Todavía
convaleciente tras más de un mes ingresado por coronavirus, el obispo de Ávila,
José María Gil Tamayo, va recuperando el pulso a la diócesis. «Me ha dado
tiempo a pensar mucho. Y a rezar mucho», subraya, y agradece todas las
oraciones por él
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Foto: Obispado de Ávila |
¿Cómo fue la
experiencia del hospital? ¿Qué es lo que más le impresionó?
Sentí una gran confianza y paz. Pero, al mismo tiempo, lo único que me
preocupaba –por las circunstancias especiales que estábamos viviendo de
confinamiento e inmovilidad–, era mi situación familiar, la de mi madre
anciana, con casi 90 años y con un hijo que murió hace poco más de un año.
Pensaba en qué
situación quedaría ella si a mí me pasaba algo. Pero, insisto, con una paz
inmensa, sabiendo que estaba en manos de Dios y en manos de unos buenos
profesionales, como después fui descubriendo con su entrega y servicialidad.
Me ha dado tiempo a pensar mucho. Y a rezar mucho. Ha sido tiempo de
soledad, de pensar, de rezar. Yo decía: «Señor, si me has librado de tantas,
por algo será». He vivido ese sentido de abandono en la Providencia. Eso sí,
veía que era una especie de montaña rusa. Me lo decía incluso alguna médico:
«Don José María, es que usted avanza, mejora... pero luego vuelve para atrás».
Y yo le contestaba: «Es que soy un caballo viejo ya». A veces las fuerzas no
respondían.
Me decían que
hiciera un esfuerzo, pero yo veía que ya no podía. Pero vuelvo a repetir que
sentía una paz y una tranquilidad que no era la de la comodidad, sino la de
saber que iba a hacer todo lo posible, que iba a luchar, pero que yo no tenía
la última palabra.
Me sostenía también en la fuerza de la oración de mucha gente que rezaba
por mí. Ha sido una especial comunión de los santos.
Ahora, ¿cómo
está?
Me encuentro en recuperación. Sigo las indicaciones de los médicos, que
me dicen que tenga paciencia porque esto va a costar. Pero yo me noto cada día
mejor. Sobre todo, cuando miro para atrás. Ahora tomo distancia y veo con
perspectiva la situación de debilidad en la que he estado. Por desgracia,
estamos viendo que hay gente que todavía lo está sufriendo y pedimos por ellos.
¿Cómo se
pastorea una diócesis en estas circunstancias?
Gran parte del tiempo del confinamiento me ha cogido en el hospital. A
la vuelta, me ha dado la sensación de que es como si estuviéramos en pausa.
Estamos aún en fase cero, nuestra provincia está parada, el mundo está
inmovilizado. Esto ha sido como una cámara de adaptación, porque todo el mundo
está recluido.
Eso sí, doy gracias a Dios por el instrumental que las nuevas
tecnologías nos facilitan. Por ejemplo, ya he asistido a dos o tres reuniones
con la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal por videoconferencia con
el resto de los obispos. Y las reuniones con el Consejo Episcopal también han
sido de este modo.
Luego, gracias a Dios, los sacerdotes están muy pendientes. Suelo llamar
por teléfono a los arciprestes, y los vicarios están haciendo piña en la
coordinación del trabajo diocesano.
Conocida su
vinculación a los medios, ¿qué opina de la cobertura de la pandemia?, ¿cree que
se ha ocultado el lado más duro?
A veces apagaba la televisión porque me parecía demasiado. Sobre todo,
para quien lo está sufriendo. En mi opinión había saturación. Pero, junto a
esto, sí tengo que decir –al igual que los obispos de la Comisión de Medios de
la Conferencia Episcopal– que los comunicadores y los medios en general están
haciendo honor a una dimensión que, por desgracia, ha estado olvidada, y la
comunicación ha sido fundamentalmente política, como si la única realidad que
se impone en la agenda pública es la política.
No todo es
política ni todo es deporte, ni todo es espectáculo. Hay una realidad que se
hace dura, que se hace cruda, que es la realidad sufriente, como la que estamos
viviendo ahora. Y ahí los medios y los comunicadores han hecho honor a esa
dimensión olvidada que es la comunicación social. Creo que una comunicación por
la solidaridad, una comunicación con respeto, que busca la verdad sin herir
pero que ayuda con esa verdad a la prevención y al cuidado, nos muestra el lado
humano.
Desde el punto
de vista cristiano, es el trabajo que se hace sin alardes al servicio de los
otros. Es una opción por la comunicación con la que yo me encuentro satisfecho.
Y me uno a ese homenaje a los comunicadores que hacen los obispos de la
Comisión de Medios.
¿Qué le diría a
los enfermos?, ¿y a quién ha perdido a un ser querido? ¿Cómo explicamos que
Dios está ahí?
Me veía a mí mismo en el hospital y pensaba: «La parafernalia del
entierro de un obispo de Ávila se la van a perder con este» [bromea]. Sí, es
algo que inevitablemente se piensa. Es un dolor muy grande. Y yo lo he sentido
de manera especial cuando me decían cuánta gente moría en el mismo hospital.
Porque me ponía en la situación del final de ese enfermo. Y me ponía también en
la situación de sus familiares. Esto me da dolor como obispo.
Quisiera decirles que Dios no está lejos. Que la cruz es una señal de
que Dios nos está bendiciendo. Desde la fe lo entendemos. Cuando la fe se nos
apaga, nos viene la desesperación. Pero yo sé que la gente de Ávila, detrás de
las lágrimas, tiene una fe profunda. Y el Señor no les ha dejado.
Estamos rezando por ellos, y seguiremos rezando por ellos. Quiero
manifestarles mi cercanía. De hecho, cada día estoy ofreciendo la Misa por los
difuntos del coronavirus, especialmente los de Ávila, y por todos los enfermos.
Auxi Rueda/R. P./F. O.
Fuente: Alfa y
Omega