Ella, Santa Teresa de Ávila y Santa Teresita de Lisieux son las tres únicas mujeres que ostentan este título
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Dominio público |
A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.
Su
padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La joven
manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su
propósito, se la sometió a los servicios más humildes de la casa. Pero ella
caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.
Finalmente,
derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la tercera
orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo laica. Tenía dieciséis años.
Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los
menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En
la terrible peste negra, conocida en la historia con el nombre de "la gran
mortandad", pereció más de la tercera parte de la población de Siena.
A
su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco
años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los
soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el papa Gregorio XI
dejó la sede de Aviñon para retornar a Roma. Este pontífice y Urbano VI se
sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer
las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.
Aunque
analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó
un maravilloso libro titulado Diálogo de la divina providencia, donde recoge
las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para
hallar la salvación. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas
una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa los pensamientos con
vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más
ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua Italiana.
Santa
Catalina de Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la
temprana edad de treinta y tres años, el 29 de abril de 1380, fue la gran
mística del siglo XIV. El papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan
en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como
patrona de la ciudad; es además, patrona de Italia y protectora del
pontificado.
El
papa Pablo VI, en 1970, la proclamó doctora de la Iglesia.
Ella,
Santa Teresa de Ávila y Santa Teresita de Lisieux son las tres únicas mujeres
que ostentan este título.
Fuente: EWTN