Recibir a Jesús me hace más parecido a Él…
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| © Antoine Mekary / ALETEIA |
Jesús me dice que Él es el pan de vida:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que Yo daré es mi
carne por la vida del mundo».
Y sus palabras llevan al escándalo. ¿De
verdad no me escandaliza pensar que Jesús pueda partirse para darse? ¿No
me confunde que al partirse por todos, no sólo no disminuya sino que aumente el
poder de su presencia en cada uno? Es incomprensible.
Yo me he
acostumbrado a lo imposible. Lo adoro, lo recibo, sin darle el valor que tiene.
Es un milagro que pueda recibirlo entre mis dedos y llevármelo a la boca.
Es un milagro
que su presencia me haga mejor persona. No comulgo porque soy bueno, comulgo
para ser más humano, más compasivo, mejor hijo.
La comunión
es una gracia que no siempre fue comprendida. Las palabras de Jesús resultan
escandalosas:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?»
A veces hasta
a mí me puede llegar a escandalizar. Pero Jesús me lo vuelve a recordar:
«Si no coméis la carne del Hijo del hombre
y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe
mi sangre tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. El que come
mi carne y bebe mi sangre habita en mí y Yo en él».
Viviré para
siempre si como su pan. Me gustaría sentir lo que siente san Francisco:
«Francisco utiliza en cierta ocasión una
imagen: – El alma ha dejado todas sus inclinaciones. Desnuda
está en la presencia de Dios. Entonces, se reviste nuevamente de las antiguas
inclinaciones hacia los padres, el hogar, la patria y los amigos. Pero ahora se
trata de inclinaciones nuevas, diferentes».
Comulgar con
Jesús me hace renunciar a todo para estar vacío ante Él. Y al mismo tiempo
volver a tomarlo todo entre mis manos, pero ahora con una mirada nueva. Llego a
ser un hombre nuevo por la comunión.
Jesús no me
pide que renuncie a lo humano. No quiso que renunciara a comer su cuerpo y
beber su sangre. En Él se une lo humano y lo divino, el cielo y la tierra.
Su presencia dentro de mí es real. Y esa
presencia se fortalece con la comunión diaria. Recibir a Jesús me hace más parecido
a Él.
Hace que mis
sentimientos sean más los de Cristo. Logra que me parezca más a ese Jesús que
iba por los caminos bendiciendo, dando la vida.
Comulgar es
ese paso imprescindible para que mi vida cambie y se parezca más a su vida.
Quiero los sentimientos de Jesús: misericordia, bondad, verdad, justicia,
autenticidad, humildad, mansedumbre, esperanza, alegría.
Compartió la
tristeza conmigo al ver tanto dolor y no poder hacer todos los milagros que
deseaba. Sufrió el dolor al sentir la dureza del corazón del hombre que no se
dejaba amar.
Comparte conmigo la desilusión al no ver
realizados tantos planes que anidarían en su alma. Y le dolería tanto ese
madero de la cruz que acababa con esperanzas humanas tan valiosas.
Me gustan los
sentimientos de Jesús. ¡Qué lejos estoy! Puedo comulgar todos los días por
gracia de Dios. Pero no se nota. No cambio tanto como quisiera. No soy de Dios
como sueño.
Miro con nostalgia al que me gustaría llegar a ser.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia
