Desde los 40 años hasta los 95 años estuvo orando, ayunando y haciendo penitencias en el desierto, por la conversión de los pecadores, la extensión de la religión y el perdón de sus propios pecados
San
Arsenio fue uno de los monjes más famosos de la antigüedad. Sus dichos o
refranes fueron enormemente estimados. Las gentes hacían viajes de semanas y
meses con tal de ir a consultarle y oír sus consejos.
Cuando
el emperador Teodosio, el Grande buscaba un buen profesor para sus dos hijos,
el Papa San Dámaso le recomendó a Arsenio, que era un senador sumamente sabio y
muy práctico en los consejos que sabía dar. Y así durante diez años tuvo que
estarse en el palacio imperial tratando de educar a los dos hijos del
emperador, Arcadio y Honorio.
Pero se dio cuenta de que el uno era demasiado
atrevido y el otro demasiado apocado, y desilusionado de ese fracaso como
educador de los dos futuros emperadores dispuso dedicarse a otra labor que le
fuera de mayor utilidad para su santificación y salvación.
Y estando
un día orando, en medio de una gran crisis espiritual, mientras le pedía a Dios
que le iluminara lo que debía hacer para santificarse, oyó una voz que le
decía: "Apártese del trato con la gente, y váyase a la soledad".
Entonces dispuso irse al desierto a orar y a hacer penitencia con los demás
monjes de esa soledad.
Cuando
llegó al monasterio del desierto, los monjes, sabiendo que había estado
viviendo tanto tiempo como senador y como alto empleado del Palacio imperial,
dispusieron ponerle algunas pruebas para saber si en verdad era apto para esa
vida de humillación y mortificación. El superior lo recibió fríamente, y al
llegar al comedor, no lo hizo sentar a la mesa sino que lo dejó de pie, junto a
su mesa.
Luego
en vez de pasarle un plato de comida, le lanzó una tajada de pan al piso, y le
dijo secamente: "Si quiere comer algo, recoja eso". Arsenio se
inclinó humildemente, recogió la tajada de pan y se sentó en el suelo a comer.
El superior, al observar este comportamiento admirable, lo consideró lo
suficientemente humilde como para ser recibido como monje y lo aceptó en el
monasterio, diciendo a los demás religiosos: "Este será un buen
hermano".
Arsenio
había pasado toda su vida en el alto gobierno y en lujosos palacios, tratando
con gente de mundo, y conservaba algunas costumbres mundanas que los otros
monjes no hallaban como corregírselas, porque le tenían mucho respeto. Entonces
dispusieron irlo corrigiendo indirectamente, y poco a poco.
Así
por ejemplo, él acostumbraba montar la pierna, mientras estaba rezando en la
capilla. Y los demás para quitarle la tal costumbre, le dijeron a un monje
joven que mientras rezaban tuviera la pierna montada, y que ellos le llamarían
la atención por eso. Y así lo hicieron, regañando fuertemente al joven por esa
actitud. Arsenio entendió muy bien la lección y se corrigió.
San
Arsenio se hizo famoso por sus penitencias extraordinarias. Un día llegó un
alto empleado del imperio a llevarle un documento en el cual se le comunicaba
que un senador riquísimo le dejaba en herencia todas sus grandes riquezas, y
que se fuera a reclamarlas. El santo exclamó: "Antes de que él muriera en
su cuerpo, yo morí en mis ambiciones y avaricias. No quiero riquezas mundanas
que me impidan adquirir las riquezas del cielo". Y renunció a todo esto en
favor de los pobres.
Con
frecuencia pasaba toda la noche en oración. Los sábados al anochecer empezaba a
rezar de rodillas con los brazos en cruz y permanecía así hasta que caía por el
suelo desmayado. Tenía 40 años cuando abandonó el palacio imperial donde tenía
todas las comodidades, para irse a un tremendo desierto, donde todo faltaba.
Desde los 40 años hasta los 95 años estuvo orando, ayunando y haciendo
penitencias en el desierto, por la conversión de los pecadores, la extensión de
la religión y el perdón de sus propios pecados.
Como
hombre de mundo y de política que había sido, sentía una gran inclinación a
tratar con la gente y a charlar con los demás, y en cambio hacía todo lo
posible por retirarse del trato con todos, y vivir en la más completa soledad.
Cuando un día el superior le llamó la atención porque no se prestaba a quedarse
a charlar con las numerosísimas personas que iban a consultarle, le respondió:
"Dios sabe que los quiero con toda mi alma y que gozo inmensamente
charlando con ellos, pero como penitencia tengo que abstenerme lo más posible
de las charlatanerías.
El
Señor me ha dicho que si quiero santificarme tengo que hacer la mortificación
de apartarme del trato con las gentes". En verdad que a cada persona la
lleva Dios a la santidad por caminos diversos. A unos los hace santos haciendo
que se dediquen totalmente a tratar con los demás para salvarlos, y a otros les
ha pedido que con el sacrificio de no tratar tanto con la gente, le ganen también
almas para el cielo.
Por
muchos siglos han sido enormemente estimados los dichos o frases breves que San
Arsenio acostumbraba decir a las gentes. Desde remotas tierras iban viajeros
ansiosos de escuchar sus enseñanzas que eran cortas pero sumamente provechosas.
Recordemos algunos de sus dichos:
"Muchas
veces he tenido que arrepentirme de haber hablado. Pero nunca me he arrepentido
de haber guardado silencio". "Siempre he sentido temor a presentarme
al juicio de Dios, porque soy un pecador".
El
religioso debe preguntarse frecuentemente: "¿Para qué abandoné el mundo y
me hice religioso? y responderse: Me hice religioso porque quiero santificarme
y salvar mi alma. Si esto no lo consigo, he perdido totalmente mi tiempo"
(Esta frase ha conmovido a muchos santos. Por ej. San Bernardo la tenía escrita
así en su habitación: "Bernardo: ¿a qué viniste a la vida religiosa? -
Quiero salvar mi alma y santificarme").
San
Arsenio pedía consejos espirituales a monjes que eran muchísimo más ignorantes
que él. Le preguntaron por qué lo hacía y respondió: "Yo sé idiomas,
literatura, filosofía y política, pero en lo espiritual soy un analfabeta. En
cambio estos religiosos que no hicieron estudios especiales, son unos
especialistas en espiritualidad y de ello saben mucho más que yo".
Un
religioso le preguntó por qué los sabios del mundo que conocen tantas ciencas y
han leído muchos libros son tan ignorantes en lo que se refiere a la santidad,
y en cambio tanta gentecita ignorante progresa tan admirablemente en lo
espiritual, y el santo respondió: "Es que la ciencia infla y llena de
orgullo, y en un corazón orgulloso Dios no hace obras de arte en santidad. En
cambio los humildes conocen su debilidad, su ignorancia, y su insuficiencia, y
ponen toda su confianza en Dios, y en ellos sí hace prodigios de santificación
Nuestro Señor".
Arsenio
era muy conocido por su presencia venerable. Alto, flaco, bien parecido, con
una barba larguísima y muy blanca, su hermosa figura descollaba majestuosamente
entre los demás monjes. Y su santidad superaba a la de los demás compañeros.
Las gentes lo veneraban inmensamente y sus consejos han sido apreciados por
muchos siglos. Que Arsenio ruegue por nosotros y nos consiga una santidad como
la suya.
De
toda palabra indebida que diga una persona, tendrá que rendir cuentas el día
del juicio. (Jesucristo, Mt. 12,36).
Fuente:
EWTN