Este Domingo de Ramos será bastante particular, ya que las
iglesias estarán vacías
Sarah Dorweller/Unsplash | CC0 |
Esto no significa que los
fieles no puedan lucir unas ramas “espirituales” y hacer de esa semana una
auténtica Semana Santa.
La
procesión del Domingo de Ramos inaugura la Semana Santa. Jesús está presente y
activo en la liturgia de la Iglesia. Aunque la liturgia evoca el pasado, esta
presencia misteriosa de Cristo hace que ese pasado se vuelva actual.
Este Domingo de Ramos, Jesús
entra en Jerusalén, la Ciudad Santa, donde va a morir y resucitar. Todos los
cristianos son partícipes de este drama. Son parte de ese gentío que levanta
las ramas para aclamar al Señor.
En este domingo, Jesús es
aclamado como el gran vencedor. Entra en Jerusalén para luchar, casi como en un
torneo.
Lucha contra todas las
fuerzas del pecado y de la muerte, y su suplicio es misteriosamente el camino
de la victoria, la trampa que le llevará a la muerte. Y la derrotará con su Resurrección.
Los cristianos están tan
seguros de su victoria —¿acaso no es el Hijo de Dios?— que lo aclaman antes
incluso del inicio del combate: “¡Hosanna en lo alto del cielo!”.
Mirar más allá del gesto litúrgico
Estas
ramas son el símbolo de las buenas acciones por las que
aclamamos al Señor de
una forma más sustancial aún y más duradera que por el gesto litúrgico.
Nuestras
ramas serán nuestra oración más ferviente a lo largo de esta semana. La concentración que
pondremos al leer los textos de la liturgia en nuestro misal.
Nuestras ramas serán también
un examen más atento de nuestra vida antes de recibir el perdón de nuestras
faltas y una resolución más seria de actuar mejor.
Nuestras ramas serán las mortificaciones que nos impondremos
esta semana, para participar con nuestra pequeña aportación de la cruz de
Cristo.
Será, en definitiva y sobre
todo, el progreso que haremos en caridad, amabilidad, servidumbre, sin
condiciones, con respecto a todos. Y entonces el Domingo de Pascua, ¡sentiremos
una dicha inmensa!
Edifa
Fuente:
Aleteia