POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÉIS
II. El trato con Dios y las obras del cristiano.
III. Los frutos amargos del laicismo. La actividad del cristiano en el
mundo: reconducir todas las cosas a Cristo.
«Guardaos bien de los falsos profetas,
que vienen a vosotros disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces.
Por sus frutos los conoceréis: ¿acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis.» (Mateo 7, 15-20)
Por sus frutos los conoceréis: ¿acaso se cosechan uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da fruto bueno es cortado y arrojado al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis.» (Mateo 7, 15-20)
I. El Señor insiste en repetidas ocasiones en el peligro de
los falsos profetas, que llevarán a muchos a su ruina espiritual. En el Antiguo
Testamento también se hace referencia a estos malos pastores que causan
estragos en el pueblo de Dios. Así, el Profeta Jeremías denuncia la impiedad de
aquellos que profetizan por Baal y desorientan a mi pueblo Israel, lo engañan y
le cuentan sus propias fantasías y no las palabras de Yahvé..., descarrían a mi
pueblo con sus mentiras y sus jactancias, siendo así que yo no les he enviado,
ni les he dado misión alguna, ni han hecho a mi pueblo ningún bien. Pronto
aparecieron también en el seno de la Iglesia.
San
Pablo los llama falsos hermanos y falsos apóstoles, y advierte a los primeros
cristianos que se guarden de ellos; San Pedro los llama falsos doctores. En
nuestros días también han proliferado los maestros del error; ha sido abundante
la siembra de malas semillas, y han sido causa de desconcierto y de ruina para
muchos.
En el
Evangelio de la Misa nos advierte el Señor: Tened cuidado con los falsos
profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.
Mucho es el daño que causan en las almas, pues los que se acercan a ellos en
busca de luz encuentran oscuridad, buscan fortaleza y hallan incertidumbre y
debilidad. El mismo Señor nos señala que tanto los verdaderos como los falsos
enviados de Dios se conocerán por sus frutos; los predicadores de falsas
reformas y doctrinas no acarrearán más que la desunión del tronco fecundo de la
Iglesia y la turbación y perdición de las almas: por sus frutos los conoceréis,
nos dice Jesús. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?
Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un
árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. En
este pasaje del Evangelio nos advierte el Señor para que estemos vigilantes y
seamos prudentes con los doctores falsarios y con sus doctrinas engañosas, pues
no siempre será fácil distinguirlas, ya que la mala doctrina se presenta muchas
veces con apariencia de bondad y de bien.
II. Los árboles sanos dan frutos buenos. Y el árbol está sano
cuando corre por él savia buena. La savia del cristiano es la misma vida de
Cristo, la santidad personal, que no se puede suplir con ninguna otra cosa. Por
eso no debemos separarnos nunca de Él: quien está unido conmigo, y yo con él
-nos dice-, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer. En el trato
con Jesús aprendemos a ser eficaces, a estar alegres, a comprender, a querer de
verdad, a ser, en definitiva, buenos cristianos.
La vida
de unión con Cristo necesariamente trasciende el ámbito individual del
cristiano en beneficio de los demás: de ahí brota la fecundidad apostólica, ya
que «el apostolado, cualquiera que sea, es una sobreabundancia de vida
interior», de la unión vital con el Señor. «Esta vida de unión íntima con
Cristo en la Iglesia se nutre con los auxilios espirituales comunes a todos los
fieles, muy especialmente con la participación activa en la sagrada liturgia.
Los seglares deben servirse de estos auxilios de tal forma que, al cumplir
debidamente sus obligaciones en medio del mundo, en las circunstancias
ordinarias de la vida, no separen la unión con Cristo de su vida privada, sino
que crezcan intensamente en esa unión realizando sus tareas en conformidad con
la Voluntad de Dios».
El trato con el Señor en la Sagrada Eucaristía, la participación en la Santa Misa -verdadero centro de la vida del cristiano-, la oración personal y la mortificación, que permite ese trato con Dios, tendrá unas manifestaciones concretas a la hora de realizar nuestros quehaceres, al relacionarnos con otras personas, creyentes o no, y al cumplir nuestros deberes cívicos y sociales. La savia no se ve, pero los frutos sí, y por el modo de comportarnos deberán reconocer a Cristo en nosotros: por la alegría, por la serenidad ante el dolor y las contrariedades, por la facilidad para disculpar los errores ajenos, por la exigencia en los propios deberes, por la sobriedad ejemplar en el uso de los bienes materiales, por el agradecimiento sincero ante los pequeños servicios de la convivencia diaria...
El trato con el Señor en la Sagrada Eucaristía, la participación en la Santa Misa -verdadero centro de la vida del cristiano-, la oración personal y la mortificación, que permite ese trato con Dios, tendrá unas manifestaciones concretas a la hora de realizar nuestros quehaceres, al relacionarnos con otras personas, creyentes o no, y al cumplir nuestros deberes cívicos y sociales. La savia no se ve, pero los frutos sí, y por el modo de comportarnos deberán reconocer a Cristo en nosotros: por la alegría, por la serenidad ante el dolor y las contrariedades, por la facilidad para disculpar los errores ajenos, por la exigencia en los propios deberes, por la sobriedad ejemplar en el uso de los bienes materiales, por el agradecimiento sincero ante los pequeños servicios de la convivencia diaria...
Si se
descuidara esa honda unión con Dios, la eficacia apostólica con quienes nos
relacionamos habitualmente se iría reduciendo hasta ser nula, y los frutos se
tornarían amargos, indignos de ser presentados al Señor. «Entre aquellos mismos
-señalaba San Pío X- a quienes les resulta una carga recogerse en su corazón
(Jer 12, 11) o no quieren hacerlo, no faltan los que reconocen la consiguiente
pobreza de su alma, y se excusan con el pretexto de que se entregaron totalmente
al servicio de las almas. Pero se engañan. Habiendo perdido la costumbre de
tratar con Dios, cuando hablan de Él a los hombres o dan consejos de vida
cristiana, están totalmente vacíos del espíritu de Dios, de manera que la
palabra del Evangelio parece como muerta en ellos». No es infrecuente entonces
que -en el mejor de los casos- se den sólo consejos a ras de tierra, sin
contenido sobrenatural, o doctrinas propias, cuando tenía que haberse dado la
doctrina del Evangelio.
Si se descuida el trato con Dios, la piedad personal, no se producen las obras que el Señor espera de cada cristiano. De la abundancia del corazón habla la boca; y si en el corazón no está Dios, ¿cómo podrán comunicar las palabras y la vida que de Él proceden? Examinemos hoy cómo es nuestra oración: la puntualidad en la hora fijada, el empeño por rechazarlas distracciones, el hacerla en el lugar más oportuno, la petición a la Virgen, a San José, al Angel Custodio para que nos ayuden a mantener un diálogo vivo y personal con el Señor, cómo nos concretamos algún propósito cada día, aunque sea pequeño... Examinemos también cómo es nuestro interés por vivir la presencia de Dios mientras caminamos por la calle, mientras trabajamos, en la familia..., y puntualicemos qué debemos rectificar, mejorar. Formulemos un propósito, quizá pequeño, pero concreto.
Si se descuida el trato con Dios, la piedad personal, no se producen las obras que el Señor espera de cada cristiano. De la abundancia del corazón habla la boca; y si en el corazón no está Dios, ¿cómo podrán comunicar las palabras y la vida que de Él proceden? Examinemos hoy cómo es nuestra oración: la puntualidad en la hora fijada, el empeño por rechazarlas distracciones, el hacerla en el lugar más oportuno, la petición a la Virgen, a San José, al Angel Custodio para que nos ayuden a mantener un diálogo vivo y personal con el Señor, cómo nos concretamos algún propósito cada día, aunque sea pequeño... Examinemos también cómo es nuestro interés por vivir la presencia de Dios mientras caminamos por la calle, mientras trabajamos, en la familia..., y puntualicemos qué debemos rectificar, mejorar. Formulemos un propósito, quizá pequeño, pero concreto.
III. Así como el hombre que excluye de su vida a Dios se
convierte en árbol enfermo con malos frutos, la sociedad que pretende desalojar
a Dios de sus costumbres y de sus leyes produce males sin cuento y gravísimos
daños para los ciudadanos que la integran. «Sin religión es imposible que sean
buenas las costumbres de un Estado». Surge al mismo tiempo el fenómeno del
laicismo, que quiere suplantar el honor debido a Dios y la moral basada en
principios trascendentes, por ideales y normas de conducta meramente humanos,
que acaban siendo infrahumanos. A la vez, tratan de relegar a Dios y a la
Iglesia al interior de las conciencias y se ataca, con agresividad, a la
Iglesia y al Papa, bien directamente o en personas o instituciones que son
fieles a su Magisterio.
No es
raro entonces que «donde el laicismo logra sustraer al hombre, a la familia y
al Estado del influjo regenerador de Dios y de la Iglesia, aparezcan señales
cada vez más evidentes y terribles de la corruptora falsedad del viejo
paganismo. Cosa que sucede también en aquellas regiones en las que durante
siglos brillaron los fulgores de la civilización cristiana». Esas señales
producidas por la secularización son evidentes en muchos países, incluso de
gran tradición y raigambre cristiana, donde progresa este proceso de
secularización: divorcio, aborto, aumento alarmante del consumo de droga,
incluso en niños y menores de edad, agresividad, desprecio de la moralidad
pública... El hombre y la sociedad se deshumanizan y degradan cuando no tienen
a Dios como Padre, lleno de amor, que sabe dar leyes para la misma conservación
de la naturaleza humana y para que las personas encuentren su propia dignidad y
alcancen el fin para el que fueron creadas.
Ante
frutos tan amargos, los cristianos debemos responder con generosidad a la
llamada recibida de Dios para ser sal y luz allí donde estamos, por pequeño que
pueda ser o parecer el ámbito donde se desenvuelve nuestra vida. Debemos
mostrar con hechos que el mundo es más humano, más alegre, más honesto, más
limpio, cuando está más cerca de Dios. La vida más merece la pena ser vivida
cuanto más informada esté por la luz de Cristo.
Jesús
nos mueve continuamente a no permanecer inactivos, a no perder la más pequeña
ocasión de dar un sentido más cristiano, más humano, a las personas y al
ambiente en el que nos movemos. Al terminar nuestra oración nos preguntamos
hoy: ¿qué puedo hacer yo en mi familia, en mi escuela, en la Universidad, en la
oficina..., para que el Señor esté presente en esos lugares? Y pedimos a San
José la firmeza de espíritu para llevar a Cristo a todas las realidades
humanas. Miremos con fe el ejemplo de su vida, de la que se «desprende la gran
personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre
apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los
problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con
responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan».
Con la
gracia de Dios y la intercesión del Santo Patriarca, nos esforzaremos con
constancia para dar fruto abundante, en el lugar donde Dios nos ha puesto.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org