No
cabe duda de que la actual crisis del Covid-19 afectará más gravemente a la
vida y los medios de subsistencia de los habitantes del mundo en desarrollo
Arzobispo Ivan Jurkovič, en una foto de archivo |
El
Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas relanzó el
pedido del Papa Francisco en su mensaje Urbi et Orbi de reducir o incluso
condonar la deuda que pesa en los presupuestos de los países más pobres. Se
trata de una vía que, en medio de la crisis provocada por la pandemia de
coronavirus, podría "salvar vidas en lugar de perderlas".
No
cabe duda de que la actual crisis del Covid-19 afectará más gravemente a la
vida y los medios de subsistencia de los habitantes del mundo en desarrollo.
Una vía a través de la cual este impacto potencialmente devastador podría
suavizarse, y salvar vidas en lugar de perderlas, es haciendo frente a la
agobiante carga de la deuda externa acumulada, tanto a nivel público como
privado, en los países en desarrollo en los últimos años. Fueron palabras del
Arzobispo Ivan Jurkovič, Observador Permanente de la Santa Sede ante las
Naciones Unidas y otros Organismos internacionales en Ginebra, durante el 67º
período de sesiones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
Comercio y Desarrollo (UNCTAD) que tuvo lugar este 2 de julio de 2020.
En
su declaración el Arzobispo relanzó el pedido del Papa Francisco en su Mensaje Urbi et Orbi, del 12 de abril de 2020, de
reducir o incluso condonar la deuda que pesa en los presupuestos de los países
más pobres. Señaló la importancia de una acción coordinada de la comunidad
internacional para proporcionar un alivio de la deuda a los países afectados
por la crisis, y recordó, a propósito, la Iniciativa para los países
pobres muy endeudados (PPME) y la Iniciativa para el Alivio de la Deuda
Multilateral (IADM) del pasado reciente, que demuestra que “la comunidad
internacional puede actuar con decisión”, cuando es necesario.
Asimismo,
señaló que en el camino hacia un mundo más inclusivo y sostenible no es sólo
cuestión de hacer que los mercados funcionen mejor, sino que es necesario un
programa que aborde las limitaciones sistémicas de la movilización de recursos
y la difusión tecnológica, que mitigue las asimetrías en el poder de mercado
derivantes de las reglas desproporcionadas de un mundo hiperglobalizado,
que corrija los déficits existentes en la gobernanza económica mundial y
garantice el espacio necesario de políticas para ajustar los desafíos locales a
los objetivos internacionales. Y, dada la complejidad de la economía, no pueden
pasarse por alto ni subestimarse los factores éticos y culturales.
Jurkovič
expresó preocupación por la asignación económica cada vez menor al sector de la
salud, y por el abuso y la depredación del medio ambiente natural del que
depende, en última instancia, no sólo la vida económica, sino toda la vida
humana.
Tal
es así que “el desafío inmediato” es garantizar que los encargados de la
formulación de políticas dispongan del espacio y los recursos necesarios para
responder a la conmoción sanitaria y mitigar los daños económicos que la
acompañan. Es evidente- observó - que las consecuencias de la crisis van mucho
más allá del ámbito financiero, extendiéndose a las esferas económica, social y
cultural. Por estas razones, la comunidad internacional no puede permitir que
el sistema financiero siga siendo una fuente de inestabilidad económica
mundial; debe adoptar urgentemente medidas para evitar el estallido de otras
crisis financieras en el futuro.
El
Observador Permanente de la Santa Sede ante la ONU concluyó su declaración con
las palabras del Papa Francisco en su Mensaje Pascual: “Este no es el tiempo de
la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido
para afrontar la pandemia. […]Que estos hermanos y hermanas más débiles, que
habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan
solos”.
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