MES DE JUNIO: MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Consagraciones

Dominio público
La consagración hace sagrada una cosa o una persona, es decir, la dedica más inmediata y exclusivamente a Dios, vinculándola a Él de una manera especial. 


Según los casos, esta dedicación positiva puede implicar un apartamiento negativo, mayor o menor, del uso común profano de esa criatura -un cáliz, una templo, una persona-.

Eso nos hace ver la proximidad del término consagrar a:

-Sacrificar, hacer sagrado, «sacrum facere». Pero en el término sacrificio hay una connotación de destrucción e inmolación, realizada de uno u otro modo, que no está igualmente presente en la idea de consagración.

- Ofrecer algo viene a equivaler a consagrarlo especialmente a Dios, a la Virgen: «yo me ofrezco del todo a ti.... y te consagro en este día mis ojos, mis oídos», etc. 

-Dedicar es muy semejante a consagrar. Por ejemplo, la consagración de un templo o de un altar se encuentra en el Ritual litúrgico de la dedicación de iglesias y altares. Y la dedicación total de una mujer soltera al Señor se contiene actualmente en el Ritual de consagración de vírgenes. Para San Cipriano (+258), por ejemplo, vírgenes son las cristianas solteras dedicadas (dicatæ), es decir, consagradas, a Cristo. 

Según esto, en el orden de las personas, es claro que la consagración significa una especial ofrenda, oblación, entrega, donación y dedicación a Dios. De estas consagraciones personales, y en el ámbito sobre todo de la vida cristiana laical, trataré en lo que sigue. 

Consagración al Sagrado Corazón de Jesús 

La doctrina espiritual del Sagrado Corazón de Jesús, aunque tiene en la Revelación sus raíces más profundas, halla en las revelaciones recibidas por Santa Margarita María de Alacoque (+1690) su referencia más decisiva. Ha sido recomendada por la Iglesia en múltiples documentos del Magisterio apostólico, como Annum Sacrum (León XIII, 1899), Miserentissimus Redemptor (Pío XI, 1928), Caritate Christi compulsi (Pío XI, 1932) y Summi Pontificatus (Pío XII, 1934), Investigabiles divitias (Pablo VI, 1965). 

Todos los elementos fundamentales del misterio de la Salvación -la revelación del amor de Dios en la verdadera humanidad del amor de Cristo, la centralidad del Misterio pascual y, por tanto, de la Eucaristía, el sentido sacerdotal-victimal de todo el pueblo cristiano, el espíritu de adoración y expiación, la confianza en la misericordia divina, la realeza grandiosa de Jesucristo, y tantos otros aspectos- están aquí perfectamente sintetizados. Y es en la Eucaristía y en la consagración personal al Corazón de Jesús donde halla su centro esta devoción y culto. 

Como bien señala el padre Jesús Solano, «el culto al corazón del Salvador está centrado en la Eucaristía» (Teología... II/1,28). Es en ella donde nuestra donación y consagración personal al Corazón de Jesús, nuestra unión de amor con Él, se hace máxima en esta vida. Pero, como complemento moral intensivo -si vale la expresión- ya Santa Margarita María de Alacoque y San Claudio La Colombière (+1682) se consagran al Sagrado Corazón de Jesús (21-VI-1675), con un sentido profundo de donación personal, total e irrevocable, obrada en espíritu de amor y servicio. Y el desarrollo pujante en toda la Iglesia de la devoción al Corazón de Jesús generaliza en el pueblo cristiano esa misma devoción de la consagración personal (+J. Solano, Teología... I,197-303). 

Especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el Apostolado de la Oración, fundado por el padre jesuita Henri Ramière (+1884), difunde hasta nuestros días por todo el mundo la costumbre de consagrar al Corazón de Jesús la propia persona, la familia, la parroquia, la diócesis o incluso la nación -como el Ecuador, en 1875, con el presidente García Moreno, de santa memoria, o España, en 1919, con Alfonso XII-. En el «acto de consagración», tal como lo propone el P. Ramière para los celadores de esta Asociación, el cristiano se consagra al Sagrado Corazón de Jesús y también al Purísimo Corazón de María (Apostolado de la Oración 354-356). León XIII, en 1899, consagra al Corazón de Jesús todo el género humano, y varios Papas, hasta nuestro tiempo, renovarán posteriormente esta consagración, que no pocas naciones harán suya también expresamente. 

Consagración al Corazón Inmaculado de María 

Las consagraciones personales antiguas, como esclavos o siervos de María, a las que ya aludí, van a encontrar su plenitud teológica y espiritual en la doctrina de San Luis María Grignion de Monfort (+1716), concretamente en su gran Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, y en El secreto de María, obras en las que recomienda la consagración a Jesús por María, continuando una tradición espiritual cuyos precedentes más próximos se hallan en la Escuela francesa. Para Monfort «la devoción a la Santísima Virgen, después de la que se tiene a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, es la más santa y sólida de todas» (Tratado 99). 

En efecto, «la plenitud de nuestra perfección consiste en ser conformes, vivir unidos y consagrados a Jesucristo. Por consiguiente, la más perfecta de todas las devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a Jesucristo. Ahora bien, María es la criatura más conforme a Jesucristo. Por consiguiente, la devoción que mejor nos consagra y conforma a Nuestro Señor es la devoción a su Santisima Madre. Y cuanto más te consagres a María, tanto más te unirás a Jesucristo. 

«La perfecta consagración a Jesucristo es, por lo mismo, una perfecta y total consagración de sí mismo a la Santísima Virgen. Esta es la devoción que yo enseño, y que consiste, en otras palabras, en una perfecta renovación de los votos y promesas bautismales» (120). Una consagración a la Virgen que le entrega todos los bienes del cuerpo, del alma, exteriores e interiores, así como los méritos de las obras buenas pasadas, presentes y futuras (121). Eso es «entregarse a Jesucristo, en calidad de esclavos de amor, por las manos de María» (231). «Consiste en consagrarte totalmente, en calidad de esclavo, a María, y por Ella a Jesucristo. Te comprometes, por tanto, a hacerlo todo con María, en María, por María y para María» (Secreto 28). 

Y para evitar objeciones vanas de tantos «sabios engreídos, presumidos y críticos» como hoy tiene el mundo, «vale más decir la esclavitud de Jesucristo en María y llamarse esclavo de Jesucristo, que esclavo de María. Se puede, sin embargo, emplear una u otra expresión, como yo lo hago» (245). Al final de su gran obra El amor a la Sabiduría eterna, expresa San Luis María esta misma doctrina espiritual en la amplia fórmula de Consagración de sí mismo a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, por medio de María (223-227). En fin, «¡feliz, una y mil veces, el que, después de haber sacudido por el bautismo la tiránica esclavitud del demonio, se consagra a Jesús por María, como esclavo de amor!» (El secreto 34). 

Dehecho, al paso de los siglos, han ido creciendo las expresiones de la devoción a la Virgen María, y también se han multiplicado las fórmulas de consagración a Ella. Entre estas fórmulas, una de las más populares, hasta nuestros días, es aquélla indulgenciada por Pío IX (1851): «O Domina mea! O Mater mea! Tibi me totum offero, atque... consecro tibi...»; «Oh Señora mía y Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti... y te consagro...» 

La Iglesia, por otra parte, no sólamente ha impulsado las consagraciones personales a María, sino que también en los tiempos modernos ha consagrado el mundo entero al Inmaculado Corazón de María, especialmente en actos de Pío XII (1942) y de Juan Pablo II (1982). Éste, como es sabido, elige como lema de su Pontificado ese Totus tuus que San Luis María profesaba (Tratado 216). Y elogia esta forma de devoción monfortiana en su encíclica Redemptoris Mater (1987,48). 

Consagraciones, reglas de vida y votos 

La consagración personal a Dios, a Jesucristo, a la Virgen María, una y otra vez renovada en la vida cristiana de cada día y con las fórmulas oracionales apropiadas, ha contribuído en los últimos siglos notablemente al perfeccionamiento espiritual de muchos cristianos, y concretamente de los laicos, actualizando y profundizando en ellos su consagración bautismal y eucarística. 

Y en determinadas asociaciones laicales, los cristianos han formulado estas consagraciones comprometiéndose con ellas a ciertas reglas de vida, a las que a veces se han obligado incluso con votos u otros modos de vínculos personales, renovados periódicamente. Todo esto es indudablemente bueno y aconsejable. La consagración, en efecto, tiene el valor propio de lo que es una entrega intensa y universal -«mis ojos, mis oídos, mi boca, mi corazón, en una palabra todo mi ser»-. La regla de vida y el voto o la promesa, a su vez, tienen el valor peculiar de obligar a unas entregas concretas, frecuentes y bien precisas, por ejemplo: el rezo diario del Rosario, la entrega de un diezmo de todas las ganancias personales, no beber vino, etc. Y sin éstos u otros compromisos concretos, siempre se dará el peligro de que la consagración se quede en poco, y no tenga en la vida personal las consecuencias que, de suyo, está llamada a tener. Por eso se hace fácil entender que consagración, regla de vida y votos se complementan y refuerzan mutuamente. 

Autor: P. José María Iraburu


Fuente: Catholic.net