«Cada día, si no varias
veces al día, tenemos que cambiar el plan de acción. Tenemos que mantener la
mente lúcida». Ellas aseguran que su sustento es la oración y el ejemplo de san
Camilo
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Personal
sanitario con pacientes de COVID-19,
en la
UCI de un hospital italiano. Foto: AFP/Piero Cruciati
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Las hijas de San Camilo montaron en un día en su hospital de Treviso una
macrounidad para atender a pacientes con COVID-19, y trabajan a destajo para
cuidar y acompañar a los enfermos.
Los hospitales están
saturados de enfermos, pero al mismo tiempo vacíos. Las visitas de los
familiares se han prohibido para evitar el temido avance del contagio. Los
pacientes más críticos, a los que el COVID-19 se ha aferrado sin piedad, luchan
contra reloj para abrir sus pulmones y coger aire, pero completamente solos.
Los que todavía están conscientes, antes de ser intubados boca abajo en las
camillas de las salas de las unidades de cuidados intensivos (UCI), tienen
miedo de dormirse y no despertar nunca más.
«Nunca había visto algo
así. Los pacientes están muertos de miedo. Llegan aquí con los ojos fuera de
las órbitas. Muchos de ellos han visto morir a las personas que estaban en la
camilla de al lado. Nos preguntan continuamente si podrán volver a sus vidas
cotidianas. Son preguntas terribles, pero lo peor es que no tenemos respuesta»,
explica la hermana Lancy Ezhupara, directora del Hospital de San Camillo de
Treviso, que gestiona la orden de las Hijas de San Camilo. Ella forma parte del
batallón de mujeres consagradas, ataviadas con bata blanca en lugar del hábito,
que se dejan la piel en primera línea contra el coronavirus.
«Hasta hace un mes todo
seguía igual por aquí. Nos dijeron que debíamos continuar con el servicio de
atención primaria, y que el sistema público se ocuparía de atender a los
pacientes de COVID-19. Pero vista la emergencia, las autoridades de la región
del Véneto nos pidieron que echáramos una mano. Y no nos lo pensamos ni una
vez», recuerda. En solo un día crearon una macro-unidad para pacientes
afectados por el virus en la que trabajan a destajo monjas enfermeras, médicos
de enfermedades infecciosas, medicina interna y neumología, además de celadores
y demás personal sanitario. La prioridad es siempre la misma: salvar vidas.
La hermana Lancy se encarga
de coordinar el personal médico y sanitario para asistir a los 35 pacientes
contagiados con coronavirus. «Hasta ahora la actividad en el hospital estaba
muy estandarizada. Cada uno tenía bien definido su espacio de trabajo y el
horario que debía cumplir. Pero con esta pandemia ha saltado todo. Cada día, si
no varias veces al día, tenemos que cambiar el plan de acción. Tenemos que
mantener la mente lúcida y flexible para enfrentar con eficacia esta situación
del todo nueva.
Nadie es perfecto, pero
tratamos de dar el máximo y hacerlo lo mejor que podamos», explica en una
conversación telefónica con Alfa y Omega que dura poco más de
15 minutos y en la que responde con la voz fatigada. «Hemos duplicado los
turnos. Hay veces que no hay tiempo para comer. No estamos acostumbradas a
esto. Pero ninguna de las hermanas se ha quejado de las duras condiciones de
trabajo. Estoy impresionada con cómo están haciendo frente a esta situación
extrema. Y no es que seamos ignorantes; tenemos formación sanitaria y sabemos a
lo que estamos expuestas», describe en un momento suspendido entre las idas y
venidas agitadas de los que tratan de salvar la vida a los que tienen la muerte
instalada en los huesos. Su única aliada en estos días de pesadumbre y falta de
certeza es la fe. «Nos sostienen la oración y el ejemplo de san Camilo», dice.
Las carencias que las ponen
en peligro son las mismas que está soportando el mundo médico en toda Europa.
Hospitales desbordados, falta de mascarillas FFP2, las más seguras, y test
diagnósticos que no son suficientes para identificar los positivos. El virus no
distingue entre pacientes y sanitarios. «Hasta ahora hemos desarrollado nuestro
trabajo con todas las protecciones posibles. Teníamos a nuestra disposición
instrumentos médicos con los que protegernos de las enfermedades infecciosas o
vacunas. Pero en esta situación no hay nada. Nos falta de todo. Estamos muy desprotegidas»,
incide.
Esta condición que las deja
inermes frente al virus no languidece su ánimo. Al contrario. Las acerca a su
misión: «Las hijas de San Camilo estamos llamadas a dar aliento a los que
acusan dolencias. Además de lo clásico, castidad, obediencia y pobreza, hemos
cumplido con un cuarto voto: servir a los enfermos, aunque eso nos cueste la
vida. Ese cuarto voto que ha estado un poco en desuso, adquiere hoy una
dimensión fundamental. Diría que es de extrema actualidad».
En la trinchera más peligrosa
El ejemplo discreto de las
monjas que están dispuestas a dar su vida por los enfermos se recrea en cinco
hospitales repartidos por toda Italia: Roma, Trento, Treviso, Brescia y
Cremona. Estos tres últimos son una trinchera peligrosa. De esto da cuenta la directora
del personal médico y sanitario del Hospital de las Hijas de San Camilo de
Brescia, Romana Conccaglio. La doctora, que es laica, excusa a las monjas
enfermeras que no pueden atender a este periódico. «Están trabajando
afanosamente en la recuperación de aquellos que tienen la vida sujeta por el
hilo de Dios», señala.
El hospital donde trabaja
se sitúa en una de las zonas del norte de Italia donde la infección se ha
cebado con toda su fuerza. No había tiempo. Los contagios seguían creciendo de
miles en miles y esta estructura tuvo que adaptarse a las circunstancias sobre
la marcha. «Tuvimos que dejar atrás nuestra actividad cotidiana de asistencia
primaria y cirugías para atender a los pacientes de COVID-19. Hemos tenido que
reorganizar todo. Ya no podemos atender a otro tipo de pacientes, y ni siquiera
nos podemos mover libremente. Hay un circuito para reducir al mínimo los
contagios», relata. Esa es la praxis general.
En todos los hospitales que
atienden a pacientes contagiados por el virus descubierto en China se siguen
unas reglas precisas para minimizar el riesgo, como lavarse las manos cada
pocos minutos, ducharse con lejía al final del turno, o el uso de EPIS –equipos
individuales de protección– que son tan insufribles que dejan marcas rojas en el
rostro. Pero el día a día de este hospital pone un poco de luz entre tanta
tragedia.
Hasta aquí llegan
trasladados del resto de centros hospitalarios de la ciudad italiana personas
que ya han superado la fase más crítica de la infección y no necesitan asistencia
mecánica para respirar. En este momento atienden a 50. «Son pacientes que
necesitan un gran apoyo desde el punto de vista psicológico. Algunos llevan más
de un mes sin ver a sus familiares porque están aislados», explica. En estas
circunstancias son las monjas enfermeras las que facilitan la comunicación con
el exterior. «Gracias a los teléfonos y a las nuevas tecnologías es más fácil»,
señala. La esperanza de todos es que salgan y formen parte de la lista de los
que se han curado.
Muchos de los contagios
tienen un origen desconocido. Focos sin paciente cero identificado. Prueba de
ello es Fausto Russo, preparador físico de 38 años, que explica ante la prensa
extranjera que se ha infectado sin saber cómo. «El virus camina con las piernas
de las personas asintomáticas. Yo no he tenido ningún contacto con ninguna
persona que tuviera oficialmente el virus», detalla todavía convaleciente desde
el Hospital de Latina, en el sur de Roma. Lo mismo sucedió en el Instituto de
las Hijas de María de San Camilo en, Grottaferrata, cerca de la capital
italiana, donde 40 monjas dieron positivo por COVID-19. Varias de ellas están
ingresadas en el Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas Lazzaro
Spallanzani de Roma en estado grave.
«Estamos viviendo este
sufrimiento en primera persona. Pero lo consideramos una gracia de Dios.
Seguimos estando al servicio del instituto. El Señor nos ha permitido compartir
estos momentos de sufrimiento y angustia con tantos enfermos que están viviendo
esta situación», señala la superiora general de las hijas de San Camilo, la
hermana Zélia Andrighetti. El convento romano permanece completamente aislado
desde hace 15 días, cuando se descubrieron los primeros casos de coronavirus en
las monjas. Pero ello no impidió al brazo ejecutivo de la caridad del Papa, el
cardenal polaco Konrad Krajewski, visitarlas. El limosnero pontificio estuvo
allí hace poco más de una semana para llevarles, además de la cercanía del
Papa, productos frescos como leche y yogures de la Villa Pontificia de Castel Gandolfo,
la residencia a orillas del lago Albano donde los predecesores de Francisco
solían pasar los veranos.
Además de san Camilo, el
otro referente de estas monjas silenciosas de hábito blanco y cruz roja tiene
nombre de mujer. Santa Giuseppina Vannini, una religiosa italiana con un alto
sentido del sacrificio, segura de sí misma y de su vocación, que fundó la
Congregación de las Hijas de San Camilo en 1892. Su figura es un modelo de
dedicación absoluta a los enfermos. «Vivió con entrega total su servicio hacia
los que les faltaba la salud. En aquella época a finales del siglo XIX, hubo
una epidemia de tuberculosis muy peligrosa en Italia. Muchas hermanas, la
mayoría de tan solo 25 y 26 años, murieron asistiendo a los enfermos», detalla
la hermana Andrighetti. «Es parte de nuestro carisma», concluye.
Victoria Isabel Cardiel C.
Roma
Roma
Fuente: Alfa y Omega