Ofrecernos
a Dios nosotros mismos y todo lo que es nuestro es hacerle un presente». Aquí,
unas pistas para lograrlo
Pascal Deloche | GoDong |
“Ofrecernos
a Dios nosotros mismos y todo lo que es nuestro es hacerle un presente y una
ofrenda de nosotros mismos, de todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y
nuestras acciones, de todos nuestros bienes, ya sean espirituales o temporales,
en una palabra, de todo aquello que poseemos en este mundo”, decía san Juan
Bautista de La Salle.
San Pablo nos invita a lo
siguiente: “Tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno
de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo,
santo y agradable a Dios” (Rm 12,1).
¿“Como sacrificio”? En hebreo, “sacrificio”
se dice “korbán”, que significa “acercamiento”. Por tanto, el sacrificio tiene por
objetivo aproximarnos a Dios, invitarnos a
vivir una comunión intensa con Él. Para ello, es necesario hacer
“teshuvá”, es decir, convertirnos.
Esta “teshuvá” consiste en
una renovación completa de nuestra forma de ver y
pensar las
realidades (Rm 12,2). Se trata de
considerar nuestra vida y nuestro mundo desde “las alturas”, con la mirada
misericordiosa de Dios. Y esta es la triple dimensión del acto de ofrenda.
1.- LA OFRENDA DE NOSOTROS MISMOS
En
la medida en que nuestra vida es un “regalo” de Dios, conviene considerar todo
lo que hay de bueno en nuestro ser y nuestra existencia: nuestra alma, nuestro
cuerpo, nuestros talentos, nuestra herencia cultural, familiar… Sobre este
tema, san Pablo escribe: “¿Y qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has
recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Co 4,7). Hacer “teshuvá” es también
reconocer a Dios como la fuente de todo bien. En consecuencia, se nos pide
conformar nuestra existencia a su palabra de verdad.
Esta ofrenda de uno mismo se
hace bajo la forma de la acción de gracias y de la alabanza por los favores
recibidos. Se encarna en el deseo determinado de servir a Dios y a nuestro
prójimo; de ponernos por entero, según el estado de vida de cada uno, a
disposición del Señor para construir su Reino; de poner en coherencia de vida
nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones.
2.- OFRECER NUESTROS PECADOS
Encontramos
la anécdota siguiente en la vida de san Jerónimo. Dios le pregunta: “¿Qué me
das hoy, Jerónimo?”. Y él responde: “Señor, te doy mi oración”. “¡Bien! ¿Y qué
más?”. Y Jerónimo cita diversos bienes: su ascesis, sus vigilias, el amor por
quienes van a visitarle… Y Dios le pregunta: “¿Qué otra cosa más?”. Y Jerónimo
le responde: “¡No sé qué más te puedo regalar!”. El Señor le dice entonces:
“Hay algo que no me has dado, ¡tus pecados!”.
3.- OFRECER NUESTRO SUFRIMIENTO
Por
último está aquello que se “padece”: las grandes pruebas de la vida y las
“pequeñas penas del día a día, que nos afectan como picaduras más o menos
desagradables”. Ofrecer estos sufrimientos significa “insertarlos en la gran
compasión de Cristo” y hacerlos entrar “a formar parte de algún modo del tesoro
de compasión que necesita el género humano” para vivir el amor, para recibir y
difundir la salvación (Benedicto XVI).
Madre Teresa rezaba así:
“Ayúdanos,
oh Padre amable,
a
aceptar todo lo que Tú nos das
y a
dar todo lo que Tú nos pides con una gran sonrisa”.
Esta
sonrisa interior –¡y exterior!– es el signo evidente de la ofrenda libre de uno
mismo en cualquier circunstancia. Esa sonrisa se opone a la tristeza de la
resignación o a la cólera de la queja.
Nicolas
Buttet
Fuente:
Aleteia