RECTITUD DE INTENCIÓN
II. Vigilantes ante las
alabanzas y elogios. «Para Dios toda la gloria.» Rectificar.
III. Examinar los motivos
que mueven nuestras acciones. Omisiones en el apostolado por falta de rectitud
de intención.
«Le dijeron: ¿Pues qué
milagro haces tú, para que lo veamos y te creamos? ¿Qué obras realizas tú?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a
comer pan del Cielo.
Les respondió Jesús: En verdad, en verdad os digo que no os
dio Moisés el pan del Cielo, sino que mi Padre os da el verdadero pan del
Cielo. Pues el pan de Dios es el que ha bajado del Cielo y da la vida al mundo.
Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de este pan. Jesús les respondió: Yo soy
el pan de vida; el que viene a mino tendrá hambre, y el que cree en mino tendrá
nunca sed.» (Juan 6, 30-35)
I. La intención es recta
cuando Cristo es el fin y motivo de todas nuestras acciones: ¡La pureza de
intención nos es más que presencia de Dios! Por el contrario, quien busca la
aprobación ajena y el aplauso de los demás puede llegar a deformar la propia conciencia:
se puede tomar como criterio de actuación “el qué dirán” y no la voluntad de
Dios. La preocupación por la opinión de los demás podría transformarse en miedo
al ambiente, y en ocasiones, para no desentonar con él, se comienza con
facilidad a no ser del todo coherente con los principios.
Se
cae en la tentación de inclinarse hacia el lado en que es más fácil recoger
sonrisas y cumplidos, o, en el mejor de los casos, del lado de la mediocridad.
Por el contrario, el que busca de verdad a Cristo ha de saber que su conducta
será impopular y combatida en muchas ocasiones. Los juicios humanos son a
menudo errados y poco fiables. Nuestro juez es el Señor. Y a Él es a quien
debemos agradar.
II. Una mala intención
destruye las mejores actuaciones; la obra puede estar bien hecha, incluso ser
beneficiosa, pero, por estar corrompida en su fuente, pierde todo su valor a
los ojos de Dios. La vanidad o el buscarse a sí mismo puede destruir, a veces
totalmente, lo que podría haber sido una obra de santidad. Sin rectitud de
intención equivocamos el camino. En algunas ocasiones el recibir un pequeño
elogio es un signo de amistad y puede ayudarnos en el camino del bien. Pero
debemos de dirigirlo con sencillez al Señor.
Además,
una cosa es recibir un elogio, y otra, el buscarlo. Y siempre hemos de estar
atentos a las alabanzas. El Señor señala en diversas ocasiones el pago de las
buenas obras hechas sin rectitud de intención: ya recibieron su recompensa,
dice a los fariseos que buscaban ser alabados. Esta jaculatoria repetida con
frecuencia nos ayudará a vivir el desprendimiento de tantas cosas y a
rectificar la rectitud de intención: “Señor, para mí nada quiero. Todo para tu
gloria y por Amor”.
III. Para ser personas de
intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven nuestras
acciones. En presencia del Señor podremos descubrir los puntos de cobardía o de
vanagloria que puede haber en nuestra conducta. Ninguno de nuestros actos pasa
inadvertido ante nuestro Padre Dios, nada le es indiferente. Somos más libres cuando
hacemos las cosas solamente por Él. Así no estaremos supeditados al “qué dirán”
ni a la gratitud humana, que es siempre frágil. La rectitud de intención nos
señala el camino de la libertad interior. Pidámosla a Nuestra Madre.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org