfermería de San
Salvador, el cual nos contaba sus peripecias a mí y a los demás estudiantes.
Nosotros le preguntábamos: “¿Qué comías?”.
“Lo que me daban los soldados: Una latilla de
sardinas, un poco de pan, un tomate”, respondía.
“¿Y dormir?”.
“Como San Alejo, debajo de la escalera”, comentaba
sonriente, pues “me habían quitado mi habitación”.
Pero, ya en tono más grave, continuó: “Advertí a
los soldados: A mí sólo me sacáis de aquí en una caja de muertos”.
Después de dos largos meses los soldados se marcharon,
y Cafarnaúm siguió siendo un lugar santo cristiano, la “Ciudad de Jesús” que
siempre llenará de emoción el corazón de los peregrinos… Al finalizar mi
relato, me despedí de mi hermano del Primado con palabras de aliento: “¡No
te preocupes, los peregrinos volverán!”.
Pasaron dos años y efectivamente, la afluencia de
peregrinos fue aumentado progresivamente. Un día este hermano -que estaba ahora
de servicio en otro Santuario de Galilea- me llamó para comentarme sobre un
tema del convento. Después de escucharle, le pregunté: “¿Cómo van
los peregrinos?”. “¡No me dejan ni dormir!”, respondió.
“Como ves -le dije-, tiene razón el dicho: ¡Unas veces
tanto, y otras tan poco!”.
Así es la vida en Tierra Santa. Nunca se puede estar
tranquilo del todo. De hecho, el 16 de julio de 2006 hablé con él de nuevo para
interesarme por su situación y la del Santuario, justo en aquellos días que
había comenzado el conflicto del Líbano. Y a la pregunta de siempre: “¿Qué
tal los peregrinos?”.
Esta vez, con voz alegre, me respondió: “Como
bien sabes, no hay nadie. Pero no pierdo la esperanza y contemplo el futuro con
optimismo. Con la gracia de Dios y la ayuda de San Francisco, todo volverá a
florecer; estoy seguro que los peregrinos retornarán”.
Fuente: ReL