II. Nuestro
perdón en comparación con lo que el Señor nos perdona.
III. Disculpar
y comprender. Aprender a ver lo bueno de los demás.
“En aquel tiempo, Pedro
se acercó y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que
me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso el Reino de los
Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al
empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como
no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus
hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus
pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’.
Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó
la deuda.
Al salir de allí aquel
siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le
agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’. Su compañero, cayendo a
sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré’. Pero él no
quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Al
ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su
señor todo lo sucedido. Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo
malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No
debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me
compadecí de ti?’. Y encolerizado su señor, lo entregó a los verdugos hasta que
pagase todo lo que le debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial,
si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano»” (Mateo 18,21-35).
I. Es muy posible, que en
la convivencia de todos los días, alguien nos ofenda, que se porte con nosotros
de manera poco noble, que nos perjudique. Y esto, quizá de manera habitual.
Hasta siete veces he de perdonar? Es decir, ¿he de perdonar siempre? Conocemos
la respuesta del Señor a Pedro, y a nosotros: No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete. Es decir, siempre. Pide el Señor a quienes le
siguen, a ti y a mí, una postura de perdón y de disculpa ilimitados. A los
suyos, el Señor les exige un corazón grande. Quiere que le imitemos.
Nuestro
perdón ha de ser sincero, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros.
Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Perdón rápido, sin dejar que el rencor o la separación corroan el corazón ni
por un momento. Sin humillar a la otra parte, sin adoptar gestos teatrales. La
mayoría de las veces bastará con sonreír, devolver la conversación. Seguir al
Señor de cerca es encontrar, en el perdonar con prontitud, un camino de
santidad.
II. El algún caso, nos puede
costar el perdón. En lo grande o en lo pequeño. El Señor lo sabe y nos anima a
recurrir a Él, que nos explicará cómo este perdón sin límite, compatible con la
defensa justa cuando sea necesaria, tiene su origen en la humildad. Cuando una
persona es sincera consigo misma y con Dios, no es difícil que se reconozca
como aquel siervo que no tenía con qué pagar. No solamente porque todo lo que
es y tiene se lo debe a Dios, sino también porque han sido muchas las ofensas
perdonadas.
Sólo
nos queda una salida: acudir a la misericordia de Dios, para que haga con
nosotros lo que hizo con aquel criado: compadecido de aquel siervo, le dejó
libre y le perdonó la deuda. La humildad de reconocer nuestras muchas deudas
para con Dios nos ayudará a perdonar y a disculpar a los demás, que es muy poco
en comparación con lo que nos ha perdonado el Señor.
III. La caridad ensancha el
corazón para que quepan en él todos los hombres, incluso a aquellos que no nos
comprenden o no corresponden a nuestro amor. Junto al Señor no nos sentiremos
enemigos de nadie. Junto a Él aprenderemos a no juzgar las intenciones íntimas
de las personas.
Cometemos
muchos errores porque nos dejamos llevar por juicios o sospechas temerarias
porque la soberbia es como esos espejos curvos que deforman la verdadera
realidad de las cosas. Sólo quien es humilde es objetivo y capaz de comprender
las faltas de los demás y a perdonar. La Virgen nos enseñará a perdonar y a
luchar por adquirir las virtudes que, en ocasiones, nos pueden parecer que
faltan a los demás.
Textos
basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org